Agosto es un mes tan irregular como ordinario. Irregular por su más que patente ruptura con el orden natural de las cosas y las inercias propias de lo cotidiano, y ordinario porque incluso la guayabera se suda y no hay modelo ni atuendo que no te recuerde que, mientras agosto haga por estar presente, todas las horas del día no serán otra que la hora de nona, las tres de la tarde. Agosto lleva el paso cambiado, ya saben, descoloca. Agosto es inhábil a efectos procesales y a otros tantos que huelga enumerar. Servidor, que nació en agosto y a las tres de la tarde, lleva consigo la impronta del letargo y la pachorra, la flama, el sexapil del lagarto sobre la roca y la música de Morricone, que en paz descanse, sobre un horizonte moribundo y fundido en rojo. Agosto es mes de moscas y sandías, o, peor aún, de moscas sobre la sandía. Es el mes de las siestas de vientre febril por hinchazón de gazpacho y fermentación de tortilla de patatas. En el octavo del calendario también prolifera la ficticia sensación de los aires acondicionados, ahora sí, ahora no, los cambios de temperatura, la cerveza fría, pero también la caliente, y la sensación de tácita colectividad en el uso y disfrute de las fuentes públicas. Y si fue agosto el mes que tuvo a bien convocar en los umbrales de este mundo a Santa Teresa, la de Calcuta, y protagonizar el «I have a dream» de Martin Luther King, también fue el tramo del almanaque que derramó muerte y vergüenza sobre Hiroshima y Nagasaki. Agosto es quizá un buen mes, tan bueno como cualquier otro, eso sí, para enamorarse, a ser posible en Roma, de noche, junto a la Piazza della Rotonda y al cálido son de una chica que, guitarra en mano, cantara, por ejemplo, La vie en rose con deje italiano. Pero es también agosto el que se hace negro portador de los asesinatos en serie más famosos de la historia, esto es, los que se iniciaron a partir de ese oscuro verano de 1888 con la muerte de Mary Ann Nichols a manos de aquel que ha venido a ser llamado desde la cruda realidad y, posteriormente, también en la Literatura y en el Cine, Jack el Destripador.

Agosto, astrológicamente, comienza con el signo de Leo y culmina con el de Virgo y, si bien cada estación tiene sus constelaciones, lo propio de nuestro mes de referencia no es otra cosa que la Vía Láctea, habida cuenta de que, por la especial orientación de la Tierra, se percibe su parte más brillante. Pero si ahora, de repente y porque sí, bajáramos de la bóveda celeste a nuestro suelo más inmediato, en Málaga, por ejemplo, bien cabría decir que este mes de Augusto, en homenaje al emperador Octavio, ya se ha encargado de traer para sus inicios los correspondientes episodios de extrema humedad y de terral, variaciones térmicas y sensitivas tan carismáticas ellas que, en definitiva, si nos obligaran a elegir con una pistola en la cabeza, uno no sabría si decantarse por «susto o por muerte», como contaba el otro. A veces, ya saben, la temperatura también sirve, entre otras cosas, para cortar los hilos de la cordura. Ya lo cantaba así el gran Gregorio Sánchez, Chiquito de la Calzada para los amigos y el gran público: «Lo maté en agosto, la caló apretaba». Y así nos vemos, «entre el sol y la sal», que diría mi compadre Javier Muriel, bajo el halo de Júpiter y de Saturno, bebiéndonos la cerveza con prisa, no vaya a ser que se convierta en un potaje, y despreciando en nuestro más inmediato presente las bondades de una época que, sin duda, comenzaremos a añorar y a recordar en cuanto el otoño haga presencia con su particular curso escolar y el retorno a la rutina. Pero quizá lo más llamativo y esperpéntico de nuestro mes es que no se incluya dentro de los dos periodos ordinarios de sesiones del Congreso de los Diputados, lo cual, en ocasiones, si uno se para a pensarlo, nos invita a derivar una gran enseñanza en la que bien pudiéramos reflexionar que el país tampoco va necesariamente a peor cuando la cámara baja no está constituida. Todo lo contrario. A veces, incluso mejora.