El rigor y el lujo se dan la mano el Viernes Santo en la Victoria. La cofradía del Calvario es buen ejemplo de que la juventud -tanto de sus hermanos como de la propia historia de la hermandad- no está reñida con el buen trabajo y una estación de penitencia de 10. Porque la jornada de ayer pasará a la historia como una de las más complicadas para la cofradía, que se enfrentó al calor en las peores horas de sol y en lugares sin sombra, como Compás de la Victoria o el Altozano.

La cofradía inició su estación de penitencia a las 15.50 horas, aunque antes se había producido el traslado del Cristo Yacente de La Paz y la Unidad, que salió a las 3 de la tarde de su ermita del Calvario. Una vez el Señor salió sobre su túmulo, se rezó la Hora Nona en la explanada de la capilla antes de iniciar la bajada por la Vía Dolorosa. Precedida de un muñidor, el cortejo bajó entre gran expectación.

Previamente y, tal y como es habitual, por la mañana la ermita estuvo abierta para el tradicional besapié al Yacente, hasta donde se desplazaron numerosos devotos.

Una vez llegó a la Victoria, se ha procedió a la entronización del Cristo, al que ya aguardaban en su trono la preciosa Virgen de Fe y Consuelo, las tres Marías y los Santos Varones.

El monumento, obra de Antonio Martín y Manuel Carmona, con los diseños de Juan Casielles, que representa el retablo de la Iglesia del Sagrario, salió al son de Benigne Fac Dómine mientras tocaba la banda de Miraflores, una obra recuperada por el padre Manuel Gámez, director espiritual de la hermandad. Ver al Yacente salir de la Victoria mientras suena esta pieza musical imprime un sello especial como colofón a esta obra de arte.

Primorosamente vestida, la dolorosa del Calvario llevaba un original rostrillo elaborado con una tela italiana que data del siglo XVIII y que ha sido donada por un hermano de la cofradía. La dolorosa, junto a San Juan, coronó la plaza del Santuario con Flor del Calvario, una marcha estrenada en el 75 aniversario de la imagen el pasado 8 de octubre. Tocada por la banda de la Paz, el trono avanzó dejando atrás la iglesia de la patrona de Málaga mientras su espectacular bambalina se movía llenando de oro el cielo del Viernes Santo. Un estreno más para esta exquisita hermandad.

No fue un día fácil ni para los portadores, cuyos aguaores no daban a basto, ni para los nazarenos, cuyos cirios se combaron a consecuencia de las altas temperaturas. Más de un penitente tuvo que abandonar, muy a su pesar, el cortejo a consecuencia del calor. A pesar de ello, las filas de nazarenos se mantuvieron intactas y rigurosas durante toda la tarde noche. Dando ejemplo de que la compostura de estos penitentes es fruto del trabajo bien hecho y de que lo importante no es la cantidad, sino la calidad.

Hubo varios momentos para el recuerdo. El paso por Santa Lucía, donde una nube de incienso rodeaba el trono de Santa María del Monte Calvario, acompañada por San Juan, que también estrenaba estola. Otro de los puntos más significativos del recorrido fue la entrada a la Catedral, leit motiv de a hermandad, donde el Coro de Santa María de la Victoria hizo las delicias del público, asistente a un espectáculo no solo visual, sino que también auditivo. El boche de oro fue en calle Granada, donde la hermandad deslumbró en la oscuridad de la noche mientras sonaba La Madrugá para el Calvario. No hacía falta más.