En el universo de los sentidos, las polaridades se dan en función de sus antónimos. Así, hablamos de frío y calor, de luz y oscuridad, de alto y bajo, de gordo y flaco, de belleza y fealdad... En el universo emocional es muy distinto; tanto, que a veces no es nada fácil dar con el antónimo de una emoción y nombrarlo. Recuerdo como si fuera ayer, cómo hasta los primeros veintimuchos años de mi infancia, cuando alguien me preguntaba por mis aspiraciones siempre contestaba igual:

-Quiero ser allegador palabrista -respondía.

Y, por raro que parezca, no lo hacía por nada distinto de responder desde mi verdad en carne viva. Obviamente, las más de las veces me tocaba oír un descorazonador «¡¿lo qué?!», al que yo respondía siempre igual:

-Palabrista, por mi amor a las palabras, a las homologadas y a las inventadas con buen tino. Allegador, por mi incontenible afición a juntarlas con mayor o menor fortuna cada vez.

En el transcurso de los siguientes treinta y tantos años de mi infancia, mis inquebrantables ánimos y mi aspiración fueron modelándose con la etérea gubia de la complejidad. Poco a poco, a medida que los siguientes años de mi infancia transcurrían, la esencia de mi aspiración fue convirtiéndose en mi único empeño. Mi ideal empezó a ser y sigue siendo la esencia, porque, en las aspiraciones, como en todos los viajes, incluso aunque fuera para evitar la frustración del no llegar, lo realmente esencial es el trayecto, no el destino. Lo excelente es enemigo de lo óptimo, lo óptimo es enemigo de lo mejor y lo mejor es enemigo de lo bueno.

En el universo emocional, la polaridad de la soledad no necesariamente es la compañía o el gentío, sino la soledad en sí misma, «la otra soledad». La soledad impuesta, la no elegida, lacera, despersonaliza, estresa, deprime... La otra soledad, la elegida, gratifica, serena, nutre, engrandece... Sensu stricto, no existe ningún instante más íntimo en la naturaleza humana que el de uno en comunión consigo mismo, en soledad. La verdadera polaridad de la soledad, es la soledad, «la otra soledad».

Y, porque la soledad está naturalmente hermanada con el silencio, en el universo emocional, la polaridad del silencio no necesariamente es el ruido, ni la estridencia, ni la batahola, ni el estruendo, ni la barbulla, ni el escándalo, ni la baraúnda... En el universo emocional la polaridad del silencio también es el silencio, «el otro silencio», el silencio elegido. Y, en el camino, tanto para la soledad como para el silencio elegidos, la música, el susurro, el suspiro, el mimo, el abrazo, la ternura, el gemido, la caricia, el arrumaco... también son polaridades de la una y del otro.

¿Cuál podría ser la polaridad de la política? ¿La impolítica, quizá? No creo. Interpreto que la impolítica no es la polaridad de la política. La polaridad de la política, como la de la soledad y el silencio, no es su antónimo, sino que es «la otra política». Y durante el trayecto, hasta podrían ser las otras políticas, porque la polaridad política es una cuestión de estilo, de talante, de savoir-et-vouloir-faire.

Más allá de los clásicos, que cuando hablaban de política se referían a otra cosa, desconozco si la política de nuestros días dispone de un Manual Ético y de Estilo Político, aunque me temo que no. Quizá de lo que sí dispone es de un Manual de Anética y de Mal Estilo Político, del que se nutren buena parte de sus iniciáticas señorías. De no ser así, tendríamos que aceptar que el estilo y el talante político se adquieren por ósmosis o por mutación genética.

Sea como fuere, la política que nos contorsiona y nos suicida -por nuestro bien, aseguran-, confunde los silencios con las pausas de la sonoridad, la soledad con el abandono y la razón de ser de su oficio, con la bulla y el enfrentamiento. ¡Por España, solo por España...!, dicen.

La agresividad, la ira, la provocación..., se han apoderado del homo politicus y se proyectan en la sociedad en su conjunto. Desde la responsabilidad individual del ciudadano hasta la de mayor rango, la áulica, todas las responsabilidades hacen agua gracias a la deleznable «escuela política» que hemos pergeñado con la graciosa participación de la indeseable tribu de los nebulones.

Amable leyente, créame, la única polaridad de la política, es «la otra política».