Opinión | El Palique

El mayordomo de Batman

El edificio de Moneo crece por días y su estructura es ya importante y va camino de imponente. Son las 9.40 y un grupo de obreros merodea por la obra. Hago escala en Los Pueblos, casi enfrente de Atarazanas, que es un desayunadero estupendo con mucho éxito también en el menú del día. El menú del día es una asignatura que muchos establecimiento dan por buena con un gazpacho o sopa de picadillo y una rosada plancha de segundo. Y sale uno como si le hubieran puesto una inyección en lugar de como si hubiera almorzado. A veces tratan de tapar tal fracaso con «un flan casero», pero se ve que es casero porque te lo podrías llevar a tu casa y seguiría igual de duro. Tras el reconfortante pan con aceite y mitad doble dan ganas de invadir Polonia o pasear por calle Nueva. No obstante paso por el callejón de Aranda y veo a la gente tomar churros. No falta quien los engulle. Otros los agarran con veneración. Observo a una familia de rubiascos delgados. Hablan una lengua extraña y mojan con delectación todos en la misma taza de chocolate. La familia que moja unida permanece unida, al menos hasta la hora de pagar, que siempre hay alguien que se va al baño para escaquearse de poner unas monedas. Un camarero alza un poco la voz para repetirle a una señora, creo que también extranjera, lo que la señora no entiende por mucho que el volumen cambie: «¿Lo quiere doble o pequeño?».

En Aranda dan vasito de agua. Del vasito de agua siempre se olvidan en otros sitios que se dan mucho pisto pero no saben hacer el pisto. Mejor es tener ínfulas. Ínfulas nadie te pide, así que no hace falta saber cocinarlas. Gano calle Nueva, esquivo a varios jóvenes tenazes, con sobrepeso y vestidos con peto que tratan de que te hagas de una onegé. De una de esas fintas que hago acabo en la Casa del Libro, donde magreo el último de Lorenzo Silva, ‘Castellano’. Una encargada muy amable me pregunta si quiero algo y estoy tentado de decir que otro café, pero me parece que sería una respuesta no entendida que podría ponerla a ella de mal café más que de mala leche. La gente no está para que le hagan gracietas mientras trabaja, aunque bien es verdad que hay gente que trabaja tanto porque no tiene sentido del humor. Y como se ponen siempre tan serios pues alguien les encarga algo.

Estoy tentado de volver a las obras del hotel de Moneo, lo mismo ha crecido una altura más. Pero salgo a la plaza de la Constitución a contar gente con sombrero. O gorro. De cualquier tipo. Valen boinas. A bote pronto, entre el gentío, tres. Una es pamela, otro es sombrero retro y el tercero es gorra moderna de esas como de béisbol que lleva en la testa un hombre que se parece a Michael Caine. Son las 10.40. Tan magnífica carrera cinematrográfica y quedará para muchos como el mayordomo de Batman. Dudo qué camino tomar. No importa cuándo lea esto. Es el primer día oficial del verano. Curiosa la costumbre que comienzo a ver en algunos bares: tienen una jaula con pajaritos.