En estos días postreros de un mes de julio cariacontecido, con la tensión generada por una cuarentena británica arbitraria e inoportuna y con el nivel más bajo de personas empleadas para un segundo trimestre desde 2017; el intento por salvar este verano para el sector turístico se hace aún más arduo en una Costa del Sol ensombrecida por un pesimismo convulso. Entretanto, ante esta coyuntura sofocante, el calor lo asedia todo.

El calor y julio en Málaga van entreverados desde tiempos atávicos. No es de extrañar que los comentarios tertulianos en estas jornadas centren el debate en torno al bochorno, tanto el climático como el socio-político y laboral. Evocar el verano es recordar todos los estíos de la memoria, los que terminan por confundirse en una ensoñación la cual nos traslada a unos mundos percibidos hoy como muy distantes; de esa etapa cuando éramos jóvenes, felices e indocumentados.

De una época en la que para resguardarse de la ardiente canícula nos cobijábamos en los cines al amparo de la salas climatizadas de sesión doble. El cine, de nuevo, se configuraba en un refugio atemperado donde pasar las tórridas tardes estivales. Abstraídos, gracias a la luminosidad de la gran pantalla, por aquellas anheladas historias que durante unas horas nos evadían de la ígnea y manifiesta realidad exterior.

En el solar donde se ubicaban los cines Astoria y Victoria, emplazamiento vital de la urbe, donde el Consistorio quiere construir un edificio «singular y contemporáneo» - tendrán que visualizarnos estos conceptos -, comienzo una travesía y mis recuerdos de aquellas tardes encendidas me conducen al Echegaray, Málaga Cinema, Andalucía, Zaila, Atlántida, Duque, Avenida, Capitol, Royal, Cayri, Carranque... . Un viaje nostálgico de calor y cine a través de una ciudad ausente.