Creo que ninguno dijimos lo que querría haber dicho. A veces pasa eso, que no pasa nada porque se dice poco, o todo lo que se dice nada tiene que ver con lo que uno siente que debería estar diciendo. Y entonces todo queda atrás, en un ojalá, en un podría haber sido, en un la próxima vez. Pero nunca llega esa próxima vez porque si se presenta ya es distinta y todo lo que habías imaginado que harías de otra forma ya no encaja con la situación nueva. Ya no es el mismo ambiente, ni las miradas callan o transmiten lo mismo, en la vida, al revés que en las películas la única toma buena es la primera, en todas las demás enseguida se grita corten y se termina la escena o continúa de forma fingida, al menos, si no cambia alguno de los protagonistas o si no son capaces de ser precisamente esos mismos y recrear exacto aquel momento y que el mundo parezca justo un segundo después de aquella primera vez en la que ninguno supo decir lo que quiso y no pasó nada porque ninguno lo dijo.

En eso pensaba cuando volvía a casa maldiciendo haber convertido la primera en la última vez. Y a medida que me alejaba de donde nos despedimos me daba cuenta de que la cita no había terminado aún, de que sólo nos habíamos ido, todavía podía volver y decirle lo que ahora me rondaba la cabeza y explicarle porqué no pude antes. Y tal vez con eso se abriera su silencio y pasará entonces lo que ojalá hubiera pasado, lo que quedó atrás, lo que no hicimos. Y eso hice, di media vuelta y enseguida me encontré con ella que también volvía. Y nos besamos. A veces pasa eso, que no hace falta decir nada para que de pronto todo ocurra como si se hubiera dicho.