Si usted googlea el nombre de Eva Jecklin no le aparecerá una infinita lista de webs sobre arte; la primera referencia que hallará será Internet Movie Database. Y es que la creadora de Zurich empezó como actriz, especialmente de teatro -donde ha trabajado con grandes como José Luis Gómez, Hans Hollmann, Dieter Reible y Ferruccio Soleri-, y después como directora de escena y profesora. Pero a finales de los años 90 decidió volcarse en otra de sus grandes pasiones, la pintura, creando unas obras que revelan a una artista matérica que sigue dialogando con las sombras de la escena, de las tablas de ese teatro que tanto ama y que, en realidad, nunca ha dejado. Una antológica de Jecklin puede verse estos días en el Ateneo de Málaga, una completa panorámica de la obra de una pintora que crea al margen de ismos.

Cuenta la artista en su currículo con exposiciones individuales importantes, como Toros (1995), en el Museo Murillo de Sevilla, y Europa. Huellas en el blanco (1998), en el Barlach Halle K de Hamburgo. En 1999 es seleccionada como única artista para representar la sección de Bellas Artes en Hammoniale (Festival Internacional de Mujeres), en el Kampnagel K3 de Hamburgo, con la muestra Europa -su antecesora fue Marina Abramovic, nada más y nada menos-. Fragmentos de estos conjuntos y conceptos han sido seleccionados para la muestra del Ateneo, así como también los frutos de su nueva investigación pictórica, Grietas.

Como señala Juan Francisco Rueda en el catálogo de la exposición, «la obra de Jecklin se encuentra en un punto intermedio, mesurado y equilibrado entre aspectos antagónicos: la crítica y la poesía, la realidad y la utopía, lo abstracto y lo figurativo o Europa y África». Porque las piezas de la suiza -residente en nuestra provincia durante buena parte del año- se benefician de una dualidad, de un diálogo de contrarios que nunca choca. La muestra del Ateneo, en su diversidad de temas y enfoques, muestra a una artista siempre preocupada por la poesía y el movimiento, por la emoción, en definitiva. No es casualidad que una cita de Pablo Picasso ejerza de revelador prólogo: «El artista es como un contenedor de sentimientos que vienen de todas partes: del cielo, de la tierra, de un jirón de papel, de una figura que pasa o una telaraña». El artista debe de tener los ojos y el corazón para poder observarlo y plasmarlo como un médium, un intermediario entre la realidad y el espectador.