Casi toda la información sobre la pandemia que aparece en los medios de comunicación se centra en hechos cuantificables: número de fallecidos, número de contagiados, número de hospitalizados, número de ingresados en la UCI, número de curados€ En lo referente a la economía: cantidad de pérdidas, cantidad de parados, cantidad de ERTES, cantidad de despidos, cantidad de cierres, cantidad de ayudas€ En lo relacionado con las medidas: número de comensales en las cenas de Nochebuena y Nochevieja, número de asistentes a congresos y eventos, porcentaje de ocupación de terrazas, metros de distancia, precio de las mascarillas€

Lo que no es cuantificable no tiene presencia. Por eso se habla poco de sentimientos y emociones. Lo que no puede traducirse a números parece que no puede ser noticia de interés. Por otra parte, los sentimientos nada tienen que ver con el dinero, no se pueden comprar ni vender. Ni con el poder, ni con la fama, que son valores al alza.

Sin embargo, nuestra vida es desdichada o feliz por la esfera de los sentimientos. Nadie es feliz, per se, por la cantidad de dinero que posee, por el poder que ostenta o por la fama que ha conseguido.

En la pandemia nuestro mundo emocional se ha visto exacerbado, acrisolado, agitado por sentimientos diversos. Pero se habla poco de ello. La pandemia ha generado sentimientos de miedo. Miedo al contagio (tanto a contagiar como a ser contagiado), miedo a la enfermedad y a sus secuelas, miedo a la muerte. Miedo al desempleo, miedo a la ruina, miedo a la pobreza. ¿Cómo afrontar este sentimiento que se alimenta con las noticias, con la persistencia del problema, con la incertidumbre ante el futuro, con los bulos, con la falta de claridad respecto al final?

El miedo es un sentimiento necesario. Si no lo tuviéramos acabaríamos todos contagiados, nos meteríamos en la boca del lobo, viviríamos riesgos insuperables. Pero si no se controla puede atenazarnos, angustiarnos y destruirnos. Los miedos incontrolados se convierten en fobias que no nos dejan vivir. De hecho, por lo que he leído, oído y sabido, están proliferando la habefobia, que es el miedo patológico a tocar o a ser tocado, la claustrofobia que nos inocula un temor enfermizo a permanecer en lugares cerrados, la agorafobia, que convierte en terror los lugares abiertos€

José Antonio Marina y Marisa López Penas dicen en su ´Diccionario de los sentimientos': «El miedo es una perturbación del ánimo por un mal que realmente amenaza o que se finge en la imaginación».

¿Cómo estarán viviendo esta crisis los hipocondríacos, esas personas que padecen un miedo patológico a las enfermedades? He pensado muchas veces en ellos. He imaginado su angustia ante la más leve tos, el mínimo dolor de cabeza o una mínima sensación de cansancio€

La pandemia nos ha aislado, nos ha hecho mantener la distancia de seguridad cuando, en realidad, es la cercanía emocional la que nos brinda tranquilidad y fuerza. Hemos perdido muchos abrazos. Pensemos en los abrazos que se han perdido durante la pandemia. Abuelos que no pueden abrazar a sus nietos, padres que no pueden abrazar a sus hijos, amigos que no pueden abrazarse€ Las personas que viven solas sin haber elegido estarlo, habrán sentido el temor a no poder ser atendidos en casos de necesidad o de apremio. Y se han visto privadas del calor y la ternura de un abrazo

¿Qué decir del dolor y la tristeza que han asaltado a los enfermos y a los familiares de los enfermos? Porque el virus ha invadido el cuerpo de algunos pacientes con tal crueldad que los ha llevado al borde la muerte y les ha dejado secuelas de imprevisible gravedad y duración.

Cuando ha llegado la muerte, muchas personas no han podido despedirse de sus seres queridos, no han tenido una mano a la que agarrarse en el trance supremo de abandonar el mundo. Han muerto solos. Y los familiares no han podido elaborar un duelo como les exigía la ley del corazón.

También quiero mencionar otros sentimientos que, sin duda, han estado presentes para ayudarnos a sobrevivir emocionalmente. Sin esperanza, no hubiéramos podido atravesar este largo túnel. El optimismo resulta indispensable siempre, pero lo es más en las situaciones adversas de la vida, como está resultando ser esta terrible e interminable pandemia. La fuerza del optimismo nos hace seguir avanzando. El amor ha sido un gran apoyo para mantener el paso y alimentar la ilusión por sobrevivir. Hay que saber solicitar, recibir y dar amor. Hay que cultivarlo a través de formas nuevas. Hay que reinventarlo sin cesar.

No hemos tenido educación emocional. Se nos ha enseñado a conocer y a trabajar, se nos ha dicho cómo tenemos que pensar y qué tenemos que hacer. Pero no se nos ha dicho ni media palabra sobre cómo tenemos que afrontar, expresar y compartir nuestros sentimientos. Y a los hombres, se nos ha castigado por intentar hacerlo.

Cuando alguien es muy inteligente, reconocemos, admiramos y ensalzamos su capacidad pero, cuando alguien es muy sensible, decimos de él, con cierto desdén y evidente descalificación, que es muy sensiblero.

Aprovecho la ocasión, al hablar sobre estas cuestiones para agradecer el premio que me ha concedido la Fundación Liderazgo Chile, en plena pandemia. Un premio que lleva esta denominación: ´Personas que dejan huella. Por su contribución al bienestar emocional de América Latina'. Lo compartí con dos amigos, la psicóloga chilena Pilar Sordo (ver su libro ´Educar para sentir, sentir para educar') y el catedrático español Rafael Bisquerra (´Psicopedagogía de las emociones, entre muchos otros'), con el cantante colombiano Juanes y con el actor y cantante argentino Diego Torres. La ceremonia de entrega tuvo lugar en la tarde/noche (tarde en Santiago de Chile, noche en España) del pasado día 22 de diciembre. Es la primera vez en mi vida que veo un premio referido al ámbito del bienestar emocional. Todos los que conozco se relacionan con la ciencia, el arte, la medicina, el cine, la literatura, el emprendimiento, el teatro, el heroísmo, el deporte, la milicia.€

Esta fundación ha impulsado en Chile la promulgación de una Ley sobre la Educación Emocional. Y pretende extender la idea a todos los países de América Latina. Investiga, publica y forma a las personas en el ámbito emocional€

Estoy seguro de que América Latina me ha dado mucho más de lo que yo he entregado. Me alegra, sin embargo el premio porque me permite subrayar al recibirlo la importancia que tiene para cada individuo y para la sociedad que las personas trabajen en su desarrollo emocional y que las instituciones de formación tengan muy presente esta exigencia que, sin duda, nos hará más felices y mejores personas.

Aprovecho también la ocasión para agradecer a mi mujer, Lourdes, y a mi hija Carla (presentes por sorpresa para mí en la entrega), las muchas horas de ausencia que este premio les ha costado. En buena medida, es suyo. Recuerdo que cuando Carla tenía 7 años y le dije que me iba ocho días para trabajar en Chile, me apostilló con seriedad no afectada:

- Papá, tus viajes me van a arruinar la vida.

Una profesora, a quien conté la anécdota, le escribió una hermosa carta a Carla, que ella contestó diciendo que había visto que su padre era muy importante para los profesores de Chile, pero que era más importante para su hija, y que por eso, decía textualmente, «la próxima vez irá dos días, pero no ocho».

Con estas líneas quiero invitar a mantener cuidado el corazón en estos tiempos de pandemia y a recuperar los abrazos perdidos cuando le digamos adiós definitivamente.