A los 10 años cantábamos la flaca sin parar, recuerdo que mi hermano fue a un concierto tuyo, mientras yo aprendía a volar con el viento tan solo para verte... Nos reíamos de un amigo y su forma de imitarte y aún en cada navidad sigues apareciendo en el SingStar.

Cantarte es más difícil de lo que parece. La primera carta fue el lado oscuro y la duda de aquel chico enamorado que me escribió mientras montaba a mi caballo (sintiéndose inferior), pero yo, no suelo compararme y la discriminación me quita el hambre.

Hace días que te observo, que te escucho en bucle y he contado con los dedos cuántas veces me he reído recordando mi vida gracias a ti, y una mano no me ha valido... «Quiero ser poeta».

Recuerdo cómo te escuchábamos en el coche durante los viajes familiares, pisando a fondo y sin dejar de acelerar, mientras mi hermano decía que lo definías, «pura sangre, pero de ley», mientras mis padres solo gritaban «¡depende!». Y nos encantaba revolucionarnos con aquella vieja muy borracha que dormía, bebía, fumaba y cantaba y sí, mami trabajaba en el hotel Las Palmeras. Todo coincide... hasta el Valle.

En esa época no imaginaba que recibiría al acabar la universidad una segunda carta de un amigo que, tras cinco años, «cómo quieres ser mi amiga, si confundo tu sonrisa». E imagino que serían momentos donde no habría borracheras que ahogaran la pena, pero sí momentos de energía recordando tu guitarra en los conciertos para «buscar un lugar donde dormir conmigo y despertar, abrir los ojos y encontrar que nada sigue igual».

En bachillerato todo se vive intensamente y creemos que existen dos días en la vida para los que no nacemos, pero luego aprendemos a enamorarnos y desenamorarnos con el tiempo, ¡laralaralaralá! Ese tiempo para aprender, para pensar, para saber, para bailar en zapatillas y estar a gustito con la vida. Porque nuestro futuro no está en lo puro, la pureza está en la mezcla, en la mezcla de lo puro, que antes que puro fue mezcla.

Y cambiando de disco ,que este está muy visto, pasamos al último verano antes de la universidad, ¡qué bonito! Todo nos parecía bonito, con el colgante del Yin Yang en mi cuello y la muñeca llena de gomillas de colores, bailando cuando todo iba mal, al compás de las canciones que más nos gustaban, por aquellas emociones convertidas en canciones, en miradas, en temores, en olores... Aún retumban en mi corazón.

Qué casualidad que viví un año en un metro cuadrado en un colegio mayor, sola y bien acompañada, para sentirme bien. Comencé a escribir mi diario personal adulto, donde viven los recuerdos que me ayudan a vivir sin nombre ni titulares, solo efectos personales. Y se me olvidó escribir una canción, ya que las mujeres lo sabemos hacer mejor que nadie, pero sí me dediqué a bailar bastante, pues también sabemos movernos mejor que nadie.

Me declaré con un Edding en la Biblioteca de Salamanca, ¡olé!, ¡ni miedo ni fe!, nos deshicimos del amigo pesado en Barcelona al grito de ¡déjame vivir! Y qué bueno, qué bueno, que perdoné lo que nunca debí sin venir a cuento en Mallorca, como una persona a medias.

Ojalá hubiera conservado la rosa que me diste vestido de pingüino y converse. ¿Y ahora qué hacemos? Ya tenía mi carrera y mis másteres, ahora tocaba ser libre para enredar, para querer a morir, ¡para ser un bicho! Para escucharte en Tarifa con amigos que hoy por hoy son familia y, aunque hicimos mal algunas cosas como Sabina, aún seguimos vivos.

También hubo un tiempo que no supe quién era, no estuve donde quería y no levantaba cabeza sin saber razones. Pero pude volar a mi manera, ¡alas! para ser la que quería ser, para ser lo que de mi esperan, con mis más y mis menos, pero con tus 50 palos en mis cascos una y otra vez. «Tú y yo deberíamos estar prohibidos€ por eso vuela, vuela, vuela, vuela, vuela deja todo y lárgate, muy lejos».

Se acabó, por fin llegó el momento, te dije adiós en tu último concierto y me firmaste tu libro, (ahora es lo único que tengo).

Gracias por enseñarme a escupir, a sentir sin tapujos y escribir mucho más, mucho mejor y más divertido.

Te quiero aunque no llegue a conocerte.

Te adoro aunque nunca vuelva a verte.

Y rogarte por la cara que te quedes un rato o mejor para siempre.