Conforme crecen las protestas en EEUU contra los abusos de Donald Trump y las fuerzas del orden y se acerca la fecha electoral del 8 de noviembre en EEUU, crecen los temores de que el presidente haga cualquier cosa con tal de seguir en la Casa Blanca.

Su a todas luces débil rival demócrata, Joe Biden, sugirió incluso la posibilidad de que Trump buscase la posibilidad de retrasar las elecciones o incluso tratase de encontrar algún pretexto para que no llegaran a celebrarse.

Los republicanos al menos harán todo lo que esté en sus manos como el cierre de colegios electorales o la eliminación de personas inscritas para intentar dificultar, entre otros, el voto de los afroamericanos, que se supone que van a votar mayoritariamente al exvicepresidente de Barack Obama.

Otra estrategia es dificultar todo lo posible el voto por correo con el argumento de que facilita los pucherazos, lo que permitirá poner en duda los resultados de algunos Estados si le resultan desfavorables.

Son cosas que están ocurriendo ya en Estados como Virginia o en Florida, donde los congresistas republicanos torpedearon el resultado de un referéndum que devolvía el derecho de votar a los exreclusos, imponiendo nuevas condiciones.

Trump se negará a reconocer una eventual derrota, opina, entre otros, el politólogo de la Universidad de Yale Jacob Hacker, que se pregunta si la sociedad civil estará en condiciones de obligarle a dejar el cargo por mucho que controle el aparato estatal.

Y no sólo por orgullo personal, sino porque continuar cuatro años más en la Casa Blanca le garantiza inmunidad: es decir que evitará que se le procese por todas las ilegalidades cometidas.

Una de las voces más pesimistas sobre lo que puede ocurrir es la de Rose Brooks, de la Universidad de Georgetown, en Washington, que ha creado un grupo de trabajo en apoyo de los demócratas ante lo que pueda pasar en noviembre.

«Si Biden no logra una victoria contundente frente a Trump, éste insistirá en que es él quien ha ganado», declaró Brooks al semanario alemán Der Spiegel.

Que Trump no se atiene al juego limpio es algo que quedó ya demostrado en la anterior carrera por conseguir la nominación de su partido cuando acusó, por ejemplo, al senador republicano Ted Cruz de haberle «robado» las primarias de Iowa e insistió en que se anulara el resultado y se repitiera la votación, algo que no consiguió.

Algunos juristas como la citada Rosa Brooks están reflexionando ya sobre lo que puede ocurrir en noviembre y no excluyen, por ejemplo, que se declara con cualquier pretexto el toque de queda en ciudades de mayoría demócrata.

Saben que Trump y su equipo, en especial el fiscal general, William Barr, son capaces de cualquier cosa. Ni siquiera es seguro lo que ocurriría si el Tribunal Supremo aceptase una demanda contra el presidente por obstruccionismo.

El conocido novelista estadounidense Richard Ford no llega, por su parte, a tanto aunque le asusta, como a muchos de sus compatriotas, lo visto últimamente en las capitales de Estados gobernador por demócratas como los de Michigan o Pensilvania; la presencia de civiles armados a las puertas de sus Parlamentos.

Para Ford, lo que mejor define a Trump es el tuit que escribió cuando comenzaron las protestas callejeras por el asesinato policial del afroamericano George Floyd - «cuando comienza el saqueo, comienza el tiroteo» (1).

Esa frase, réplica de la que pronunció en su día un policía racista de Miami, resume mejor que ninguna otra, a ojos del autor de 'El Periodista Deportivo' y 'El Día de la Independencia', que para Trump «la propiedad privada es más importante que la vida».

Y ¿qué decir de su comentario, al ufanarse de la repentina caída del desempleo en EEUU en medio de la actual pandemia, de que George (el afroamericano asesinado) se alegraría desde el cielo de «ese día grande para el país». Otra frase para la historia universal de la infamia.

(1) Entrevista con Die Zeit