Los primeros recuerdos son solo reconstrucciones mentales

En realidad, no recordamos nada de lo sucedido antes de los tres años

Grupo de madres con sus bebés. Ellos no recordarán nada.

Grupo de madres con sus bebés. Ellos no recordarán nada. / Joan Puig

Redacción T21

Lejos de ser grabaciones fidedignas de la realidad, los primeros recuerdos son más bien un mosaico compuesto por experiencias reales, narrativas familiares y reconstrucciones mentales. A medida que crecemos, este mosaico se enriquece y se transforma, pero los fragmentos de nuestra primera infancia permanecen, en gran medida, como piezas imaginadas en un rompecabezas de la memoria.

En el vasto océano de la memoria humana, los primeros años de vida se asemejan a una nebulosa distante, un territorio apenas iluminado por destellos de recuerdos que muchos sostienen como verdaderos.

Sin embargo, la ciencia nos invita a cuestionar la autenticidad de estas memorias tempranas, revelando que lo que consideramos tesoros de nuestra infancia podrían no ser más que ilusiones hábilmente implantadas.

 Una artículo publicado en Science nos confronta con una realidad desconcertante: es probable que no recordemos nada de lo sucedido antes de los tres años de edad. Aquel viaje a Disneyland a los 18 meses, o la varicela a los dos años, son escenas que, aunque parezcan reales, posiblemente fueron sembradas en nuestra mente por fotografías o relatos de nuestros padres. La repetición de estas historias ha consolidado esos recuerdos en nuestro cerebro, dotándolos de una vivacidad comparable a experiencias recientes.

La maduración de la memoria

El neurocientífico Flavio Donato, citado por Science, nos presenta una paradoja: en una etapa donde el cerebro aprende a un ritmo sin parangón en la vida posterior, los recuerdos parecen esfumarse sin dejar rastro.

Durante mucho tiempo, se asumió que la inmadurez cerebral de los bebés les impedía formar memorias duraderas.

Sin embargo, estudios actuales sugieren que la capacidad de recordar se desarrolla con el tiempo, y que no es hasta aproximadamente los siete años que la memoria infantil alcanza una madurez similar a la de un adulto.

A pesar de la aparente ausencia de recuerdos conscientes de los primeros años, la psicología ha descubierto indicios de que estos podrían persistir de manera latente, es decir, no consciente.

Experimentos han demostrado que bebés de tan solo dos meses pueden aprender a mover un móvil con patadas y recordar esta acción por unos días.

Además, se ha observado que niños de tres años, incapaces de recordar explícitamente imágenes de animales vistas meses atrás, pueden identificarlas más rápidamente cuando se les presentan borrosas y se van enfocando gradualmente.

La influencia de la cultura y la narrativa familiar

La formación de nuestros primeros recuerdos está fuertemente influenciada por factores culturales y el estilo narrativo de nuestros padres. Las historias que nos cuentan y la manera en que las compartimos juegan un papel crucial en la construcción de la memoria infantil.

Estos relatos familiares no solo dan forma a lo que recordamos, sino que también contribuyen a la creación de nuestra identidad y a la toma de decisiones en la vida futura. La memoria infantil, con todas sus complejidades y misterios, continúa siendo un campo fértil para la investigación científica.

Mientras tanto, podemos contemplar nuestros recuerdos más tempranos con una mezcla de nostalgia y escepticismo, reconociendo que, aunque quizás no sean completamente fieles a la realidad, forman una parte esencial de quiénes somos.