Opinión | Viento fresco

Maletas

Ojo, que ahora todas son con ruedas. Condicionan inclusive el urbanismo

Una mujer mira el panel de vuelos en el aeropuerto.

Una mujer mira el panel de vuelos en el aeropuerto. / EFE

De pronto alguien le puso ruedas a las maletas. No hace tanto. Recuerdo ir a un aeropuerto cargando con un maletón fatigosamente. O con una mochila o bolso de viaje. Sin ruedas. Ahora todas las maletas tienen ruedas. Por ende, en aeropuertos, estaciones, centros históricos, etc. se tiende a que el suelo sea liso y deslizante. A un nota se le ocurre poner ruedas a las maletas y de paso cambia el urbanismo y la faz de las ciudades.

-La faz y hasta la cara, oiga.

No poca gente se parte la crisma cuando llueve. Resbalón, zas. Y sin llover. El suelo liso. El resbalón es un buen método para dejar de fumar. Te resbalas, te vas al otro barrio desnucado y te encuentras que en el otro barrio no hay estancos. Con las ruedas es más fácil ser galante: yo te llevo la maleta. Cuando en realidad lo que haces es arrastrarla. Antes le decías a alguien yo te llevo la maleta y te arriesgabas a tener que echarte a los hombres cuarenta kilos de pijamas, camisas, pantalones, enseres y hasta por qué no un piano portátil o libros y bañadores. Las ruedas nos eliminan pereza y nos tornan gráciles e incluso ágiles. El maletón o maletorro se vuelve cómodo de transportar y solo los bordillos, los niños, las aves cagonas, los bolardos y baches se convierten en tu enemigo.

Lo normal es ir tirando de la maleta con una mano y con la otra ir mirando el móvil. Sobre todo para encontrar el apartamento turístico. De resultas de esa afición o necesidad de ir mirando el teléfono que tiene todo el mundo, porte o no maleta, surgen accidentes, encontronazos, golpes, malentendidos y seguramente hasta matrimonios o ligues. Las maletas con ruedas se niegan a ir por el carril bici. Hacer la maleta ya es parte del viaje, porción insustituible de las expectativas, asunto a veces engorroso pero que realizado con voluntad ejecutiva puede no demorarse demasiado. Todo español tiene asignado un número de maletas que ha de perder en su vida, si bien los hay egoístas que abusan y perturban la estadística.

No has vivido intensamente si no has perdido una maleta, pero es verdad que tu vida no ha sido nada intensa si nunca has preparado un equipaje para Nueva York. Cada cual tiene su particular Nueva York, claro, y no falta quien sueña con empaquetar sus enseres no para la gran y mitificada urbe y sí para su aldea, que en verano se torna en simpático lugar para baños fluviales, vermú en la calle, palique al atardecer en silla de enea, paseos campestres y hasta cabalgadas por sinuosas laderas a caballo. Allí nadie te lleva con ruedas ni a la fuerza y los suelos no son lisos y sí con la rugosidad que da la vida, los recuerdos y lo auténtico.