Lunes. El descubrimiento del día es una cervecería en lugar discreto y amplia terraza en la que tienen numerables cervezas artesanas y buen queso. Las nueve de la noche, que en realidad es las nueve de la tarde, es la hora perfecta en la que el sol se amansa, la brisa se decide y la sed saluda. De entre las bondades que uno le saca a los bares y garitos, ahora emerge una nunca antes ponderada o tenida en cuenta: que esté muy cerca de casa. Hay que romper la rutina. Pero solo un ratito. Y volver pronto a que te abrace el sofá.

Vemos 'La red avispa'. Cuba, Miami, espías, buenos actores, interpretaciones desiguales. Dice un crítico que la que mejor acento cubano imposta en ese film es Penélope Cruz. Pues vaya mérito.

Martes. Envejecer es ir acumulando contraseñas. La vida es lo que nos pasa mientras nos empeñamos en recordar contraseñas. O pines, que supongo que será el plural de pin. Tengo que inventar una nueva para una aplicación/red. Estoy tentado de ir unificándolas, poner siempre la misma. En todos los sitios. Podría poner una blasfemia o taco, así me acordaría. O un verso corto de un poeta de ringorrango. Me acuerdo de una contraseña que yo tenía con mi padre cuando era pequeño. Un gesto con la mano derecha, una especie de 'ok' o adiós que nos hacíamos para indicar aprobación o al despedirnos cuando él se iba a trabajar. Lucho contra la memoria para que esos gestos, momentos y escenas no se me olviden. Prefiero recordarlos antes que recordar esas contraseñas, ineficaces pasaportes al país de los burócratas, casi siempre. «Pero si es por tu seguridad», me dice mi voz interior. La necesidad que tendré yo de tener voz interior.

Miércoles. Cada vez que hago deporte me digo que tendría que hacer deporte. Más regularmente, se entiende. Lo que hago son unos cuantos largos en una piscina. Pero la piscina es muy corta. Es la primera tentativa natatoria tras el largo confinamiento. Respiración agitada y algunos músculos contraídos. Sin embargo, un raro bienestar. Que tal vez proceda solo de haber expulsado el calor y el bochorno. Me seco y me entran muchas ganas de ser feliz. Podría releer esta noche 'El nadador': «Era uno de esos domingos de mediados del verano, cuanto todos se sientan y comentan: ayer bebí demasiado».

El relato de John Cheever fue llevado al cine, pero no he visto la película. Tengo leído que defrauda. Burt Lancaster fue el protagonista, madurito en forma, bañador ajustadete. Es miércoles en toda su plenitud. Vino y sushi.

Jueves. El gran Pedro J. Marín Galiano saca libro, 'Los que entráis'. Novela negra con toques extrasensoriales prologada por Carlos Sisí. La edita el sello malagueño Azimut. Galiano escribe en este periódico bellos y atinados artículos los lunes y es narrador y poeta. Hace poco sacó 'Con mirada limpia', en la colección de poesía Puerta del Mar, de la Diputación. El 23 y el 24 de julio firmará ejemplares en la Casa del Libro de calle Nueva, lugar en el que habrá que plantarse, Mascarilla, of course, que ya echa uno de menos los bolos literarios, a los amigos y a la cerveza con espuma de letras.

Viernes. Madrugo tanto que un observador imparcial podría tildar de jueves aún este día. Intento hacerme un café pero no hay leche. Aquí está la consignación de lo cotidiano para darle salsa a este dietario, al que sin embargo lo que le falta es leche. Desnatada. Bajo al chino tan mal y poco vestido que noto en el dependiente una mirada dudosa. Me asomo a Canal Sur a opinar sobre una marejada política. Mi hijo impone que almorcemos pizza. Tarde de playa. No tienen de morir ganas las olas. Tomamos un helado. Mi hijo me hace la señal de 'ok' para dar su aprobación.