Era, sin duda, el concierto más esperado y deseado del verano malagueño –y andaluz: única parada en nuestra Comunidad–. Y es que Jamiroquai, la banda liderada por el hombre de los simpares gorros Jay Kay, lleva casi 20 años poniendo a todo el planeta a sudar en la pista de baile con sus ritmos gozosos, herederos tanto del funk, el soul y la música disco –lo que en los años noventa se dio en llamar acid jazz–. Música sabrosa y apta para todos los públicos, como la que se oyó y danzó anoche en el Auditorio Municipal de Málaga. Y miles de aficionados que abarrotaron el recinto –siete mil según las cifras oficiales, pero creemos que habría bastantes más–, demostrando que no sólo de artistas nacionales debe vivir la programación de este espacio.

Porque, ¿cómo no empezar a bailar cuando Jay Kay saltó al escenario con sus proverbiales danzas espasmódicas y desenfrenadas? Sus movimientos son, sin duda, clave en la imagen y el éxito de su banda. Y eso que Jason Cheetham Kay –nombre completo del artista– aún andaba medio convaleciente de una hernia en la ingle, problema que le obligó a cancelar parte de su gira europea –el tour está siendo de lo más accidentado: un tramoyista falleció durante el montaje de su concierto en Lyon en marzo pasado–.

También influía en la diversión las ganas que muchos tenían de pillar a Jamiroquai después de la abortada actuación de hace seis años en el Hipódromo Costa del Sol, en Mijas –¿se acuerdan de aquel ambicioso ciclo de recitales en que sí llegó a comparecer Elton John?–. Muchos recordaban ayer antes de iniciarse el recital cómo la productora de aquel recital, que realmente no contaba con los fondos necesarios para llevarlo a cabo, sí se trajo a Kay para Mijas para ver si podían terminar, in extremis, financiándolo; según algunos, la cosa terminó con el cantante pasando a cuerpo de rey varios días en el Byblos... Y los fans sin concierto.

Banda

Una de las señas de identidad de Jamiroquai es la tremenda profesionalidad de su banda, una máquina completamente engrasada cada noche para el disfrute. Por supuesto, en Málaga lo demostraron una vez más: el batería Derrick McKenzie, el percusionista Sola Ankinbola, el guitarrista Rob Harris, el pianista Matt Johnson y el bajista Paul Turner –éste, particularmente portentoso– compusieron un combo realmente imparable, especialmente en los temas más movidos del repertorio. También funcionaron en las canciones nuevas, las del último álbum del grupo hasta la fecha, Rock Dust Light Star, con el que regresaraban a la arena discográfica tras cinco años de silencio.

Unos temas, por cierto, que muestran a un Jay bastante más maduro y reposado. Y es que el caballero peinará ya en diciembre 42 años. Pero si hablamos de señas de identidad, los looks de Kay siempre han mandado: el de ayer, un tremendo poncho multicolor –que debía de dar un terrible calor en la apelmazada noche malagueña– y un sombrero al más puro estilo Cabrero –sí, el cantaor–. Una imagen multiculti total, propia de este británico de padre portugués que gusta en todo el planeta –como se notó anoche: mucho extranjero también en el Auditorio–.

Por supuesto, sabedores de la popularidad de sus himnos pretéritos, Jamiroquai no se quedaron en presentar su último trabajo, sino que también desgranaron buena parte de los grandes éxitos de su intensa carrera. Así, el público, que se desgañitó pidiendo muchos de estos temas clásicos, pudo gozar de Canned Heat, Deeper Underground o Love Foolosophy. Hubo de todo para todos en una noche de sudor, movimiento, mucho movimiento y canciones, muchas canciones, que, desde ya, muchos ya consideran la fiesta del verano. Y Málaga se acordará de esta velada durante también bastante tiempo. Que se repita.