De momento, amanece, que no es poco. Y aquí nos vemos, asomando con cautela las cabezas y las miradas frente a la desolación causada por la pandemia. En el futuro, incierto como sólo él sabe serlo, se proyectan multitud de posibilidades cuya potencial certeza únicamente se verificará cuando la realidad tome cuerpo. Y será entonces, sólo entonces, cuando muchos de los gurús de lo futurible consolidado clamarán sin demasiada credibilidad que lo que ya está constatado lo vieron entonces venir. De momento, y entre las infinitas alternativas de lo que Dios quiera que sea, dos claros frentes se disputan a modo hipotético el horizonte más inmediato: una segunda y apocalíptica gran oleada otoñal que terminará por arrasar lo que la primera dejó en pie, o bien una segunda batida menos virulenta con la que, probablemente, habremos de seguir contando per saecula saeculorum. En cualquier caso, independientemente de lo que esté por venir, que ya vendrá, lo que sí que es cierto es que el miedo no debiera someter la vida, pero tampoco el ansia vital debiera alzarse por encima de la prudencia. Poco a poco, la vida habrá de normalizarse, así como el trabajo, el ocio y el contacto social, elementos todos ellos a los que no debiéramos renunciar habida cuenta de que atrincherarse en el temor, si bien puede servir para defendernos del virus, por otro lado bien puede ocasionarnos otro tipo de males, renuncias y soledades. La nueva vida, que en definitiva es la de siempre, habrá que enfrentarla tirando de distancias, de mascarillas y de precauciones, pero también habremos de procurar no dejar de ser quienes somos en cada una de las facetas con las que nos define nuestra historia personal, familiar, social, laboral, política y religiosa. Frente a los nuevos brotes que acontecen, sí que resultan del todo inadmisibles las aglomeraciones no controladas, las distancias a medias tintas en los contextos relacionados con la hostelería y, por supuesto, la vista gorda en espectáculos y eventos, como si aquí no pasara nada. Prolifera ahora, está de moda, fíjense y verán que no les miento, cierta fauna que pasea y hace colas en comercios, instituciones y entidades bancarias con la mascarilla en la barbilla, colgandera de la oreja o, incluso, en la muñeca: nariz y boca al viento. Y eso, como bien decía el otro, es como el que tiene tos y se rasca en las penduleantes bolsas escrotales, esto es, no sirve absolutamente para nada, salvo para justificar, según como vaya ese día la paciencia, una sencilla reprimenda o un collejón de bandera con el canto de la mano. Y es que es el estricto cumplimiento de las medidas preventivas recomendadas lo que puede hacer que nuestra vida se acerque algo más a lo que antes era y posiblemente tardemos en recuperar. Pasear alegremente la mascarilla con toda la geta al aire, no sólo denota la insolidaria estupidez del portador sino, además, una preocupante situación de hecho que no hace más que invertir en papeletas para la rifa de la segunda ola y, quién sabe, Dios no lo quiera, del segundo confinamiento. Vivir con precaución la normalidad es la única fórmula que alejará las sombras del drama, permitirá la recuperación económica y social y, al mismo tiempo, mantendrá a raya el afloramiento de brotes. Prudencia, para que la pandemia no vaya a más, y normalidad, para levantar la economía y no volvernos locos, son las dos medidas de rigor que, bajo la batuta de la mesura, no debiéramos dejar de ejecutar y conciliar. Llevar la mascarilla a modo de pendiente o como protector de la barbilla, es la más soberana o republicana estupidez de nuestro tiempo, digna de aquellos que piensan que nada ha de pasar hasta que pasa, un triste escaparate reflejo de una gran ignorancia y una tremenda inconsciencia. Porque recuerden que, allá cuando el año afloraba, también pensábamos que nada iba a acontecer, que esto era cosa de noticieros lejanos que, por no tener nada novedoso que anunciar, perdían el tiempo en advertirnos que, muy a lo lejos, en mitad de China, un tipo más que aburrido o con grandes ansias de experimentar no tuvo otra cosa mejor que hacer que probar suerte culinaria con un murciélago.