Opinión | Tribuna

Distopía o el Nuevo Orden Mundial

El diccionario de la RAE define la distopía como la «Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana».

Conjugar estas dos ideas, Distopía y Nuevo Orden Mundial (NOM) me causa cierta desazón. La distopía es una representación ficticia del futuro que acaba en la alienación del ser humano sometido a un poder que lo gobierna, sin mucha posibilidad de influir en el mismo. O sea, que cabe la posibilidad de que el NOM acabe en distopía, que es palabra antónima de utopía.

La fantasía cinematográfica nos ha dado muchas y variadas formas distópicas de un futuro imaginado. Basta repasar la filmografía y se asombra uno ante la variedad de futuros enajenantes donde nos puede llevar el nuevo orden. ¿Nos encontraremos con un 1984, un Matrix, Mad Max, The Running Man o una Naranja mecánica? O tal vez repetiremos estados anteriores que hoy se podrían catalogar como ‘distopías’ del pasado, pues fueron realidad en cuanto al cariz alienante que tuvieron, ya sean los fascismos, nazismos, comunismos, consumismo, etc. que acabaron sometiendo al ser humano a una idea fija… pero aquí también entran las religiones como elementos principales de alienación y de esas andamos sobrados, sobre todo de las que pretenden establecer teocracias en el mundo.

Por otro lado, hablar del NOM es oportuno en estos momentos, pues estamos transitando de una etapa histórica a otra futurista, condicionados por variables muy significativas e influyentes. Hablamos de una entelequia, de una supuesta realidad ficticia, que conformará el futuro a través de los acontecimientos que se vienen dando y se darán en un inmediato devenir. Mas no sería producto del azar esa sociedad del mañana, sino urdida a través de planes estratégicos a largo plazo por quienes ostentan u ostentarán el poder.

Estamos en un mundo habitado por más de 8.000 millones de personas; donde la tecnología avanza a pasos agigantados y el capitalismo está en crisis continua, así como la propia democracia que la van demoliendo los mismos políticos que dicen defenderla, vaya usted a saber por qué, aunque se sospeche. Existe una confrontación entre varias ideas estructurales respecto a lo que debe ser el NOM, como el neoliberalismo populista, que predica una ultraderecha alienante ‘trumpista’, donde el egoísmo y la agresividad se imponen a los principios humanistas, al amparo de un libre mercado donde el grito de «libertad para el pueblo» se confunde con el grito de libertad para incidir en el mercado. No se es libre en el sentido más profundo de la palabra, en el espíritu crítico y solidario, en el librepensamiento con contenido humanista, sino en lo superficial y egoísta y en la toma de decisiones sobre bienes materiales, sin cortapisas ni control por el Estado, al que se pretende demoler en beneficio de las multinacionales o grandes corporaciones, que intentan controlarlo todo en una nueva era feudal sometida a las grandes fortunas que ejercerán de señores. Estas tendencias se están dando alarmantemente en las democracias occidentales, mediante el desmantelamiento del poder económico del Estado en favor del ámbito empresarial, sobre todo multinacionales. Pero por otras lares del mundo se van imponiendo ideas totalitarias, presidencialistas, donde el líder se acopla al sillón, domina los medios y manipula a la sociedad con sus mentiras aderezadas de verdad, o sea de posverdad, pues usa el aspecto emocional para someter al rebaño, cuando no recurre a la represión directamente señalando al disidente como enemigo del pueblo. El Gran Hermano Putin en Rusia, o Xi Jinping en China, son buenos ejemplos de ello, por no hablar de Kim Jong-un en Corea del Norte, junto a sus adeptos oligarcas.

Ante todo esto cabe pensar que la distopía puede ser una realidad futura, los ingredientes para lograrlo ya se están condimentando. Tenemos guerras localizadas en los puntos de fricción de los imperios, como son la de Ucrania e Israel, con afectación directa de intereses muy concretos, como viene siendo habitual. Podemos especular con una guerra de magna destrucción, el control de las tecnologías punteras, el dominio de la Inteligencia Artificial (IA) o el manejo y la gestión de la Big Data, etc. para imaginar el orden futuro. El negocio de la guerra, provocada desde los despachos de importantes sujetos cargados de cinismo, es muy lucrativo antes, en y después del conflicto. Antes revirtiendo los presupuestos de los Estados en beneficio de la compra y desarrollo de armas, durante en la gestión del gasto militar, después en la reconstrucción de lo destruido. ¿Y quién se lucra?, las multinacionales del armamento y las empresas de la reconstrucción, con todos sus adláteres.

¿Qué surgirá de las cenizas? Posiblemente otra sociedad atrapada por un poder diferente, donde la democracia habrá fenecido en favor de un neoliberalismo depredador, darwiniano, donde el pez grande se coma al chico si no se somete a los intereses de este o, en su defecto, un Estado controlado por dictadores, un sistema presidencialista donde un Gran Hermano vigila y vela por los ‘intereses’ de sus súbditos, donde se incluye la eliminación de aquellos que puedan atentar contra el sistema, o sea los Alexéi Navalny del momento.

El dominio de las tecnologías acabará imponiéndose al amparo de ese sistema neoliberal, donde el poderoso será más poderoso que los propios Estados. Cuidado con los Elon Musk y compañía, con los ejércitos privados y mercenarios que ejercerán la guerra, con la gestión de la Big Data y lo ya referido con el uso de la IA.

Incierto y preocupante futuro si no sabemos leer entre líneas y descubrir los objetivos de políticos sin escrúpulos, que nos distraen con señuelos, mientras ellos siguen trabajando su proyecto. ¿Transitamos desde el ciudadano soberano al súbdito?, tal vez sea así, como ha sido casi siempre, el sumiso calla y otorga, al crítico se le somete por la fuerza, si es preciso…

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