Opinión | Notas sobre cine

«Dune», la película perfecta para miradas desatentas

Sus más de 500 millones de dólares en taquilla la confirman como un fenómeno contradictorio, destructor como partícipe de las formas actuales del cine

Timothée Chalamet y Rebecca Ferguson en Dune.

Timothée Chalamet y Rebecca Ferguson en Dune. / Warner Bros

L os gusanos de Arrakis se encuentran navegando por las arenas de nuestras salas de cine -desconozco si son los responsables de la calima, aunque sería divertido-. Los datos de taquilla de Dune: parte dos, habiendo sobrepasado los 500 millones de dolares a nivel mundial, superan de manera holgada los números de su primera parte (434 millones).

De este cómputo económico sacamos conclusiones o nos obligamos a hacerlo: el cine sigue interesando en el cine. Puede que no con la misma intensidad de años atrás, donde la amalgama de público no tenía que enfrentar una recesión tras una pandemia sanitaria y una ventisca de plataformas de streaming. Puede que tampoco el mismo tipo de películas, ya que lo comercial abanderado por superhéroes ha derivado en una inclinación creciente por el cine de autor. Pasar cerca de nuestro querido Cine Albeniz, lugar sacramental de películas independientes, es acostumbrarse a ver colas que se expanden hasta los restaurantes y butacas opacadas por edades adultas que empiezan a buscar lo sosegado en una industria fatigada de correr maratones. Una industria, como nuestras vidas, que van a incesante velocidad. Sin tiempo para pensar, ni tampoco para ver.

La contradicción del público es palpable, o puede que entre generaciones. Al ver una película, los jóvenes de ahora lo hacen en segundo plano, como si andaran mientras observan. Como si la pantalla grande hubiera perdido metros de altura.

Lo más curioso es que Dune pertenece a una saga que promete ramificarse en secuelas y agolparse en formato serie. Es decir, siguiendo los mismos vicios que están desenganchando a la gente.

Diseccionar la película basada en las obras de Frank Herbert es encontrar a su escultor, Dennis Villenueve. La mirada de este cineasta canadiense ha evolucionado a la par de su popularidad: desde pequeños dramas con personajes arrastrados por sus circunstancias y las de su alrededor (Politecnique, Incendies), transitando a espacios de actores de calibre y maximalismo visual (no olvidar su araña gigante en Enemy o sus imponentes panorámicas en Sicario) a abrazar en su totalidad los rasgos de una ciencia ficción compleja en imagen y forma (sus heptápodos en La Llegada a los replicantes de una nueva Blade Runner). Villeneuve es, como los espectadores, que lo disfrutan entre coca cola y snacks y lo adoran como el Lisan-Al-Gaib del Hollywood actual, auténtico seguidor del audiovisual. De secuencias tan grandes como la vida, de encuadres tan ensanchados que parecen que ocupan kilómetros de planetas y desiertos. De sonidos tan retumbantes que nos despreocupa de la salud de nuestros tímpanos y nos subyuga a su visionado. Ya no existe el término medio, ni la voluntad de mirar. Es imposición o retirada. Ser tan exclavos del contenido que olvidamos que segundos antes fue ocio.

El director Denis Villeneuve, en el rodaje de 'Dune'.

El director Denis Villeneuve, en el rodaje de 'Dune'. / WARNER BROS

Y nunca debemos infravalorar la capacidad igualmente cegadora de las estrellas. Florencepughs, Zendayas y Austinbutlers, símbolos instagramers de adolescentes en celo, que ocupan portadas en Vogue como el TL de redes sociales de mentes distraidas, anestesiadas de contenido, imparables como volátiles en movimiento, que ve su atención diseminada en lo fragmentado. La constante actual de que mejor dure treinta segundos, con cortes y con música de fondo.

Dune: parte dos es destructora como partícipe del algoritmo. Víctima y verdugo. Los espectadores, víctimas y responsables, ven a Paul Atreides reclamar un imperio. O a Timothée Chalamet en una especie de traje de buzo. En cualquier caso, han llegado los créditos y no se han movido, mientras las notificaciones del teléfono, celosamente, han perdido la batalla.