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Necesitamos una catarsis social

Pedro Sánchez durante la entrevista en TVE.

Pedro Sánchez durante la entrevista en TVE. / EFE

El pasado día 26 publicaba en mi blog personal, Cosas de Antonio, una entrada titulada: Necesitamos una catarsis social, tras esa especie de propuesta que llevaban implícita la decisión del presidente Sánchez. Con su retiro ‘espiritual-reflexivo’ para cuestionarse si vale la pena seguir ante tanto dislate, crispación, polarización y locura respecto a las formas, que se nos vienen imponiendo como normales en el debate político, hay una invitación para ejércelo todos.

Retirarse unos días, o alejarse del ruido y la agresividad que se vive en el debate es necesario para, desprendiéndose de lo emocional y reactivo ante la agresión, poder razonar con la suficiente cordura y sentido común que permita un análisis productivo, racional y ajustada, de la realidad política y social que venimos «padeciendo» en este ambiente de intoxicación y veneno, si ello es posible. De seguir así acabaremos envilecidos todos a caballo del sentir más horrendo que se pueda dar en el ser humano: el odio irracional hacia el contrincante o divergente.

Creo que, llegado este momento, es más que conveniente pararnos todos a pensar qué estamos haciendo y cómo, nuestras conductas belicistas y de confrontación irracional, nos pueden llevar al desencuentro y de ahí al conflicto, para pasar a la confrontación como enemigos, en lugar de conciudadanos que litigan en una democracia que es sinónimo de respeto al adversario, a la par que búsqueda de encuentro con quien se debate para procurar la felicidad de la ciudadanía que vota a sus representantes. Llegados a ese punto la cosa se complica, ya no somos conciudadanos, sino enemigos. Al conciudadano se le respeta y se comparte con él hábitat y todo lo que integra, se acuerda con él las decisiones que afectan a ambas partes y se interactúa razonada y razonablemente. Con relación al enemigo la cosa es diferente. Al enemigo ni agua, se suele decir; o sea, que se le ha de eliminar incluso físicamente, pues estamos en una confrontación por la supervivencia.

La debilidad de la democracia está en su propia esencia, pues defiende la libertad de pensamiento y de expresión del mismo como forma de establecer sinergias beneficiosas para la propia sociedad; mas he aquí que, aquellos sujetos enemigos de la democracia, al amparo de los privilegios que le otorga esa libertad, la van dinamitando mediante la propia descalificación del sistema, bien negándolo como el adecuado, bien desprestigiándolo con sus formas de ejercerlo, bien corrompiéndolo mediante su pestilente influjo. Su objetivo sería destruirlo para buscar una alternativa mesiánica que trajera la luz a las tinieblas que ellos mismos, mediante bulos y manipulación, han ido construyendo. Esos falsos medios no buscan tu salvación sino tu sometimiento, retrotrayéndote a estadios pasados de infausta memoria.

Es evidente que, en democracia, los políticos son la punta del iceberg que aflora sostenido por una sociedad que los soporta desde su inmersión en un mar de aguas, muchas veces corruptas. La relación entre el ciudadano y el político es interactiva; el ciudadano elige y el otro ejerce su representación. Por tanto su ejercicio está condicionado a que le elija el ciudadano. Esto nos lleva a una contundente realidad como es, por lo general, que el político es fiel reflejo de su votante; o sea, de una parte importante de esa sociedad, que es la que le vota.

Por tanto, de ahí mi preocupación y propuesta de catarsis social a través de la reflexión. De esa forma puede que tomemos conciencia de nuestra libertad responsable, compartida con los demás seres humanos, para limpiar el poso o zubia ponzoñosa que nos enfanga en una sombra fría del alma a caballo del más puro egoísmo que siembra el populismo irresponsable de algunos políticos, cuyo solo objetivo es alcanzar el gobierno para imponer su orden.

Pero el sentido común nos advierte que somos conciudadanos, no enemigos. Que compartimos un espacio vital común, basado en un Estado que vertebra al país, para garantizar la convivencia a través del respeto a la ley y el justo orden, donde se incluye el derecho inalienable a pensar diferente, pero con la orientación de que ese pensamiento diferente no busca su imposición, sino la contrastación argumental para llegar a mejores conclusiones y alternativas en la gobernanza.

Hoy, bajo el palio de la bondad del mercado y la economía competitiva, se ocultan intereses muy variados, donde ganan y pierden los de siempre. Sigo sosteniendo mi tesis sobre la distopía, ya publicada en La Opinión el pasado día 11 de abril. A veces, en la vida, merece la pena frenar y parar un poco para reflexionar, cuando la reflexión cotidiana, del día a día, no resulta productiva, dado el nivel de crispación y ruido existente. Tal vez este sea un buen momento para hacerlo y perfilar un futuro donde no quepa esta forma canallesca de ejercer la política y aflore un mejor sistema de convivencia con los demás y con todo el entorno del ecosistema.