Error del sistema
El poder del odio
¿Cómo Milei ha podido auparse a la presidencia de Argentina?, nos preguntamos. Quizá, incluso, le tachamos de ridículo creyendo descalificarlo
Hitler era un tipo ridículo. Sus ademanes exagerados, ese bigote absurdo, el flequillo pegado a su rostro. Sí, sería ridículo… si no conociéramos su capacidad de destrucción. El historiador británico Laurence Rees describe a Hitler como una persona «dañada», incapaz de sentir empatía ni compasión. Era inamovible en sus certezas y, por ello, ofrecía la protección de un padre autoritario. Una roca inquebrantable para una mayoría de alemanes que sentía el suelo temblar bajo sus pies. Un elemento lo hacía irresistible: su ilimitada capacidad de odio. Como reflexiona el historiador, «el poder del odio está infravalorado. Es más fácil unir a la gente alrededor del odio que en torno a cualquier creencia positiva».
Tal vez el futuro nos libra de otro Hitler, pero las condiciones de su ascenso nos ayudan a entender nuevos fenómenos. ¿Cómo Milei ha podido auparse a la presidencia de Argentina?, nos preguntamos. Quizá, incluso, le tachamos de ridículo creyendo descalificarlo. Lo cierto es que una profunda crisis económica, un sistema de partidos desprestigiado y un candidato electoral que exhibía agresividad ha obrado lo inverosímil. Al fin, el poder del odio.
Primero vinieron las burlas al ‘buenismo’, ¿recuerdan? Ese término que inventó la derecha para confundir humanidad con sentimentalismo. Después, las cada vez más desacomplejadas bravatas de la ultraderecha. Ahora, la alianza de los partidos conservadores y los ultras. ¿Y la izquierda? ¿Cómo planta batalla?
Pedro Sánchez ahonda en la equiparación entre PP y Vox. La llevó al Parlamento Europeo en un duro discurso, llegando a evocar la Alemania nazi ante Manfred Weber, el líder del Partido Popular Europeo. El político alemán se muestra partidario de pactar con la ultraderecha siempre que sea «proeuropea, pro-Ucrania, pro-Israel y pro Estado de Derecho». Y eso, aunque criticable, no le convierte en un nazi.
Sánchez se presenta como la defensa contra el odio. Bajo esa concepción, justifica todas sus decisiones. Pero ese argumento tiene sus riesgos, porque no deja de habitar el mismo terreno que dice combatir. Su fortaleza radica en la animadversión del otro, se hace fuerte en el conflicto. Las provocaciones de Abascal ya son una incitación a la violencia. Odio y más odio. Puede que para la izquierda resulte difícil unir a la gente alrededor de una ‘creencia positiva’, utilizando las palabras de Rees, pero lo imposible es revolcarse en el lodazal y no salir irremediablemente manchado. La deshumanización no puede ser el único camino.
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