De la Barcelona gris del franquismo a la rutilante de los Juegos Olímpicos; de la televisión en blanco y negro a la de los mil canales; de una sociedad cerrada a la integración europea; del papel a la última tecnología...Carlos Ruiz Zafón reflexiona sobre un país que empieza a cambiar, y de qué manera, a partir de los años sesenta.

-¿Cómo evoca 1964, año de su nacimiento, a partir de lo que le contaron las personas próximas? ¿Cómo era la atmósfera de sus primeros años de vida?

Posiblemente, mis primeros recuerdos de aquel tiempo vienen de viejas fotografías de familia y de la reconstrucción que uno tiende a hacer en la mente mediante las imágenes que recuerda y las que imagina a través de las palabras de los demás. Mi primera memoria es la de aquella Barcelona de los años sesenta, una ciudad que en cierto modo parecía, o me lo parecía a mí, congelada en el tiempo, como me lo parecía todo el país."Mi primera memoria es la de aquella Barcelona de los sesenta, una ciudad que me parecía congelada en el tiempo, como me lo parecía todo el país""

Los años sesenta, en España, son los del inicio del consumo: automóvil, frigoríficos, lavadora... ¿Qué experiencia tuvo de toda esa tecnología?

Modesta, supongo, porque la nuestra era una familia de clase media y fuimos descubriendo todos estos avances poco a poco. El año que yo nací, mi padre compró un Seat 600, algo sonado en la época. Yo, personalmente, circulaba en uno de aquellos carritos Jané con aire de carroza liliputiense. Recuerdo la primera televisión que tuvimos en casa, un armatoste negro que sintonizaba lo que le parecía y cuando le parecía. Una nevera enorme que se abría a palanca y que contenía unos yogures de cristal cuyo envase había que devolver a la vaquería de la esquina y que, me parece, fueron la única cosa que yo comí durante años€ En el piso donde vivíamos, junto a la Sagrada Família, había, como en todas las casas de entonces, un lavadero, y con los años cayó una lavadora que hacía un ruido enorme y vibraba como si tuviese dentro una docena de poltergeists.

-La suya es, de pleno derecho, la generación de la televisión. Ese "armatoste negro", que emitía en blanco y negro y con dos cadenas. ¿Cómo le marcó?

Cuando yo era un chaval, la televisión empezaba a eso de las 6 o 7 de la tarde y apenas -duraba unas horas. Había dos canales, el UHF y el VHF. La programación era extraordinariamente modesta, pero, para mí, lo importante fue que me permitió conocer muchas cosas que de otro modo no hubiera podido experimentar. Recuerdo dos cosas que me fascinaban. Una era una serie de programas llamados Estudio Uno, con adaptaciones de obras de teatro y dramatizaciones de novelas populares hechas con gran decoro y ambición. Y la otra era el cine. Televisión Española recuperaba películas clásicas y no tan clásicas que en aquellos años era imposible ver de otro modo. Uno de mis primeros recuerdos es ver Ciudadano Kane en el televisor de casa. Para mí y supongo que para muchos de mi generación, aquellas películas eran una ventana a un mundo que quedaba muy lejos de la realidad del país del momento y aquella, a diferencia de la de ahora, era un época de muy pocas ventanas€"Uno de mis primeros recuerdos es ver Ciudadano Kane en el televisor de casa"

-Fueron años de merienda publicitada: donuts, cacaolat, nocilla, bollycaos€ ¿Los consumía?

Mis favoritos, de largo, eran los donuts de chocolate, el gran clásico de la bollería industrial española, y lo siguen siendo. Cuando yo era niño, los estándares eran los bonys y los tigretones y todos aquellos inventos de Bimbo€ El bollycao ya me pilló tarde y siempre me inspiró desconfianza€ algo en ese bollito misteriosamente esponjoso y aquel relleno a lo choco-chernóbil que me sugerían conexiones petroquímicas sospechosas. El donut de chocolate, recién entregado por la furgoneta a primera hora de la mañana, era y es, creo, la joya de la corona.

-En esa época, el país se transforma de sociedad rural a urbana. ¿Tiene recuerdos de la España de campo?

Parte de la familia, tanto de mi padre como de mi madre, tenían, como tanta gente por entonces, parientes en algún pueblo remoto, y recuerdo haber pasado tiempo en uno de ellos, una aldea que quedaba en la frontera entre Castellón y Teruel, al fondo de un valle remoto al que costaba horas llegar por una carretera estrecha como un fideo y con más curvas que Agata Lys, vampiresa de aquella época. Si Barcelona ya me había parecido un mundo cerrado y aislado, aquellas aldeas eran un salto al siglo XIX sin red. La casa de mis parientes no tenía ni agua, ni luz, ni lavabos ni nada que hubiera sido inventado después de 1850. Y hoy la gente se queja de que la wi-fi va lenta€"La casa de mis parientes no tenía ni agua, ni luz, ni lavabos ni nada"

-Fue a un colegio religioso. ¿Cómo se adaptó a los cambios? ¿Qué huella le dejó su enseñanza?

