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Jordi Cánovas

Traiciones

Es muy difícil pasar por la vida sin que a uno le traicionen de una u otra manera. Nos traicionan los nervios a veces y se puede terminar no diciendo lo que toca o haciendo lo que no conviene por verse superado de pronto por una situación que se imaginaba controlable o controlada, pero que por lo que sea, cuando se presenta nos desestabiliza y nos saca de los rieles de lo previsible y uno acaba haciendo el ridículo, cuando no el idiota. También nos puede traicionar sin compasión la memoria y no nos acordarnos justo cuando es preciso de un nombre o una fecha que debía recordarse siempre o nos olvidamos durante un momento de aquello que debíamos callar hasta el final y lo terminamos diciendo muy a nuestro pesar y de quien no debió escucharlo.

Nos traicionamos también a nosotros mismos, de forma deliberada o inconsciente, repitiendo lo que prometimos no volver a hacer o no empezando otra vez lo que estábamos convencidos de que esta vez sí. También nos traicionan los demás, sobre todo los amigos o acaso sólo estos podrían, junto con la gente cercana, la familia, la pareja o un compañero de cama, porque no hay traición sin antes suficiente confianza ni una idea de lealtad celebrada a gritos o sobreentendida. Y son estas traiciones las peores de todas, claro, las que entran como un puñal por la espalda tras reconocer quien se nos acercaba. Son estas las que no se perdonan ni se olvidan, las que acaban siempre en dolor, distancia o venganza. Aunque no hay venganza que iguale ni se acerque a una traición porque nada duele más que el daño que no se esperaba. A veces es el traidor el traicionado por sí mismo, por sus nervios, su memoria, o su falta de compromiso y en la misma puñalada ensarta junto a la suya una fila de almas.

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