Hablamos un idioma glorioso: el español

Fue en una reciente y memorable intervención de S.M. el Rey Felipe VI, concretamente en el acto de clausura del proyecto de la Fundación Telefónica «El valor económico del español» en la que proclamó Su Majestad el Rey lo siguiente: «Debemos subrayar que el alcance del español supera incluso las extraordinarias dimensiones del espacio estrictamente hispanohablante. De hecho, en la actualidad son 567 millones de personas que lo hablan en todo el mundo; y las previsiones para 2050 anticipan una cifra superior a los 750 millones. El español goza de una muy buena salud, y ha llegado al siglo XXI muy fortalecido. Esto es así porque ha superado con éxito tres grandes desafíos: sobrevivir al paso del tiempo, rebasar las limitaciones geográficas y mantener la unidad dentro de la diversidad». Hasta aquí la cita de las acertadas palabras de Su Majestad.

Palabras que nos recuerdan las que resonaron recientemente en la Quinta Avenida de Nueva York con motivo de la celebración del Desfile del Día de la Hispanidad, el 8 de octubre del 2023. Palabras que fueron entonces, como en tantas otras ocasiones, portadoras universales de la inmensa riqueza y vitalidad de uno de los más grandes lenguajes de la humanidad: el español. Así se proclamaba con un justificado orgullo y emoción en la bandera o «banner» que encabezaba ese magno e inolvidable desfile neoyorquino de hispanohablantes: HABLAMOS ESPAÑOL.

Todavía siguen levantando doctas polvaredas las recientes decisiones de las Academias de la Lengua en los países de habla hispana. Aquellas que limpian, fijan y dan esplendor a nuestro hermoso y casi universal idioma, el español. Como ustedes recordarán, algunos de los cambios más polémicos son, entre otros, los representados por el propósito de dejar de utilizar la tilde en la palabra sólo, cuando ésta equivale a solamente eliminar la tilde en el demostrativo éste, cuando no va acompañado por un sustantivo, lo que nos podría crear problemas a la hora de interpretar correctamente el enunciado. En otra disposición de las Academias se decide cambiar por el vocablo «ye» la histórica i griega, hasta ahora la vigésima octava letra del abecedario español. Una dolorosa pérdida esta última.

Los dos acentos condenados daban un valor añadido a las palabras escritas que los portaban, con las ventajas de la sutileza, la expresividad y sobre todo la de la claridad. No olvidemos que el español posee, gracias a las tildes, una sofisticación lingüística más que notable. Y en cuanto a la i griega es ésta una figura muy enraizada en la latinidad, por lo que debería haber merecido mejor suerte a la hora de ser sentenciada por los ilustres académicos.

Ennoblecen este texto de La Opinión de Málaga dos ilustraciones. En ambas aparecen momentos muy importantes de este desfile. Se las agradezco a mi buen amigo Pepe Navajas, el providencial coordinador de la Delegación Española del Desfile, como representante de la Spanish Benevolent Society, La Nacional, como ilustre y veterana promotora del ya histórico desfile neoyorquino que protagonizan y hacen posible, nada más ni nada menos, que las brillantes representaciones de 21 países de habla española.

Tengo la buena suerte de ser español. Y por lo tanto puedo comunicarme en un idioma que es un muy noble hijo del Latín que la Roma Eterna hizo posible. Y por lo tanto capaz de compartir la sabiduría y la historia de los que lo hacen posible desde hace siglos. Hoy repartidos por todo el mundo.

Para la mayor gloria de la Humanidad.

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