El contrapunto

Dinastías

Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

En los finales de la década de los cincuenta, la influyente revista norteamericana LIFE publicó un extenso y bien ilustrado reportaje sobre un hotel situado en un lugar tan hermoso como desconocido: Marbella. En la costa de la provincia de Málaga, en los confines meridionales de Europa. En un lejano país,  escasas veces asociado entonces a los placeres del «art de vivre». Aquel atractivo hotel, que parecía no querer dar la impresión de serlo, y sí una hermosa y risueña residencia privada andaluza, llevaba el nombre de Golf Hotel Guadalmina. Tuvo fama de que allí se dormía, se comía y se bebía muy bien. El personal era sorprendentemente eficiente, además de muy amable y simpático. Y además el campo de golf, de 18 hoyos, estaba en muy buenas condiciones.

Se levantaba el hotel Guadalmina en un lugar muy especial. En una playa que bordeaba una hermosa finca agrícola, con un fondo de montañas increíbles, bellísimas, en la que no faltaban ni las ruinas de un antiguo asentamiento romano. Que se dejaban entrever entre la generosa vegetación del lugar, con el peñón de Gibraltar y las agrestes sierras africanas cerrando los horizontes.

Era un lugar muy bello, aquella costa algo salvaje, poco explorada por los viajeros y por lo tanto bastante alejada de los circuitos consagrados por la «high society» internacional. Como la Costa Azul, las Rivieras italianas, Biarritz o Deauville. Pero aquella excentricidad, aquel alejamiento de los caminos trillados era una poderosa arma secreta. Recuerdo que en una de las fotos de LIFE aparecían tomando el aperitivo en la piscina del hotel conocidos miembros de dinastías extraídas del Anuario del Gran Mundo, el Gotha o el Debrett’s

En varias de aquellas fotos de LIFE aparecía como personaje central un señor de cierta edad, obviamente el alma de aquella casa. Don Ángel Fernández de Liencres, marqués de Nájera y Donadío. Por su lenguaje corporal, podría haber sido miembro de una ilustre familia, muy importante en la historia de España. O un distinguido oficial retirado  de la Legión Extranjera francesa. O un jinete de gran distinción. Muy respetado  a ambos lados del Atlántico. O el rey de la Grande Saison de Baden-Baden. O un golfista de gran solera.  Pues sí. En realidad el marqués de Nájera había sido todo eso en su larga vida. Y muchas cosas más.

Don Ángel fue también algo más que un gran señor y un amigo providencial durante aquellas décadas prodigiosas. Antes de la Guerra Civil  ya fue el alma del primer club de golf de la provincia. El Club de Campo de Málaga. En el ya portentosos Torremolinos, el marqués nos dejó una de sus obras maestras: El Remo, lugar mágico,  en tierras de Montemar y La Carihuela, donde lo más granado de Hollywood empezaba  a descubrir España.

En los comienzos de la década de los sesenta el banquero Ignacio Coca decidió crear en Marbella  un maravilloso «resort» de turismo con mayúscula. Se llamaría Los Monteros. Y solo había una persona para dar el toque mágico: el marqués de Nájera. Y así el marqués, don Ángel, pudo coronar su larga y fecunda vida con la crianza de Los Monteros. Uno de los mejores hoteles del mundo. Tuve el inmerecido honor de poder trabajar en su equipo.  Lo agradeceré siempre. El resto de la historia ya la conocen ustedes.