"Insisto que estoy vivo», respondía con sequedad allá por el año 2001 a los rumores de muerte por intoxicación de Demerol un Lou Reed tristemente acostumbrado a que lo dieran por muerto. Una pena comprobar que nunca llegaría un comunicado desmintiendo la desaparición del neoyorquino este domingo en que nadie se atrevía a asegurar su muerte en las redes sociales, que cada vez matan con antelación a tantos artistas y famosos. Pero, como decía en su canción al alimón con John Cale, «domingo por la mañana ya me estoy cayendo, tengo una sensación que no quiero conocer», se confirmaba su muerte.

Hace más de quince años de la tremenda y lisérgica versión de Sweet Jane por parte de los Cowboy Junkies en la película Asesinos Natos, que me hizo despertar la curiosidad por el padre de la criatura. Menudo padre. La autenticidad y la consecuencia del rock más crudo y real se daban cita en sus textos sin imposturas ni abalorios, directo, incisivo, brusco pero, sobre todo, real; por encima del sexo, droga y rock and roll, estaba este señor que se arrastraba por el infierno a ras de cielo. Bendito seas. Se nos van los grandes pero ni por asomo se ve un relevo para sus altares, desde los callejones de la gran manzana hasta los restos del muro de Berlín, ni un intento... Descanse en paz.

También esta semana se nos iba uno de los grandes artistas de la España cañí, el mítico Manolo Escobar, que entretuvo a nuestros padres en la época más gris de nuestra historia reciente y que hasta última hora ha estado en activo tras cientos de películas y otro centenar de grabaciones. Lo que en otros países sería un artista de los intocables aquí solo respetados por unos pocos y burla de modernuzos y profetas musicales. País.

Curioso es el curso de las redes sociales cuando muere alguien conocido. Como en la vida real parece que el «qué bueno era» se apodera de nuestros teclados, y no tardan en salir los que empuñan la espada de «ahora a todos os gusta» y se sienten ofendidos porque a su ídolo lo ningunean en los posts del postureo para quedar in según ellos; otros que cambian de opinión por arte de magia y se suben al carro de la idolatría, los que les importa un carajo y se burlan de la noticia... En fin, que parece que nadie se muere a gusto de todos.

Los que no pueden ver a Joaquín Sabina dirán después que era el Bob Dylan español, los que arremeten contra Calamaro que era un autor «prolífico y original», Raphael será un «icono español» cuando no lo bajan de hortera las grandes plumas modernas que corretean por estos pastos cainitas y revanchistas. Será bonito en el tiempo poder ver la trascendencia que tendrán los grupos que defienden a capa y espada actualmente que saturan los medios y las revistas. «Entre flores, fandanguillos y alegrías, nacer en España la tierra del amor» es lo que tiene, como diría Manolo.

«El 99% de todo me importa un bledo». Y no le falta razón a Lou. Subamos el volumen y dejemos que los coros hagan su trabajo: «Doo do doo, do doo, do do do doo€».