MIRANDO AL ABISMO

El péndulo y la ignorancia

María Gaitán

María Gaitán

Una de las definiciones gráficas que, a mi parecer, mejor representa el funcionamiento de la sociedad es la imagen de un péndulo. Los péndulos se mueven de un lado a otro sin cesar y lo único que cambia es la velocidad con la que se balancean. Las sociedades se comportan de la misma forma, vamos repitiendo acontecimientos en un vaivén que se nos antoja sin fin.

A priori parece que no hay nada que podamos hacer para acabar con ese movimiento social que nos hace caer en viejos errores una y otra vez. Esto no estaba tan claro para uno de los más grandes exponentes de la filosofía de la sospecha: Friedrich Nietzsche. El pensador alemán decía que la sociedad occidental estaba sumida en el nihilismo, palabra que, como podemos ver, procede etimológicamente de la palabra nihil que significa nada. El nihilismo para Nietzsche, en síntesis, «se define en función de la voluntad de poder. Cuando esta voluntad disminuye o se agota, aparece el nihilismo, puesto que tal voluntad no es otra cosa que la esencia de la vida». En la obra del alemán aparece mucho el concepto «voluntad de poder», pero nunca lo define de una forma concreta. Aun así, podemos entender que habla de hacernos volitivamente conscientes de nuestros actos. Estamos en plena ilustración y Nietzsche va a apostar por la total independencia de la razón y la conciencia humana. Es, por lo tanto, consciente de que la sociedad necesita un cambio, necesita tomar consciencia de sí misma para salir del círculo nihilista en el que vive y que Nietzsche va a llamar «eterno retorno». Este eterno retorno significa que todo estará ocurriendo, de la misma manera, una y otra vez hasta el fin de los tiempos o hasta la ruptura del nihilismo.

En definitiva, el profundo desinterés individual por no enfrentarnos a la realidad sin una red que evite que nos hagamos daño ha dado lugar a una sociedad que no tiene el más mínimo interés por dejar de cimentar su realidad en valores vacuos. Entender que estamos solos y que nuestra acciones son solo nuestras da miedo, la libertad absoluta nos asusta y ese temor no nos permite avanzar.

No solo no hemos realizado el esfuerzo individual y social de tomar consciencia de nuestros actos y de sus consecuencias, sino que también hemos relegado al ostracismo a la libertad y a los librepensadores. El péndulo sigue moviéndose, el círculo sigue su eterno camino y el valor para la rebelión no aparece por ningún lado.