Tribuna

Pasando los 60

Día de Reyes primaveral en las calles del Centro de Málaga

Día de Reyes primaveral en las calles del Centro de Málaga / Gregorio Marrero

José Luis Raya

José Luis Raya

Como sabemos, la palabra jubilación procede del latín (jubilare), que se relaciona con júbilo (alegría). Al cruzar la otrora lejana frontera de los sesenta se ha presentado al mismo tiempo mi jubilación, casi de repente, lo mismo que esa edad tan redonda y rotunda. «Repentinamente» porque no ha sido algo esperado con obcecación. Han pasado los días, los meses y los años con sorprendente fugacidad. En efecto, lo efímero oculta en su embrión lo inadvertido y lo predispuesto, esto es, la rutina. De esta manera, apenas se percibe. Han pasado muchos años (más de treinta y cinco) al pie del cañón, inmerso como muchos compañeros y compañeras en la ardua y, a la vez, gratificante tarea de la docencia.

Casi nadie percibe la importancia de esta frontera hasta que uno se encuentra con ella. He de pedir disculpas a todos mis compañeros jubilados-as por no volcarme mucho más en aquella despedida. Ya he comprobado la extraña sensación que se experimenta al llegar a esta especie de destierro. Me fui del lugar de mi trabajo con un caluroso y emotivo adiós, donde hubo abrazos, risas y lágrimas, por parte de alumnos y compañeros. No imaginaba que fuese tan querido. Y ello me insufló oxigeno puro para afrontar el crepúsculo.

Ya sé que la vida es el presente que se está cocinando en nuestro propio entorno y en nuestra mente. El pasado no debería de contar por caduco y el futuro por incierto; pero el caso es que cuenta. Al echar la vista atrás, oteo los errores cometidos y cómo debería haberlos afrontado. Al pensar en el futuro, debemos sortear esa piedra que se cruza siempre en nuestro camino. Obviamente la juventud es la etapa de los tropiezos, pero sorprendentemente volvemos a equivocarnos. Es difícil actuar con templanza en todo momento, incluso en nuestra edad tardía, ya que, a veces, las circunstancias nos empujan a hacer lo que no habíamos previsto. Uno no puede ser tan frío o calculador como para obrar siempre de la misma guisa. Lo confirmaba irónicamente Oscar Wilde al manifestar: «Discúlpeme, no le había reconocido: he cambiado mucho». En realidad estamos en permanente transformación, excepto los pétreos cerebros que lo saben todo o las frías mentes calculadoras: que ni sufren ni padecen.

«Mirando hacia atrás sin ira», contradiciendo al dramaturgo John Osborne, aunque por otro lado quizás yo mismo pertenezca a la generación del «angry young men», solo puedo estar a la vida muy agradecido, especialmente si esta idea la usamos en términos comparativos; pero esta no es la cuestión, sino el hecho de cómo hayas percibido los años pasados y cómo te enfrentes a los venideros, si bien, prefiero obviar el concepto interno que entraña la palabra «enfrentamiento».

Así es, voy a evitar esta idea, aunque es cierto que a ciertas edades uno se vuelve más y más quisquilloso y ya no aguantas tantas gilipolleces. Lo acertado es evadirse y rodearse de todo aquello que te produzca deleite. El hedonismo debería ser el epicentro de esta nueva etapa; pero ello no implica que reflexiones al respecto sobre todo aquello que viviste. Me gustaría aprovechar para salir o entrar en el armario, o en el baúl, ya no sé lo que debo hacer en ese sentido. Lo que está claro es que no volveré a poner la otra mejilla. Claro que perdono a aquellos que de manera consciente o inconsciente me ofendieron, pues no siempre actuamos tal y como somos, sino que hemos heredado una educación social y familiar de la que estamos impregnados. El hombre/mujer inteligente debe saber limpiarse y lamerse los estigmas que generan los prejuicios sociales. «Perdonar y reencontrarse» deberían ser las nociones que nos guíen, siempre y cuando las dos partes se miren a los ojos y lo deseen.

Intento siempre ver el vaso medio lleno, pero a mi alrededor solo encuentro un mundo enfrentado: naciones, familiares y amigos.

Al llegar al crepúsculo de los sesenta debemos empeñarnos en sanar las heridas del pasado, abrazar con amor y perdonar, pero sobre todo perdonarnos a nosotros mismos. Es la única manera de darle un sentido más humano a la vida. Es la única manera de abandonar viviendo este vallis lacrimarum.

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