Opinión | EL PASEANTE

Mientras la princesa está triste

Pedro Sánchez y su mujer Begoña Gómez en un acto electoral de las pasadas elecciones.

Pedro Sánchez y su mujer Begoña Gómez en un acto electoral de las pasadas elecciones. / JOSÉ LUIS ROCA

Que me perdonen sus monaguillos y devotos, pero esta manía personal de buscar entre los rescoldos del arte, tanto mi tabla de salvación, como una luz que enfoque el mundo, me condujo hacia la ‘Sonatina’ de Rubén Darío mientras yo reflexionaba sobre el retiro de Pedro Sánchez. «Los suspiros se escapan de su boca de fresa,/ que ha perdido la risa, que ha perdido el color./ La princesa está pálida en su silla de oro…». Y he dado carcajadas con la lectura de tan profético poema. «Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,/ ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,/ ni los cisnes unánimes en el lago de azur». Y no me digan que no tuvo gracia la preclara visión del poeta nicaragüense, entre trago y trago de absenta. Su excelencia, Pedro, nos desvelará mañana lunes eso que llamaríamos «la flor de su secreto», así, virando un poquito el capote hacia la cosa fílmica almodovariana, donde también podríamos echar mano de sus ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’ para explicar los acontecimientos previos y, sobre todo, de ‘Matador’ reflejo de la psique de ese cobarde en fuga, el Juan Sin tierra Puigdemont que, fiel a su condición personal, mientras la princesa está triste, usa los mítines para arrojar basura verbal a quien le tendió la mano, a pesar de que sabía la complejidad de ese encuentro. «¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China?,/ (…) ¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes, / o en el que es soberano de los claros diamantes,/ o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?». Yo defendí la amnistía, y por escrito, pero las humillaciones a las que ‘Junts’ ha sometido a todas las instituciones españolas tenían que haber sido detenidas, con voz firme, incluso con la clara amenaza de ruptura, por este mismo presidente que mañana puede presentar su dimisión y dejar tras de sí una estela de ridículo con muy pocos precedentes históricos, con un partido socialista que se sabe descompuesto por muchas cartitas de amor quinceañero que escriba a su amado líder y con un gobierno distópico donde una vicepresidente engreída proviene de un Sumar zombi.

Si revisamos el camino recorrido con una mirada vestida por la necesaria autocrítica, «¡Pobrecita princesa de los ojos azules! / Está presa en sus oros, está presa en sus tules, / en la jaula de mármol del palacio real», entenderemos que el detonante de esta situación anómala del marido enamorado ya fue avisada por Roma respecto a la mujer del césar. Seguro que se vive muy bien en la Moncloa y su bodeguilla, pero sus moradores olvidaron a Gil de Biedma cuando explicó «que el hecho de estar vivo exige algo». El tiempo de las consideraciones sobre qué o qué no hacer, debería de haber sido previo a esa llegada a la presidencia. Por supuesto que en nuestra sociedad la mujer del presidente no puede relegar su papel en la existencia a la visita de instituciones caritativas, mientras ellos acuden a fábricas de última generación, pero sí tendría que haberse protegido de esas «Amistades peligrosas» que la iban a «ronear» (así en gitano) apenas olieran las posibilidades de trincar pasta. El antibiótico contra bulos y maledicencias se halla en dos tipos de salas; por un lado, las de esa judicatura que el presidente ha despreciado por omisión de su deber de frenar los ataques hacia el poder judicial; por otro en las de las ruedas de prensa, donde habría que haber borrado los signos de interrogación mediante informes y datos, sin discriminación de medios ‘hater’ y de medios ‘palmeros’. Mientras la princesa está triste, durante estos cinco días de ese paréntesis que casi ningún trabajador puede solicitar, y que finaliza hoy domingo, ni se ha arreglado nada, ni nada ha cambiado, tal como dicen que sucede al avestruz cuando esconde la cabeza bajo el suelo. La imagen del presidente va a quedar muy dañada y ya siempre bajo sospecha por muchos corazones de papel que le hayan enviado sus adeptos. Indeseables como Trump, Puigdemont o Netanyahu, también reciben notitas de amor pero la historia sólo albergará sus palabras y sus hechos.