Javier Blanco Urgoiti es portavoz del Club de Fumadores por la Tolerancia.

¿Sigue fumando?

Sí, claro.

¿No quería dejarlo?

Sí, y lo dejé, pero no era el momento.

¿Por qué?

Porque se ha levantado una conciencia del fumador nunca antes vista en España. Esta ley para dejar de fumar en la hostelería ha provocado que el fumador se indigne, por fin, se levante y proteste: no es el momento de dejarlo ahora.

¿No debiera aprovecharlo?

Lo dejé muchas veces. Estuve tres años sin fumar; luego, uno; en otra ocasión, unos meses... Lo dejo cuando yo lo decido, no cuando lo decide el Ministerio de Sanidad. Es cierto que en diciembre estuve sin fumar pero cuando vi la reacción de los fumadores, pensé que no era el momento.

¿Hoy en día es una humillación ser fumador?

Para mí, no, pero están intentando que lo sea. Esta ley tiene un componente moral que es lo que la convierte en una ley de república bananera. El Ministerio de Sanidad tiene potestad para defender el derecho del no fumador, lo reconozco, y es su obligación arbitrar las medidas necesarias para ello, pero esta ley no pretende defender el derecho del no fumador, sino la estigmatización social del fumador.

Vamos, son unos apestados.

Evidentemente. Gaspar Llamazares no se corta a la hora de decir que se prohíba fumar en los parques infantiles para que los padres no den mal ejemplo. El Ministerio de Sanidad tiene que informar en el ámbito de la educación a los jóvenes sobre el tabaco, y no lo hace. Que no pretenderán, como intentan, que los ciudadanos hagamos el trabajo de las administraciones públicas.

¿Lo ve dictatorial?

Claro. ¿En cuántos otros temas puede el Gobierno decidir que esa actitud es un mal ejemplo y, por tanto, prohibirla? ¿La televisión, los videojuegos, actitudes sexuales...? En Corea del Norte el Estado decide qué es un buen o mal ejemplo, como aquí, antes, con Franco, pero no en la España actual.

En Japón no se puede fumar ni en la calle.

Pero venden tabaco en la calle, hay máquinas expendedoras. Y en el tren bala hay un vagón de fumadores. En el tren de Barcelona-A Coruña, que tarda catorce horas en llegar, no se vulneraría ningún derecho del no fumador si se habilitara un vagón para fumar.

Esta ley está auspiciada por el lobby farmacéutico, dice usted.

Porque es la verdad. Tengo ante mí un estudio de la Universidad Menéndez Pelayo, Tabaco, economía y salud, patrocinado por Pfeiffer, que fabrica un medicamento para combatir el síndrome de abstinencia del tabaco, Champix. Pfeiffer estimaba obtener con este medicamento unas ventas anuales de 500 millones de dólares.

El tratamiento cuesta 150 euros en las farmacias. ¿Por qué el Comité Nacional de Prevención del Tabaquismo ataca el cigarrillo electrónico?

¿En su casa fuma?

Sí, pero no en toda. Mi mujer es también fumadora, tenemos niños y hay sitios en los que no se fuma: sólo se fuma en la cocina y en un despacho.

¿Cumple el decálogo del buen fumador del club?

Procuro.

¿Apaga el pitillo a la mitad?

A veces. Es que yo no entro en los sitios fumando, en ninguno.

¿Pide permiso?

Cuando hay confianza no es necesario, pero eso ya se acabó.

¿En una casa?

Si no tengo confianza, no fumo, a no ser que el dueño lo haga o me invite, de la misma forma que no abro la nevera.

¿Fumar es un vicio?

Es un hábito. Todas las veces que lo dejé y volví fue voluntariamente, no por una pulsión irrefrenable; no soy un trozo de carne.

¿Las tabaqueras añaden adictivos a los cigarrillos?

Eso es una leyenda. En toda la UE se obliga ahora a facilitar a las autoridades sanitarias una lista completa de todos aditivos o sea que el Ministerio tiene un control total, pero se culpa a las tabaqueras de todos los males, suena al contubernio judeo masónico del franquismo. Si un hostelero dice que está perdiendo el 40% de sus ventas por la ley antitabaco, siempre hay un médico que replica: «Detrás de este señor están las tabaqueras».

Eso es lo que les dicen a ustedes.

Constantemente, pero no nos importa, nos refuerza. Como no pueden atacar nuestro mensaje, que es un mensaje de libertad, de convivencia y de respeto, se dedican a insultarnos y a desprestigiarnos.

Dice que el tabaco debería ser objeto de convenio colectivo.

En su día, en 2005, cuando se tramitaba la reforma para prohibir fumar en el trabajo lo expusimos como una de las opciones más lógicas: que los comités de empresa decidieran cómo se hacía uso del tabaco en la oficina para respetar el derecho de todos.