La desbocada prima de riesgo, el control del déficit, los recortes, la caída de las ayudas, el elevadísimo paro y el lejano horizonte de crecimiento dibujan cada día el malogrado panorama económico en que se encuentra sumido nuestro país. La crisis económica ha atacado directamente a la línea de flotación del mundo del arte contemporáneo; un sector que hace unos años empezó a normalizarse con la llegada de pequeños coleccionistas que permitían que el artista pudiera vivir de su trabajo, la creación de una obra de arte.

Pero esos momentos de esplendor fueron un espejismo. El sueño se ha transformado en pesadilla, el arte contemporáneo no llega a convencer y con la que está cayendo, los creadores se han visto obligados a echar mano de la imaginación y de fuertes dosis de motivación para salir adelante de esta terrible situación.

Los artistas Laura Brinkmann, Diego Santos, Javier Garcerá, Elena Laverón y Javier Calleja cuentan cómo se las ingenian actualmente para subsistir y en qué han cambiado sus procesos creativos para esquivar los efectos de la tijera y la falta de financiación de los proyectos artísticos.

La fotógrafa Laura Brinkmann (Málaga, 1977) está padeciendo en sus carnes los efectos colaterales de la crisis. La artista malagueña ve muy complicado llevar a cabo una exposición por la inversión que requiere su producción. «Ahora tienes que pensar más hacer una muestra, especialmente de fotografía, porque la producción es más cara y tienes que estudiar si realmente te compensa», explica Brinkmann, que asegura que ahora el artista «malvive» de esto.

La autora considera que al artista no le ha quedado otra que convertirse en empresario y «hay que echar números». «En mi última exposición en Madrid invertí un dinero, vendí algunas piezas, pero no ha equilibrado los gastos».

La joven creadora cuenta con un currículo impecable, pero con la que está cayendo de poco le sirve. Licenciada en Psicología y Bellas Artes y con un cultivado bagaje artístico a sus espaldas, Laura Brinkmann está pensando otras alternativas y ya busca otras salidas laborales en el sector de la publicidad. «Lo que no puedes hacer es quedarte parada, porque es verdad que la crisis afecta a la creatividad y estás más bloqueada, pero hay que luchar contra eso. Hay que evitar que se produzca un deterioro de tu actividad», afirma con contundencia.

El efecto contrario ha experimentado Diego Santos (Málaga, 1953), que a pesar de los malos tiempos que corren ha inaugurado más exposiciones que en otras épocas. El creador declara que la crisis le ha «reactivado». Aunque, claro, para alcanzar este estado de catarsis artística existe un único antídoto: «trabajar cuatro veces más para cobrar la cuarta parte».

Diego Santos subraya que las instituciones nunca han apoyado en firme al mundo del arte. «En tiempos de bonanza algo más, pero ahora parece que los artistas nos mantenemos de bocadillos de aire. Vivimos milagrosamente», se lamenta el autor, que considera que en España los artistas son «los últimos de la fila».

«Nos ven como una colección de bichos raros inútiles, no valoran nuestro trabajo y los artistas generamos industria, porque vendemos ideas. Los políticos nunca cuentan con nosotros porque les damos miedo; nos ven como un problema, porque vamos a la vanguardia y están muy equivocados porque el creador es un generador de riqueza porque vivimos en el mundo de las ideas», razona.

Para el malagueño, la crisis económica ha «herido» al mercado del arte, que en su opinión, se ha quedado para los «especuladores», los «golpes de efecto».

Respecto a Málaga, Diego Santos lo tiene claro. La inauguración del futuro Museo de Málaga en el Palacio de la Aduana sería una oportunidad «maravillosa» para crear una colección del siglo XX, en la que estuvieran representados los artistas de esta ciudad, especialmente los vivos, porque «hay que apoyarlos». «Para qué tantos espacios inútiles como el Museo de las Gemas, donde se ha tirado el dinero, y luego no se invierte en la creatividad de los artistas. Es urgente crear un fondo de compra para incentivar el arte contemporáneo malagueño y hacer espacios alternativos con artistas de ahora. Lo mismo que hay presupuesto para Picasso, también tiene que haber para los artistas vivos», afirma con franqueza.

