Vivimos en una situación que, sin darnos cuenta, se va a dilatar en el tiempo de manera importante. A pesar del continuo intento de edulcorar el asunto por parte de diferentes sectores, son innumerables los elementos de valoración que nos hacen pensar que, esta interrupción vital que comenzaba en marzo nos acompañará al menos un par de marzos más.

Recuperar la normalidad se presume difícil pues, el concepto de «nueva normalidad» no es sino un adelanto de lo que está por venir donde, algunas acciones y gestos habituales, desaparecerán durante el suficiente tiempo como para que el mundo entero lo considere anormal.

En este contexto que intenta buscar el equilibrio entre lo real y lo asumible, son muchos los elementos de nuestra vida que se han visto afectados. Un abrazo resulta tan inviable como el hecho de estar en la calle más tarde de las doce de la noche. Situaciones impensables, pero con las que ya convivimos sin el más mínimo problema -salvo el económico-.

En el sur, la vida se desarrolla con asiduidad en la calle y contamos con estructuras sociales y tradicionales que conforman gran parte de nuestra vida habitual. Las tradiciones y modismos de Andalucía tienen como uno de sus grandes pilares a la religiosidad popular. Bajo este inmenso paraguas lingüístico se reúnen infinidad de acciones sociales en torno a la Iglesia, pero también a las propias tradiciones de los pueblos verdiblancos: El Rocío, la Semana Santa, la Virgen del Carmen o el Corpus son algunos de los grandes hitos que marcan el calendario de las localidades andaluzas y que suponen una marca indeleble en la vida de la mayoría de los ciudadanos que las consumen.

Llevamos una temporada en la que no ha habido procesiones de ningún tipo. No hay cultos extraordinarios y el curso cofrade está recuperando de manera muy discreta su agenda. Tras el paso del verano, se inicia psicológicamente el curso cofrade -que nunca acaba- y que en enero tiene su inicio irreal de la «Cuaresma» con la presentación del cartel. Pero nada de eso está pasando y la ausencia de ese tipo de ritos supone una muesca en la vida de muchos pues, dichas actividades, conformaban algo que marcaba el calendario vital de cada uno de nosotros.

Y es que nadie está acostumbrado a vivir tanto tiempo sin sus rituales -salvo si eres hermano de Dolores de San Juan, que hizo honorífica a la lluvia de tanto que les acompañaba-, y por lo tanto supone un quebradero de cabeza y una gran tristeza que desaparezcan.

Con todo, como es lógico y natural, el común de los mortales se amolda a la grave situación y mira con esperanza ese futuro del que hablaba al inicio. El positivo y alentador. Pero quizá, los cofrades, debieran poner los pies en el suelo con mayor relevancia aún para dar una respuesta potente a su público ávido de referentes.

La razón es sencilla. Todo apunta, sin ser adivino, a que probablemente no podamos tener procesiones en la Semana Santa del año venidero. Es cierto que quedan muchos meses por delante pero también es cierto que se presume difícil que al Cautivo o La Esperanza la acompañen por la calle doce o veinte personas en Semana Santa, aunque vayan en andas, a mano o en carretilla. El procesionismo en Andalucía es incompatible con las medidas de seguridad para evitar contagios. Y esa premisa es tan aplastante como desalentadora para el positivismo procesionista del veintiuno.

Es por eso que, partiendo de dicha evidencia y salvo que cambie la cosa radicalmente, se presume necesaria una respuesta grandiosa de los cofrades para la Cuaresma y Semana Santa venideras.

A mediados de febrero llegará la imposición de la ceniza y, para ese momento, sería extraordinario tener previstas una serie de acciones que nos condicionen desde ya el calendario andaluz para poder disfrutar de nuestra tradición de otra manera más interesante, activa y beneficiosa para todos más allá de las videoconferencias y charlas online como tuvimos en la Semana Santa pasada.

La caridad debiera jugar un papel importante, y de ahí debería salir algo que ya muchas hermandades tienen definidas desde siempre. Esa «fila cero» de nazarenos y hombres de trono contribuyen con un donativo más allá de su papeleta de sitio responde claramente a una necesidad de las hermandades a desarrollar grandes labores asistenciales extraordinarias debido a la cruenta pandemia que nos asola.

Y de igual modo, hay que plantear con seriedad la brecha que se puede producir en las generaciones venideras tras un periodo de dos años donde quedarán en standby acciones de culto público que fueron claves para conseguir la atención de muchos jóvenes. Las Hermandades viven de la Semana Santa pues ahí desarrollan gran parte de las acciones que definen su naturaleza a la vez que consiguen atraer a un público que las conforman.

¿Qué será de muchos jóvenes que se olviden de las Cofradías? O mejor dicho: ¿Qué será de muchas cofradías de las que se olviden muchos jóvenes?

Sin ser dramático, sí que es necesario plantear dicha posibilidad para evitarla. Hay que reforzar el hilo conductor entre los hermanos de las Cofradías pues sin ellos nada va a ser posible.

¿Y eso cómo se hace? Con ilusión. Es la base de todo. Mover cielo y tierra para que los cofrades de Andalucía reafirmen su papel y convicción. Que demostremos que no somos partícipes únicamente del boato y la pompa. De la rocalla y la flor. Que somos cofrades de convicción. De ley. Devotos de imágenes en peana de capilla o con manto de procesión. Y para ello los que rigen nuestras corporaciones deben ser claves. Animar sin cesar. Pero no vender demasiado humo positivista cuando no puedes ni siquiera celebrar un cumpleaños. La Semana Santa de 2021 puede ser recordada como una demostración de unión, valor y fuerza de la gran familia cristiana que son los cofrades.

Tiempo hay para prepararlo. Y que no se extinga la devoción que nos asiste a diario.

Y llegará el tiempo de volver a los varales y los capirotes. Y lo disfrutaremos más que nunca. Yo el primero. Que veo una barra de aluminio en Leroy Merlín y se me saltan las lágrimas.

Viva Málaga.