Desconozco si la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, le soltó a Pablo Iglesias aquello de «no más marrones, Pablo». Si no lo hizo, sí tengo por cierto qué es lo que piensan la mayoría de los ministros socialistas, en especial aquellos de declarado pensamiento socialdemócrata. El líder de Unidas Podemos tiene demostrada tendencia a que le vean como elefante en cacharrería y meterse en jardín sin flores. Y. además, alardea de ello. Le va en sus propios genes estar siempre en exposición como un santo milagrero de lo social, con la mirada traspuesta, entrecejo fruncido e incapaz de una sonrisa amable, como si estuviera de por vida estreñido. De haber estado yo en el estado de gracia que atraviesa María Jesús Montero habría sido más radical y directo con un «no me jodas más, Pablo».

Pero Iglesias no sería el mismo si dejara de ser la pesada y necesaria mosca cojonera en el Gobierno que preside Pedro Sánchez, presidente cada vez más eufórico por su manifiesta capacidad para ganarse a pulso que la derecha y la ultraderecha lo pongan a caer de un burro. Desconozco si Pablo Casado y Santiago Abascal tienen aprendido que cuanto más insulten a Pedro Sánchez (les falta llamarle idiota, pero todo se andará, ya verán ustedes) más se afianza Sánchez en el poder; más y mejor se consolida el Gobierno de coalición y mejor respuesta encuentra entre quienes se mueven en pensamiento y acción de hombre de izquierdas.

Lo cierto es que, sobre todo Casado, no encuentra rendija rentable por donde minar la solidez del Gobierno de coalición pese a las evidentes discrepancias que hay entre los dos socios. Casado y mucho más Abascal son incapaces de salirse del habitual mantra de echar todas las pestes habidas y por haber sobre el Gobierno de Sánchez, con permanentes insultos labrados, además, con trazos gordos que terminan por ser como quien oye caer la lluvia, que nadie le hace caso. Tan sólo la gota malaya podría ser operativa, pero para eso Casado y Abascal tendrían que salir de su habitual rosario viperino y abrigo serias dudas de que tengan capacidad intelectual y política para transitar por sendas distintas.

Dicho lo cual y a la vista de cómo cada vez sale más fortalecido el Gobierno del permanente show a que le somete la oposición en el Congreso, (Porrusalda, dijo con su habitual acierto el portavoz del PNV Aitor Aguirre) no se puede ocultar, por mucho que se quiera, las tensiones internas en el Gobierno, en algunas ocasiones verdaderas batallas. Unidas Podemos ha decidido abrir frentes y pelear en todos los asuntos de la agenda social como incrementar el salario, vigilar las pensiones y desahucios (ya hay acuerdo), reforma laboral y evitar los cortes de suministros a los más desamparados, entre otras medidas. Y de esta agenda no se van a salir, peleando hasta con el sursum corda por hacer ver a su menguante base electoral que no son convidados de piedra en un Gobierno que tiene demostrada su eficacia en asuntos sociales, pero que maneja los tiempos sin las apreturas y urgencias que exige Pablo Iglesias. Lo dicho, Pablo, no me jodas.

Hay quien propugna poner diapasón bajo a las discrepancias, normales por otra parte, en un Gobierno donde dos formaciones que han sido feroces rivales electorales y tienen claras diferencias políticas se enfrentan casi a diario, sobre todo en los viernes de dolores en las comisiones delegadas de asuntos económicos que suele presidir la socialdemócrata Nadia Calviño. Las discrepancias en sí, no son malas, sino saludables, siempre y cuando sean positivas y mejoren las condiciones de vida de los ciudadanos. Lo que no se puede es poner sobre la mesa del diálogo líneas rojas. Y eso lo sabe muy bien Pablo Iglesias, así que «no me jodas, Pablito».

Vivimos tiempos de angustia, incertidumbre y acojone por la pandemia, sobre todo quienes nos movemos en áreas peligrosas por la edad. A estas alturas sigue habiendo serias dudas de cómo se gestionarán por las Gobiernos autónomos las Navidades e incluso se alzan voces para que sea el Gobierno Central el que tome las riendas. No lo sé y por eso me quedo con lo escrito por Elena Blanco, presidenta del Colegio de Periodistas de Málaga, cuando reivindica el papel del periodismo como servicio público esencial, así como la cada vez más necesaria vigencia de la información de calidad. Me apunto, Elena.

P.D.- (1) Con su habitual cara de piedra Isabel Díaz Ayuso sigue haciendo populismo con la sanidad. Más cañitas, ha dicho el alcalde. Díaz Ayuso tiene la imperiosa necesidad de oponerse a cualquier medida del Gobierno, criticarlo; de sobresalir y destacar. Le va en sus genes.

(2) No conozco a la alcaldesa de Parauta (Málaga) la socialista Katin Ortega pero le alabo su decisión de cambiar luces por cesta de Navidad. Ejemplo a seguir, pero para ello hay que tener sensibilidad social. Lo que ha venido pidiendo, una y mil veces, la inquieta socialista y concejal del Ayuntamiento de Málaga Begoña Medina al alcalde malagueño. Vano intento. Calle Larios, despilfarro incomprensible. Y los Ángeles de la Noche haciendo virguerías para alimentar a miles de olvidados.

(3) Al PP de Casado le cercan las declaraciones del exjefe de la Policía, Eugenio Pino, implicando a más dirigentes en el caso Kitchen, el espionaje sin control urdido en 2003 para robar a Bárcenas documentación comprometedora para el PP. El asunto no es baladí y Casado no puede mirar a otra parte. Él lo sabe.

(4) Y para que Casado no me tenga que recordar al Niño Jesús en el pesebre, ni que estamos en fechas sacrosantas, vaya mi respeto y recuerdo solidario con quienes más sufren.