Si estuviéramos en la Edad Media y alguien nos enviara el regalo de un buen picadillo de cerdo, eso que se llama también zorza y que a servidor le parece un manjar, no piense que sería el regalo de un buen amigo, de un admirador secreto o de alguien que le quiere bien, muy al contrario, pues si usted no se lo comiera, seguramente sería acusado de musulmán o de judío a la Inquisición y su vida, le aseguro, empezaría a ser poco menos que un fastidio.

Eran tiempos en los que la comida eran los tweets envenenados que se lanzan ahora y claro, había que extremar el cuidado de cómo contestarlos debidamente. Y no me estoy refiriendo sólo, al hecho de lo fácil que podría resultarle a cualquiera envenenarlo en un banquete, sino de probar de modo «fehaciente», alguna acusación que alguien hubiera vertido contra usted.

La Edad Media además del ingrediente de la picaresca, fue el del inicio del conocimiento de las especias y sorprendentemente, la época en la que por primera vez apareciera eso que denominamos «cocina fusión» y que tantos adeptos tiene en la actualidad.

Se comenzaron a aliñar alimentos con miel y vinagre inventando el sabor agridulce y la abundante utilización de mostaza, jengibre, clavo, canela, orégano, tomillo, albahaca, perejil o la muy apreciada pimienta. Se inventaron los patés, las empanadas y las tortas y se jugó con los colores de modo que la comida fuera también apetecible «entrando por los ojos» del comensal.

Pero la máxima aportación de la Edad Media a la mesa fue que gracias a Carlomagno, la mujer pudo por primera vez, sentarse a la mesa en igualdad de condiciones que los hombres. Seguramente por eso llegaron las buenas costumbres. Algo tan simple como no escupir los restos de comida en el plato o limpiarse las grasientas manos en el mantel, no estuvo mal visto hasta entonces.

Desde entonces, la buena mesa, ha formado parte del acervo cultural de los europeos y como no, una mujer, la abadesa Hildergarda de Bingen, nos ha dejado todo un manual de recetas y modos de comportamiento que siguen estando de riguroso uso y es que allí, en los conventos, nacieron las recetas de las comidas de «diario». Desde entonces, comemos como curas y monjas; todo un lujo culinario.