Opinión | Notas sobre cine

El wrestling, como el cine, una forma violenta de entender la vida

El clan de hierro trata sobre las maldiciones que forjan las leyendas, como los reyes de Hollywood. Que se inmortalizan en el cuadrilátero, como en la pantalla grande

Un fotograma de «El clan de hierro».

Un fotograma de «El clan de hierro». / L. O.

Mi madre no podía entender como su hijo de 11 años disfrutaba viendo como hombres armados en puro músculo se estampaban contra la lona. Una americanada, repite años después. El interrogante ante personas (deportistas) que rechinan con dientes ensangrentados, que exhibe la derrota de su cuerpo ante un público que se engulle en un bol de palomitas mientras recitan su nombre. La verdad que pasan los años y ese hijo sigue sin encontrar el motivo.

La lucha libre (mejor no aplicar términos angloparlantes) reúne componentes incomprensibles y antinómicos. Los entendidos, si no se quieren complicar en debates con los no entendidos, dicen que es una variación simulada de la lucha grecoromana. Si los entendidos tuvieran un aula, un proyector y un powerpoint, y tiempo ilimitado para regodearse de recuerdos e infancia, querrían explicarlo de otra forma. Una forma, románticamente enrevesada, de representar la vida. Como el cine. La mirada incómoda a un ocio basado en violencia. El clamor ante el sufrimiento ajeno. La premiación de los que ven su anatomía reducida a pedazos. En enunciados seguidos he descrito la lucha libre como el cine. El hábito de escuchar el «¿por qué te crees eso si es falso?». Una película semanal en el que las personas se reemplazan por personajes. Mark Callaway se desvela como The Undertaker, de la misma forma que Christian Bale cuando se enfundió el traje de Batman o Johnny Deep ya no era Johnny sino Jack Sparrow. La narrativa clásica de los buenos contra los malos, donde nos convencemos que el mundo se rige por meritocracias y no hay azar divino que vuelva ambiguo lo justo. Estas derrotas, la victoria de la ficción, también lo recogen las cámaras. Claro que es falso.

El wrestling, como el cine, una forma violenta de entender la vida

Hulk Hogan, estrella de la WWF. / L. O.

Tampoco el wrestling (ahora sí aplico anglicismos) es capaz de evitar darse con el esquinero de la realidad, donde los silletazos duelen y no hay público que justifique el golpe. El dolor a veces no se vence con más dolor, y el luchador, el propio actor que interpretan pero bañado en testosterona, sale al escenario con la sensación de que no podrá volver. Vivirán para siempre sin que ellos lo sepan. Es el ejemplo de Mike Von Erich -personaje de la estrenada El Clan de Hierro- que no salió airoso de la cuenta de 3 contra su lesión de hombro, su rival a batir, terminando de aceptar aún dado de alta que no merecerá la pena levantarse. Sumido en el shock tóxico, dejó una nota de suicido a su familia. Días después su hermano Kevin se enteró que su hermano murió de sobredosis. Chris, el menor, tampoco aprendió la lección de que hay que caer para ganar: derribado por completo por la muerte de Mike, comenzó a consumir cocaína, hasta que en 1991 se suicidió con una pistola cuando tenía apenas 21 años.

El wrestling, como el cine, una forma violenta de entender la vida

The Undertaker. / L. O.

La película dirigida por Sean Durkin trata sobre las maldiciones que forjan las leyendas, como los reyes de Hollywood. Que se inmortalizan en el cuadrilátero, como en la pantalla grande. Y devuelven la aflicción de lo real en algo épico, como las bandas sonoras que transforman el miedo en algo intrigante, la aventura en un sueño y la fantasía en horizontes tangibles.

Definitorio aquel slogan de la compañía líder (WWE), que remata un encadenado de imágenes de estadios a rebosar y momentos que en formato analógico han perdurado en el tiempo. Una especie de trailer que abre el show en vez de introducirlo al final, a diferencia de los «The end» de las películas clásicas, marcando aquí que las historias sólo empiezan en el ring. <<Entonces. Ahora. Para siempre>>. La verdad que pasan los años y sin encontrar el motivo, de alguna forma, ese hijo de 11 años sigue teniendo 11 años.