La duda tiene los ojos entornados, la frente arrugada, muerde la punta del boli, juguetea con el encendedor, escucha a Johnny Cash, mira sin ver las luces parpadeantes de cualquier cacharro que se ponga a tiro, los destellos que desprenden los cristales aquí y allá, engarza recuerdos inventados con ideas absurdas, piedras en el azar ocioso de una playa al amanecer, se demora en los objetos sobre la mesa, ojea en la libreta las notas deslavazadas de la noche anterior, sigue con el pie el ritmo de las canciones, vuelve la mirada hacia la biblioteca situada a su izquierda en busca de vete a saber qué, el boli cruje entre los dientes. La duda se observa a sí misma, con lentitud científica, mirada de entomólogo, latido de locomotora, la caldera inflamada como una herida nueva. Escribir, expresar, hacer de la duda el camino: los arrogantes animan el cotarro con sus teorías y manifiestos, ilusas vedettes en una feria de tullidos. Hacer literatura, suturar a hachazos las fuentes de la herida. Bucear a pulmón libre en la ciénaga visceral que impulsa la locomotora cuesta arriba. Las palabras acampadas en la garganta, desfile de puñales en el cielo de la boca. Hacer literatura: asumir el tiempo amarillo, sin filtros de Instagram, sobre las fotografías.