Prácticamente toda mi escolarización, a excepción de un par o tres de años de parvularios, tuvo lugar en un colegio de jesuitas. Mi impresión es que en la época en que yo llegué allí ya se había producido la gran explosión demográfica y eso había cambiado mucho cómo eran las escuelas de entonces. En mi colegio, entrábamos cada día cerca de 3.500 alumnos. Aquello había dejado de ser una escuela relativamente exclusiva y ahora era una gran fábrica, como no podía ser de otro modo. En este sentido creo que la educación era estándar, masiva y muy orientada a cumplir con unos moldes determinados y poco amiga de lo excepcional o atípico. El aspecto religioso, aunque estaba presente, nunca me pareció ni opresivo ni represivo. Y lo dice alguien que nunca ha sido una persona religiosa, ni de niño.

-¿Cómo eran sus veraneos infantiles?

Mis padres pasaban los veranos en un pequeño apartamento en la Costa Brava, en la bahía de S´Agaró, junto a Sant Feliu de Guíxols, y allí pasé muchos veranos, siempre a remojo en la playa, en las cuevas de la bahía o explorando con amigos las colinas que había por allí€ En verano, me gustaba leer y escribir mis propias historias, perseguir inocentemente a alguna novia de esas que le hacen a uno siempre recordar la propia infancia con mejores ojos de los que probablemente merece, y batir récords sobrehumanos del tiempo que uno puede pasar encima de una bicicleta haciendo piruetas y, ocasionalmente, pegándose unas natas monumentales.

-En 1975, muere Franco y empieza la transición democrática. ¿Cuáles son sus imágenes de ese momento?

Recuerdo que al día siguiente de la muerte de Franco llegué al colegio muy pronto por la mañana, como todos los días. Era un día gris y frío, y todavía era casi de noche. Lo que me encontré es que muy pocos alumnos habíamos acudido y que los profesores y el personal de la escuela tenían todos una cara de consternación, de inquietud y de incertidumbre que les llegaba al suelo. Nos anunciaron que Franco había muerto y que no había clase. Al recibir la noticia, yo y algún compañero nos alegramos, más que nada porque inocentemente pensábamos que nos iba tocar un día de fiesta inesperado."En verano, me gustaba leer y escribir mis propias historias, perseguir inocentemente a alguna novia..."

Nuestra alegría no fue bien recibida por el tutor, que creo que estaba convencido de que era cuestión de minutos que las calles se llenaran de tanques y que todo se fuese al garete. Yo y un par de amigos decidimos que nos volvíamos a casa, pero dando un largo rodeo€ Mi colegio estaba en Sarrià y yo vivía en Sagrada Família, así que el paseo era considerable. Así pues, recorrimos las calles medio vacías sin comprender bien el alcance de aquel momento histórico, aunque algo en el aire, en la cara de la gente, anunciaba que las cosas iban a empezar a cambiar, y pronto. Y así fue.

-Coronación del rey Juan Carlos, primeras votaciones, referéndum constitucional€ Los cambios políticos se suceden hasta el 23-F y el triunfo socialista de 1982. ¿Cómo resumiría su memoria de todo este proceso?

Mi recuerdo de aquellos años es el de una época turbulenta y vagamente subterránea, donde una cosa es lo que uno veía o creía ver, lo que te contaban y se comentaba, y otra cosa muy diferente era lo que debía de estar pasando realmente. Para mí, aquellos años fueron los que me enseñaron a ver las costuras y los rotos que había en el país. Al haber nacido en los últimos años del franquismo, había crecido creyendo que aquel mundo que veía era el único que existía, que aquello, por sospechoso que me pareciese, debía de ser lo normal. Una vez las cosas empezaron a moverse a mayor velocidad y el país empezó a cambiar, se hicieron evidentes todas aquellas cosas que hasta entonces uno presentía pero no era capaz de explicar.

-¿Dónde estaba cuándo Tejero y sus guardias tomaron el Congreso?

El 23-F me pilló, de nuevo, en el colegio. Nos llegó la noticia de que se había producido un incidente y las clases se suspendieron antes de la hora. Recuerdo que a muchos alumnos les vinieron a buscar sus padres, convencidos de que se iba a desatar un baño de sangre. Yo regresé tranquilamente a casa, caminando. Barcelona estaba casi desierta. Cuando llegué a casa, vi la televisión y seguí aquel extraño suceso como si se tratase de un melodrama de opereta, con aquellos señores disparando en el Congreso, el rey de uniforme e Iñaki Gabilondo dando las noticias desde lo que parecía un sótano secreto en el búnker de Prado del Rey."Aquellos años fueron los que me enseñaron a ver las costuras y los rotos que había en el país"

-En 1982 la revista Time destaca el auge y la extensión del ordenador personal, el PC. ¿En qué momento lo adopta? ¿Cómo cambia su manera de escribir?

