'Mi primer vuelo tras el estado de alarma', por Cristina Maruri

Para qué te voy a engañar. No me acostumbro a la nueva normalidad. Esa frase tan bien intencionada que chirría cuando me coloco la mascarilla al salir de casa, convirtiéndome en una especie de forajida del lejano oeste. También marida mal cuando salgo a pasear y estoy más pendiente de evitar a los demás que de disfrutar del mar. Pero ha sido esta tarde cuando esa nueva normalidad se me ha despeñado por un barranco, mientras esta viajera empedernida accedía a La Paloma o aeropuerto de Bilbao. Es cierto que seguían en pie escáneres bandejas y ventanillas de facturación. Que el edificio conservaba sus blancos tirantes y su pico desafiante. Pero se veía todo tan diferente…

Porque faltaba el tumulto, las risas, las prisas de la gente. La alegría en las cafeterías. Vacías. Todas con cintas que parecieran las adornaran, cuando en realidad las clausuraban. Todas con sus sillas sobre las mesas patas arriba. Hidrogel por doquier y mascarillas como escarabilla. Con vistas a una pista que desolada sollozaba ante la ausencia de aviones.

Porque faltaba lo esencial: La Vida. Los pasajeros. Familias parejas niños y perros. Por los pasillos se echaban tantísimo de menos, abrazos y besos. El hola y el adiós; el no me olvides que te quiero. Nubes en mi pensamiento que ha disipado el viento cuando bajo las alas, el azul del Marenostrum más radiante, brillaba y me saludaba.