Opinión | Viento fresco
El obituario como bella arte
De Pelé a Alfredo Landa, Ignacio Camacho recopila en un libro, con prólogo de Garci, los que ha ido escribiendo durante muchos años
![Pelé con la Copa Jules Rimet](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/fd04e156-eb35-43df-96ea-56c028f329ab_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Pelé con la Copa Jules Rimet / L.O.
Ignacio Camacho es uno de los columnistas más en forma de España. Leído, mesurado, crítico y bienescrito, si se me permite el palabro, tal vez neologismo. Se ha dejado la vida en los periódicos, «pero en algún lugar había que dejársela», que decía el maestro Manuel Alcántara.
Pero no solo de columnas ha vivido Camacho, que también fue director de ABC, subdirector de El Mundo, jefe en Diario 16, plumilla, comentarista y mil cosas más. Ahora ha dado a imprenta una compilación de los obituarios que escribió a lo largo de muchos años en ABC, un volumen titulado Retratos para la eternidad (Reino de Cordelia). Maravilloso.
Por el libro desfilan (tal vez sería mejor decir yacen) el propio Alcántara, María Teresa Campos, Kundera, la reina de Inglaterra, Rubalcaba, Botín, Henry Kissinger, Alfredo Landa , José Luis Balbín o Charlton Heston.
El prólogo es de José Luis Garci. Y en él nos dice: «Casi todas las necrológicas transmiten la impresión de que han sido escritas de madrugada y sientes que las oraciones buscan una conexión con el cuento gótico, Poe, Bécker, Stoker… Las de Ignacio son todo lo contrario. Más que dar sus condolencias, Camacho hace una alegre visita al difunto, y comparte con él, no en el Tanatorio sino en el living, un Jameson o un Dry Martini».
Camacho pone literatura y conocimiento, oficio y lecturas y abrocha frases redondas, diseccionando al muerto, al que hace revivir en nuestra mente y retina.
Dice de Adolfo Suárez: «Su epílogo fue la gallardía moral con que encajó la irrupción de Tejero en las Cortes, un gesto inmortal de soberbia apostura política». De García Márquez: «Hay un problema cuando se muere alguien así: su grandeza no cabe en un obituario». Sobre Maradona: «Hacía brotar espasmos de felicidad. A nadie le cuadró mejor la palabra que el tópico deportivo ha gastado: astro». O, en fin, sobre Jorge Semprún, en brillante arranque: «Un hombre que ha pasado por Buchenwald ya no puede tener otra nacionalidad que la de superviviente».
El obituario no es un ditirambo ni una cascada de elogios ni cuánto lo conocí yo y qué amigo mío fue. Es un retrato, un ejercicio periodístico de urgencia, valga la redundancia, un género muy leído y difícil. Camacho logra que el muerto en cuestión nos interesa aunque no fuera de nuestro conocimiento ni admiración. Proeza. «De Umbral aprendí que hay que vaciarse en cada artículo, como si fuera el último», le dijo el otro día a Agustín Rivera en una entrevista en Zenda. Él lo hace en estos. Nos lo da todo. En unos textos muy vivos.
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