Notas de domingo

Deportes de riesgo

"Repaso una columna que escribí hace unos días (ya saben, releerse, deporte de riesgo). No quedó del todo mal pero le cambiaría un párrafo y sustituiría un par de adjetivos. O sea, que sí quedó mal"

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Lunes. Nos sale un día de solazo, la lluvia no cae, las nubes nos miran indolentes. Se agolpan las noticias sobre los medios y maneras de traer agua. Los hay estrambóticos, imaginativos o inimaginables. La presión del grifo baja en algunos barrios. La lluvia que cae de cuando en cuando es floja, tristona, débil. Repaso una columna que escribí hace unos días (ya saben, releerse, deporte de riesgo). No quedó del todo mal pero le cambiaría un párrafo y sustituiría un par de adjetivos. O sea, que sí quedó mal. Los adjetivos se gripan o pincha, se estropean, se queman. Hay que cambiarlos de cuando en cuando si se quiere pasar la ITV de los lectores o del interlocutor. Uno puede pasarse la vida diciendo que las manzanas son chachi, pero convendría ir cambiando, decir que son rojas o saludables o caras o estupendas u oblongas. Sabrosas, incluso. Tenemos también a quien cambia más de adjetivos que de camisas. Y al revés. Ceno atún. Podría cenar una manzana pero sería un poco redundante.

Martes. El festín de los periódicos. He incluido en mi dieta lectora a un escritor un poco vocinglero pero gracioso. Me empapo bien: artículos, reportajes, crónicas, entrevistas y trato luego de buscar asunto para el artículo del día. Me acuerdo del primer mandamiento del columnista, que decía el maestro Manuel Alcántara: «No aburrir ni a Dios sobre todas las cosas». Buscando, encuentro: un presidente de comunidad de vecinos en Estepona se ha asignado un sueldo de 86.000 euros. Y entonces llega el alivio. Se puede escribir ahora o luego, a la tarde o antes de comer. Pero el tema, el asunto ya está claro. Perpetro el arranque, lo dejo reposar y me voy a tomar café. Cerca de mí, en la barra, hay un corrillo de tres hombres que hablan de eso, del presidente milloneti. Pego la oreja. Ya decía el gran Chaves Nogales que el periodismo es ver, andar y contar. Digo yo que también tiene sus bondades pegar la oreja, oír. Así que como lo bueno está en la calle y no siempre en la redacción, me voy a dar un garbeo. Un paseo mediamañanero por una ciudad bulliciosa, con agricultores levantiscos.

Miércoles. Tertulia en lo de Jesús Vigorra. Hablamos sobre el malestar en el agro, monotema hoy, casi no me da tiempo a arrearle a Junts. Oigo a Cuca Gamarra hablar de la amnistía cuando se le pregunta por las protestas del campo. Esta mujer mezcla churras con amnistía y merinas con Puigdemont. Vigorra entrevista a Garamendi, jefe de los empresarios, que arrea al Gobierno. Yo me arreo un café mientras él habla, pero el técnico me dice por el pinganillo que se oyen ruidos raros, como de una cucharilla. Me imagino a Garamendi todo el día con el soniquete de mi cucharilla metido en el oído. Qué suplicio.

Jueves. Dentista. Ahí, con la boca abierta mirando al techo me da por pensar en el doctor Mengele. También en las torturas medievales o en las curas en las heridas de bala que se hacían los de los Western con un trago de whisky como anestesia. Me pinchan. Mis encías no son lo mejor de mí, creo. Cuando salgo, luego de una hora en la consulta, siento, además de un agujero en el bolsillo, una extraña sensación de libertad y bienestar, de alegría de estar vivo y ágil. El labio superior, no. El labio superior lo noto como hinchado. Creo que la gente me mira, pero no me mira nadie, no se nota, lo veo en el espejo del móvil. Debo estar dos horas sin comer ni beber. Algunos sacrificios mayores he hecho. Aunque son ya las dos. Me vendría bien que algún escritor hubiera escrito o dicho: «No hay escritor serio que no haya escrito sobre sus molares». Yo por mi parte he escrito sobre mis encías. Es la primera vez. Los órganos vitales y los no vitales son material literario. El corazón sobre todo, claro. Los tendones, menos.