Todo el mundo suele recordar qué estaba haciendo cuando España ganó el Mundial. Mucha gente cuenta buenas historias recordando qué estaba haciendo cuando España ganó en Sudáfrica. Leí a Julián Cerón explicar en uno de sus libros de viajes que consiguió a última hora una entrada y un vuelo, y se plantó en el estadio para ver desde cerca cómo España ganaba por fin un Mundial. En la grada se sentó junto a un tal Unai, que le dijo que había ido a visitar a su hermano. Cerón pensó que el hermano de Unai era el típico estudiante o trabajador español emigrado a Sudáfrica, pero no. Al rato entendió, por la conversación, que Unai era el hermano de Íker Casillas, capitán y portero de la selección.

A la selección se le llama mucho combinado nacional. Siempre que leo combinado nacional pienso en algún cóctel barato en una discoteca de Segunda Regional, pero qué más da.

Leí también a un escritor de verdad, un auténtico intelectual, que explicaba que estuvo leyendo un libro durante la final del Mundial, y que en la habitación contigua sus amigos gritaban tanto viendo el partido que tuvo que pedirles que bajaran la voz porque no le dejaban leer; en fin, la regla número uno del escritor de verdad, demostrarnos que no es como los demás. En mi pueblo tienen una palabra bonita y precisa para este tipo de intelectual, pero prefiero guardarla.

Yo no tengo historia sobre la final del Mundial. La ausencia de historia es mi historia sobre la final del Mundial. Estaba solo en casa y en el sofá, escribiendo una croniquilla para un blog. Pijama, pizza y no tener que trabajar, ni tan mal.

Creo que fue uno de esos momentos que valoras cuando pasa un tiempo y miras hacia atrás, y piensas lo feliz que eras y no lo sabías y te daba igual.

Estaba más tranquilo cuando era feliz sin saberlo. Cuando creces eres demasiado consciente de la felicidad, y de lo frágil que es. Ahora capturo momentos y me digo eh, saboréalos, todos sanos y todos bien, que esto un día acabará y llegará la vejez y la enfermedad. Ahora pienso eso y la alegría se ensombrece un poco siempre, pero no importa, es normal.

Si España juega otra final intentaré construir una historia digna de recordar. Eso lo pienso ahora, pero llegará el momento e intuyo que la querré ver solo otra vez, en plan dejadme en paz. No lo sé. Si España gana otro Mundial, podremos comparar.

Las efemérides regresan a nosotros para masajearnos el cerebro. Mi función favorita de las redes sociales ya es el aviso del recuerdo. No hay noche que no asome para corroborar qué feliz era en el año 2012, en el 2014 o en el 2018. Feliz en diferido, porque entonces no era consciente. Al menos eso es lo que parece.

Todo el mundo suele recordar qué estaba haciendo durante aquel partido especial. Rafa nos recordó anoche, en un grupo de Whatsapp, que se cumplían 15 años de la exhibición de Ronaldinho en el Santiago Bernabéu. Emilio recordaba bien dónde vio aquel partido especial. En un bar, nos dijo. El dueño era del Real Madrid a muerte, nos dijo. El dueño del bar cambiaba de canal para no ver las repeticiones de los goles, nos dijo. El dueño quitaba el fútbol y ponía un canal porno para no ver las repeticiones, nos dijo. En el bar había niños, nos dijo.