Si han visto el magnífico documental 'Exit through the gift shop', la obra en la que Banksy retrata las trampas y virtualidades del arte contemporáneo, ése que podría parecer más preocupado por el éxtasis que por el tormento, recordarán a Shepard Fairey, uno de los pivotes de la acción. El creador urbano, para muchos el gran patrón, junto al enmascarado de Bristol, para otros el responsable de la comercialización de un ámbito antes underground, trabaja desde ayer en Málaga en una de sus obras más ambiciosas con un mural en una de las fachadas del Colegio Federico García Lorca. Es una una de las actividades de mayor relumbrón del programa Málaga Arte Urbano en el Soho (MAUS), dentro de la iniciativa del barrio de las letras Soho.

Fairey es una de las figuras más interesantes y estudiables del arte como negocio, epítome de la evolución de un mercado que, quizás, sólo sepa huir hacia delante, buscando devorar nuevas realidades y conceptos. ¿Cómo explicar si no que buena parte de los creadores urbanos que antes eran considerados vándalos cuenten ahora con la estima que se les dispensa a las superestrellas artísticas? Un caso similar al de los DJs, quizás ahora más valorados -y pagados- que los músicos convencionales. La clave del éxito de Shepard Fairey la encontramos en su retrato de Barack Obama con la leyenda Hope (Esperanza), un icono que tanto ayudó a político a ocupar el despacho oval: su planeada revolución necesitaba de una traslación gráfica y el concepto de Fairey, entre el pop y el grafiti, le sirvió. También a su creador, por supuesto, aunque no tanto a Manny García, el autor de la fotografía en la que se basó, por decirlo finamente, Fairey -interpuso una demanda para exigir sus derechos de autor; al parecer, llegaron a un acuerdo extrajudicial-. Bueno, por algo hay una corriente artística a la que llaman apropiacionismo.

Llegaba entonces el dinero a mansalva a aquel joven estudiante de Diseño que se pasaba los ratos muertos stencileando al mítico André El Gigante con el lema Obey -muchos conocen a Shepard Fairey precisamente como Obey; de hecho, su cuenta de Twitter es @obeygiant-; de estar por las calles con los amigos de siempre a ser entrevistado por Iggy Pop; de trabajar por cuatro dólares la hora en una tienda de skate a hacerse millonario con su propia línea de ropa -quién no ha visto a algún jovencito con una camiseta en la que se lee eso de Obey-. Dice que se inspiró en la cultura del skate y el punk rock, en la que creció, para abrirse su propio camino comercial, siempre con la ética del DIY -Do It Yourself, Hazlo Tú Mismo, aunque sus críticos lo tienen claro: poco tiene de punk una producción en masa de una camiseta que, además, no se vende a precios baratos. Aunque él dice que su Obey Posse -palabra muy hiphopera que sirve para definir a panda, grupo: Shepard Fairey suele trabajar con un grupo de colaboradores muy reducido- es el ejemplo de «esa utopía, de ese ideal en el que el arte y el comercio trabajan en harmonía», a sus colegas que han preferido continuar en el underground les parece que su arte se ha comercializado en sus caminatas por los pasillos de las instituciones.

Su mural para el Soho, coronado por las palabras «Paz y Libertad», dice tener una voluntad política, como, admite Shepard Fairey, posee todo su trabajo: «El arte callejero es político por nautraleza, porque es un acto de reto, de desafío, que consiste en decir: Hey, soy un ciudadano que paga sus impuestos y merezco un poquito del espacio público; que, en realidad, está reservado a gente que puede permitirse poner un anuncio en un espacio porque tienen un producto que vender», declaró en una reciente entrevista con Peter Simek para FrontRow. Quizás Fairey, el hombre que convirtió en pósters imágenes tremendamente influenciadas por los iconos de la propaganda marxista, el hombre al que ahora le ponen los muros gigantes en bandeja para que los ilustre -¿adiós a los tiempos vertiginosos del hit and run?-, venda otra cosa.

En cualquier caso, Fairey no se considera un vendido, ni mucho menos: «Me lo han llamado por usar otras plataformas y espacios más allá de la calle. Hay muchas formas válidas de compartir el arte y también de resolver el problema de sobrevivir económicamente como artista».

La otra torre del Soho de esta intervención será ilustrada por otro grande del street art, el británico D*Face -nombre real: Dean Stockton- otro de los creadores que también ha viajado de los grafitis ilegales a las galerías más prestigiosas de medio mundo gracias a su relectura de la obra de popes del pop a través de conceptos políticos -su más reciente exposición se titula New World Disorder-.