Opinión | Tribuna

Basta ya

Una imagen de la franja de Gaza.

Una imagen de la franja de Gaza. / EFE

Hay momentos en que es imposible callarse, en que no alzar la voz es sinónimo de complicidad. Ha llegado el momento de gritar con voz firme y templada que la injusticia debe ser erradicada, que el crimen de guerra no se puede permitir y que las leyes universales son aplicables a todo el mundo. No podemos seguir impasibles ante la debacle, ante el sacrificio de vidas humanas, de niños, mujeres, ancianos… de seres humanos en suma, por el irracional integrismo de líderes de dudosa salud mental, con ausencia de límites que definan la ética, la moral y los principios humanistas que todo ser humano ha de preservar. Los derechos humanos son inalienables, y ningún dirigente político, por muy integrista y cargado de razón que se sienta, puede pasárselos por salva se la aparte. El mundo se acerca peligrosamente a un estado de conflicto que apunta a la hecatombe. Como se suele decir: ¡Dios nos coja confesados!

Sin obviar lo acontecido en Ucrania con la invasión rusa del país, estamos asistiendo, desde el pasado octubre, cuando unos criminales asesinos de Hamas perpetraron el atroz ataque terrorista en Israel, provocando la muerte de 1200 israelíes y el secuestro de 200 de ellos, de los que gran parte sigue retenidos en Gaza ―digo esto para que quede constancia de mi absoluta condena de Hamas por estos actos terribles de terrorismo asesino―, estamos asistiendo, reitero, a una intervención por parte del ejército israelí, que supera ampliamente la saña de los propios atentados del 7 de octubre.

Se palpa la incongruencia en una Tierra Santa, como se ha dado en llamar, donde la santidad brilla por su ausencia. En esa tierra se ha causado más dolor, muerte y destrucción que en cualquier otra a través de siglos y milenios. Tal vez la intransigencia que provoca el credo, la convicción de que la fe religiosa de cada cual está por encima de todo, a caballo del fanatismo dogmático, nos lleve a este escenario de masacre irracional de un pueblo que nos hace recordar el holocausto sufrido por el pueblo de Israel, que debería, en su memoria, ser motivo de templanza.

Israel, hasta hora, ha hecho caso omiso de todas las resoluciones de la ONU, sobre el conflicto con Palestina, que han sido contraproducentes con su estrategia de dominio de la bíblica tierra prometida. Su falta de respeto a esas resoluciones y al propio derecho del pueblo palestino a vivir donde sus ancestros, lo muestra a diario. Ya no es solo su actitud destructiva ante una guerra desigual donde existe una diferencia abismal de recursos y poder militar entre unos y otros, sino su arrogancia que se manifiesta en su convicción de ir en la buena dirección. En realidad son el conductor suicida que va en contradirección por la autovía, pero pensando que los que transitan en sentido contrario son todos los demás.

Es un mal aliado este Israel de Netanyahu, una amistad peligrosa y brabucona, que pretende establecer la dicotomía del: «O estás conmigo o estás contra mí». No puede pedir a nadie que dé su visto bueno a la atroz guerra que perpetra en Gaza y ahora, aunque en menor medida e intensidad, en la propia Cisjordania. Se está quedando solo ante el mundo. «El Consejo de la ONU aprobó este lunes una resolución que pide el alto el fuego durante el mes de Ramadán, que comenzó el 11 de marzo. También exige la devolución de unos 130 rehenes secuestrados en Israel y retenidos en Gaza, y hace hincapié en la urgente necesidad de permitir que una amplia ayuda vital llegue a la población hambrienta del enclave asediado». EEUU se abstuvo y no lo vetó, lo cual ya es algo.

La irracional lógica del primer ministro israelí parece sustentada, en parte, por una huida hacia adelante para mantenerse en el poder y evitar así, mientras tanto, ser juzgado por las imputaciones que la justicia tiene aparcadas sobre él, dado su aforamiento, o tal vez influya también el garrafal fallo de los servicios secretos que no valoraron correctamente el potencial de Hamas para perpetrar el ataque terrorista del 7-O, lo que, siendo bajo su mandato, le humille. Lo otro es puro cinismo; no hay nada en la lógica que pueda justificar decenas de miles de muertos inocentes, al destrozo indiscriminado de casas y bienes, el sometimiento al hambre y al terror de los bombardeos, a vivir en un escenario de guerra y destrucción, quien así lo haga será un cínico irracional. Aunque, lo que es peor y vamos camino de ello, puede que al final sea considerado como un crimen de guerra o de lesa humanidad. El odio siembra odio, el terror siembra terror y la guerra siembra muerte… y todo, en su conjunto, hunde al ser humano en lo más profundo de la sima de sus miserias.

Siendo consciente de que el pueblo de Israel, los ciudadanos que lo conforman, no son el Gobierno, aunque sí lo auparon al poder, cabe esperar que ellos mismos se desmarquen, una vez superado, o paliado, el dolor causado por el terrorismo de Hamas. El pueblo israelita, aun estando muy influido por sujetos de ideología ultraortodoxa, puede y debe rebelarse contra los hechos que estamos observando y debe valorar críticamente lo que pasa para librarse de la complicidad que conlleva mantener en el poder a quienes lo provocan, no olvidemos que el terror lleva al terror, por aquello de que «quien a hierro mata…».

El conflicto está en un punto muy delicado, pues puede saltar la chispa e incendiar la zona y de ahí a la confrontación total, solo hay un paso, dado como está el mundo. Lo complicado aquí es cómo se afronta el problema. Está claro que Hamas no es la solución a la gestión del pueblo palestino, porque, además, defiende intereses de confrontación que se amparan allende sus fronteras, al igual que las políticas de Netanyahu lo son de Israel. La paz ha de desmontar la dinámica de desencuentro y permitir otra de acercamiento para, desde la madurez política, conseguir una convivencia estructurada que permita coexistir ambos pueblos fuera de las influencias de ortodoxos e integristas religiosos y políticos que dominan el momento. Mientras tanto compartiremos el dolor de los inocentes que caen bajos la intransigencia de los iluminados líderes mesiánicos.

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