La bronca política ha dejado de ser noticia en España. Una mayoría de españoles solo prestan atención a la politiquería de soslayo. Los ciudadanos esperan únicamente que los políticos se apliquen con toda su capacidad y su energía contra la pandemia para salir cuanto antes del pozo en el que hemos caído. El debate de la moción de censura ha ignorado los problemas que debían haberlo ocupado de principio a fin. Su justificación era provocar la caída de un gobierno desastroso, acusado de ilegítimo y criminal, pero se desarrolló de forma caótica en torno a divagaciones insustanciales, al margen de las urgencias del país. El balance es, una vez más, frustrante. No obstante, el discurso de Pablo Casado dio un giro al debate y es posible que a nuestra vida política. Fue, sin duda, el acontecimiento político de la semana.

Cuentan las crónicas que el líder popular maduró su intervención en solitario durante los meses transcurridos desde el anuncio de la moción. Eligió el parlamento, un escenario solemne, sede de la soberanía nacional, para presentar la nueva imagen del PP, un partido, afirmó, constitucionalista, reformista y europeísta. Las piezas que configuran la oferta del centroderecha español con Pablo Casado al frente van encajando. Tras unos inicios titubeantes, con la compañía de sombras del pasado que hacían dudar de su autoridad y cierta indefinición política y estratégica, el PP ha confirmado a su líder, tiene un discurso, un equipo directivo renovado y ha tomado un rumbo que no admite la vuelta atrás. Pablo Casado ha dado a su partido un perfil propio, cuando su identidad empezaba a ser borrosa, y los dirigentes, como si fuera el discurso que llevaban tiempo queriendo escuchar, han aplaudido el gesto.

Además de reforzar la personalidad del PP, el movimiento de Pablo Casado fija su posición y contribuye a clarificar el panorama político nacional. Primero, porque diferencia a su partido de Vox, al que califica de populista antiliberal y rupturista, deshaciendo cualquier confusión que pudiera haber. En segundo lugar, porque aspira a dominar el espacio político que queda entre la derecha radical y la izquierda, donde pretende conseguir el apoyo de la mayoría del electorado, con una estrategia orientada a detener la actual dinámica de polarización y centrar la acción política en los problemas perentorios, antes que en las disputas ideológicas intemporales. Y la posición adoptada por Pablo Casado obliga al resto de los partidos a replantear la suya. Vox ha surgido como una escisión del PP y se nutre de afiliados y votantes otrora de ese partido, pero ha evolucionado y hoy representa en España a la derecha radical europea. No es un partido fascista, y empecinarse en el error sirve de poca ayuda, sino un partido populista que se mira en el espejo de Orban y Trump. Ciudadanos tendrá que empezar por definirse de nuevo, si quiere preservar sus apoyos electorales y evitar el hundimiento. Y el PSOE ya no podrá seguir regodeándose con la falacia de que el PP es la misma extrema derecha que Vox y deberá vigilar la frontera donde se asienta el elector más exigente, moderado, poco amigo de los juegos malabares, y que está inquieto con la influencia creciente de Podemos y los partidos independentistas en la agenda, el discurso y la estrategia del gobierno.

El discurso de Pablo Casado ha tenido un impacto indiscutible. Ha sido, sin duda, un revulsivo para la política española, que lleva un tiempo bastante extraviada. Ha censurado al Gobierno, ha puesto a Vox en su sitio y ha interpretado con acierto las sensaciones de la franja ancha del electorado. Falta, claro, comprobar el eco que tendrá en la sociedad española, donde soplan vientos ásperos e impetuosos. Es una propuesta de política constructiva en un ambiente cargado de política negativa. El veredicto final será del votante. Pablo Casado propone un cambio en las pautas de la pugna política en España, de tal modo que la competición no enfrente a izquierda con derecha, sino a rupturistas y reformistas. El paso es arriesgado. El PP tendrá que conquistar electores porque los que le votaron en las últimas elecciones no le alcanzan para gobernar y es probable que aún pierda una parte de ellos. Tras su discurso, el partido de Casado es una incógnita electoral. También introduce incertidumbre en aquellos más próximos con los que lucha por los mismos votos. Pero este PP, si actúa en coherencia con la proclamación de su líder, será el mejor desafío al que pueda enfrentarse el PSOE de Sánchez. De alguna manera, la legislatura empieza de nuevo. No sé si resultará demasiado ingenuo confiar en que, espoleados unos por los otros, partidos entre sí y ciudadanos, la política española levante el vuelo.