El afamado artista Javier Garcerá (Valencia, 1967) es profesor en la Facultad de Bellas Artes de Málaga y un «privilegiado entre comillas» al estar embarcado en un ambicioso proyecto plástico para el Centro del Carmen de Valencia, que se inaugurará a finales de 2013. Garcerá puede elaborar obras con plena libertad, sin las presiones propias del mercado. Es más, este superviviente del mundo del arte prepara una apuesta arriesgadísima para el próximo mes de octubre en la galería malagueña Isabel Hurley, donde han apostado claramente por el proyecto artístico y no por las ventas. «Prefiero hacerlo así. Nunca he permitido que las crisis ataquen a mis proyectos; jamás me traicionaré a mí mismo. Así que hago lo mismo que antes de la crisis, incluso obras de más tamaño y más ambiciosas».

Sostiene que la actual situación «va más allá» de cuestiones puramente económicas. «Queramos o no hay una distancia entre el discurso del artista y las necesidades sociales. Me parece muy triste que las galerías estén vacías. Esa es la gran crisis; existe un problema de falta de curiosidad, de interés por el trabajo del artista. No hay deseo de ver arte y esa transmisión entre la obra artística y el público es fundamental. No se entiende el discurso del artista como un generador de cultura. Eso no se resuelve ni con rescates, ni con recortes, sino con educación», sentencia Garcerá, que asegura que vive de vender su obra en el extranjero. Recientemente, el pasado mes de octubre, una exposición suya en Lisboa ha sido todo un éxito. Allí sí existe todavía esa tradición coleccionista de arte contemporáneo.

Para el creador valenciano, los galeristas son auténticos «héroes», porque arriesgan sabiendo que económicamente ganan «nada». «Para estas personas es descorazonador que nadie vaya a sus locales a contemplar arte; es un mérito estoico, porque a fin de cuentas es más importante la repercusión social que la económica y tal y como están las cosas esto se va a convertir en un páramo», apunta Garcerá, que define su labor docente como «terapéutica». «Es un placer el encuentro con el alumno. La creación en un estudio provoca mucho aislamiento y con las clases recobro el equilibrio».

En estos momentos no existen fórmulas mágicas. Sólo aprovecharlos para mejorar la formación artística. Puede que sea lo único bueno de esta crisis. Es el consejo que Garcerá da a sus alumnos de Bellas Artes. Él habla por propia experiencia. Acabó la carrera y desarrolló varias becas en Italia y París. Aquello fue verdaderamente «revelador». «Ves otras cosas y creces personalmente. Antes te colocabas pronto y te apoltronabas y el trabajo artístico es un ejercicio de obstinación y de esfuerzo mental. Ahora, esta cantera de jóvenes tiene que ver el lado positivo: estar mejor formados».

Al artista Javier Calleja (Málaga, 1971) la crisis no le ha afectado a nivel artístico. El malagueño cultiva desde siempre un formato que no necesita apenas producción. Son piezas muy pequeñas, muy asequibles de producir y de vender, aunque ha notado que el mercado está más parado, se compra menos. Además, no es partidario de llevar un ritmo expositivo frenético. Una o dos exposiciones al año.

Sin embargo, su trabajo como profesor interino en institutos de Secundaria peligra en estos momentos por culpa de los recortes en Educación por parte de la Junta de Andalucía para cumplir los objetivos del déficit. Lleva siete años como docente y puede que éste se quede en la calle. «Estamos muy preocupados porque puede que en el próximo curso muchos vayamos al paro».

Para Calleja, la crisis supone una «renovación artística» en la que los artistas que «no vivimos cien por cien de esto tenemos la oportunidad de ser «más libres», porque no se tiene la presión de las ventas y se arriesga más.

A pesar de que Calleja se ve como un artista «poco institucional», considera que las administraciones deberían reorientar los apoyos al mundo del arte. Deberían preguntar al sector qué necesitan, ver esas estrategias. «Las instituciones deberían crear más infraestructuras para que los artistas puedan trabajar y ayudar a los galeristas, que a fin de cuentas son los que promocionan a los creadores, antes que subvencionarnos directamente, porque ese dinero no dura y puede ser más rentable para muchos más buscando estas otras fórmulas».

Para no ser pasto de la desesperación y el tedio, Calleja aboga por la combinación de paciencia, espera y motivación. «Este trabajo es una carrera de toda una vida. Muchas veces el artista se abandona y hay que buscarse otras motivaciones y estrategias personales para salir adelante».