EL CONTRAPUNTO

Aquel gran hotel de Buenos Aires

Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

«Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros», así nos lo dijo el maestro Borges en su ‘Argumentum ornithologicum’. Cierro los ojos y veo a los pájaros porteños volando sobre ese impresionante hotel del centro de Buenos Aires, la ciudad de la buena arquitectura y los prodigiosos paisajes humanos. Confieso que siempre recuerdo al Alvear con respeto y con mucho afecto. Sobre todo por su casi milagrosa capacidad de supervivencia ante las caleidoscópicas vicisitudes a las que tuvo que enfrentarse. El Alvear ha sido y es probablemente uno de los mejores hoteles de la América del Sur. Mi primera llegada a esa casa egregia fue en una tarde, desapacible y fría, de los comienzos de una lejana primavera porteña. En Buenos Aires sus habitantes salían con esfuerzos y con no pocas penalidades de una de aquellas crisis cíclicas que caen de vez en cuando, como una losa, sobre la Argentina, uno de los países de este planeta que más me atraen. A pesar de todo, el hotel brillaba desde su interior, con sus claves secretas, cálido, como una joya perfecta. Conservaba el Alvear todas las buenas vibraciones de los grandes hoteles londinenses o parisinos de antaño. Reconocí los aromas identificatorios que hacían guardia en sus salones. Olía todo a buena pintura, a la cera que hacía brillar las maderas nobles de aquellos muy venerables muebles, a los que acompañaban a su vez excelentes alfombras e impresionantes gobelinos. Mezclados con los aromas y los tenues vestigios de perfumes que generaciones de huéspedes femeninos habían ido dejando con el paso de los años.

Los porteños que saben de hoteles dicen que el Alvear es también el fruto sin complejos del genio europeo. Es cierto. Reconocemos en él tantas huellas del talento del maestro César Ritz, aquel pastorcillo suizo que un día se convirtió en el Rey de los Hoteleros y el Hotelero de los Reyes. Nos recuerda tantas veces el Alvear al Ritz de la parisina Place Vendôme o al muy londinense Ritz de Piccadilly. Y por supuesto a nuestro querido Ritz de Madrid, en el número 5 de la plaza de la Lealtad.

El Alvear Palace fue inaugurado el 2 de septiembre de 1932. Se levantaba en la intersección entre la avenida Alvear y la calle Ayacucho, en el lugar donde antaño tuvo su residencia una ilustre familia de patricios bonaerenses. Después de diez años de trabajos, interrupciones y cambios en el proyecto, era evidente que el doctor Rafael De Miero, su creador, finalmente había logrado hacer realidad su sueño. Levantar en La Recoleta uno de los mejores hoteles del mundo.

El famoso arquitecto Brodsky diseñó el edificio. Los decoradores Medhurst y Harris diseñaron el resto. Se percibía mucho de lo mejor de la vieja Europa en aquella casa espléndida: cristales de Baccarat, mármoles de Carrara, parquets de robles de Eslavonia. El hotel tenía 10 plantas y 5 subsuelos, en los que se aprovechó ingeniosamente la pendiente de la calle Ayacucho. Ofrecía este augusto establecimiento doce grandes salones palaciegos para recepciones y acontecimientos sociales. Además de un Jardín de Invierno, que recordaría a más de un francófilo porteño las glorias del Gran Trianón.

En 1940 se amplió el Alvear, gracias a la adquisición de una de las mansiones colindantes. El mundo vivía entonces tiempos muy complicados por las calamidades de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de la contienda, y quizás gracias a ella, la Argentina y los argentinos prosperaban y la vida discurría dentro de un paréntesis de neutralidad, alegre y confiada. Pero al final, las nuevas turbulencias económicas no dejarían de afectar al hotel. Para hacer caja, se fueron vendiendo habitaciones a antiguos clientes, que preferían vivir con carácter permanente en aquel hotel, tan amado, antes de que lo cerraran.

En 1970 fue adquirido el Alvear por el barón Andrés von Wernitz Salm-Kryburg. Tiempos complicados, que inauguraron una etapa de decadencia que llegó a amenazar con llevar el hotel a una lenta agonía final. En 1978 el barón vendió el Alvear al grupo hotelero Aragón Valera. Desde 1984 el Alvear es propiedad del Grupo Sutton Dabbah. Desde entonces la trayectoria de esa admirable y curtida institución bonaerense es claramente ascendente y digna del legado de uno de los mejores hoteles de las Américas. ¡Un Happy End! Creo que no sería justo el no rendir ahora públicamente un homenaje de gratitud y respeto a los profesionales que a lo largo de los años han mantenido los fuegos sagrados. Hicieron posible la supervivencia de ese espléndido hotel, de nuevo deslumbrante, como una moneda de oro, perfecta, recién acuñada. Algo que siempre es de agradecer en este mundo, tantas veces tan amenazador como injustamente imperfecto.