Lo adopto muy pronto. Empecé a utilizar ordenadores personales para escribir tan pronto estuvieron disponibles y nunca he dejado de utilizarlos. Escribir es esencialmente reescribir, y el software de tratamiento de textos es lo más aproximado al proceso mental de composición del lenguaje que conozco. Es también una cuestión de hábito. Para mí, lo que me resulta más natural e inmediato es pensar frente a la página en blanco, pero en la pantalla, no en papel. Posiblemente si hubiese nacido treinta años antes no hubiera sido así y me hubiera sentido más cómodo frente a un cuaderno. La tecnología es una herramienta, y cada cual debe encontrar la que más le convenga. Lo que importa, en último término, es el resultado. El sabor está en la sopa, no en la cuchara. Yo confieso que he pasado los últimos 25 años o más rodeado de máquinas y trastos. Para bien o para mal, la tecnología forma una parte sustancial de mis hábitos. Me gustan las máquinas, la tecnología y las posibilidades que permiten. Siempre me han gustado y nunca he tenido reparo o recelo alguno a aliarme con mecanoides de toda ralea.

-En 1992 se celebran los Juegos Olímpicos de Barcelona, tan decisivos para la transformación de la ciudad y para la internacionalización de la nueva España democrática. ¿Cómo los vive?

Tengo un buen recuerdo, como creo que lo tienen la mayoría de los barceloneses, de aquellos días. Aquel verano decidí quedarme en Barcelona para vivir los Juegos. Estaba por entonces trabajando en una novela para jóvenes, El príncipe de la niebla, que escribía por las noches. Recuerdo que hacía un calor terrible y que me compré un pingüino, uno de aquellos aires acondicionados portátiles, y que escribía con el aire apuntándome a la cara en un piso que tenía alquilado en Sarrià. Viví los Juegos con un cariño especial, sobre todo las ceremonias, porque conocía y era amigo de algunos de los creadores de aquellas magníficas ceremonias de apertura y cierre.

-En los noventa se instala en EE.UU. A partir del momento en que fija su residencia allí, ¿qué diferencias registra entre el día a día de la sociedad española y la norteamericana?

Son mundos muy diferentes, desde la propia concepción del papel del individuo, de las instituciones, de los objetivos y valores que se fijan€ Supongo que la trayectoria histórica de cada territorio marca una pauta de desarrollo, y en este caso las diferencias son muy notables. Mi impresión es que en la sociedad norteamericana prima el individuo sobre el grupo, prima el esfuerzo personal o el ansia de superación y de ambición material sobre otros aspectos más propios de la tradición mediterránea o latina. Hay diferencias radicales en el modo de entender el clima social y político, la cultura, la familia... No creo que una alternativa sea necesariamente mejor o peor que la otra. La naturaleza humana es la que es y lo que cambia son las circunstancias. Para mí, en cualquier caso, vivir la diferencia ha resultado enriquecedor y muy positivo a todos los niveles.

-Internet empieza a consolidarse también en los noventa. ¿Cómo cambia su vida?

Me parece que internet ha hecho el mundo más pequeño, accesible y manejable. Abre, cambia y facilita las comunicaciones, el comercio, el acceso a la información, altera el mercado cultural y cambia el modo en que organizamos nuestro día a día. En muchos casos a mejor, aunque no siempre. En mi caso, la revolución digital en general me ha servido para facilitar muchas cosas. Cualquier cosa que salte fronteras, diferencias, trincheras, escudos y barreras artificiales entre gentes y culturas me parece generalmente positiva y, en gran medida, internet ha contribuido a eso. Aunque creo que, como con todo, la moderación y la reflexión son buenos consejeros y es prudente tener una cierta visión crítica con algunos de los aspectos de esta revolución digital. Los becerros de oro, al final, siguen siendo becerros por mucho que alguien les quiera sacar brillo."Es prudente tener una cierta visión crítica con algunos de los aspectos de esta revolución digital"

-En suma, ¿qué ha cambiado a mejor, y qué a peor, entre 1964 y el presente?

Es difícil juzgar de un modo objetivo un proceso y un periodo del que uno forma una parte, aunque sea minúscula, y con el que uno ha cambiado y evolucionado. La perspectiva cambia y no vemos las cosas como son sino que las vemos, y las entendemos, a través de cómo somos nosotros. En términos generales, vivimos en un mundo diferente, mucho mejor, creo, a escala local, no muchísimo mejor a escala global, y en cualquier caso sujeto a los mismos ciclos de la historia. El inicio del siglo XXI me recuerda mucho al inicio del XX, y creo que, aunque yo no lo veré, muchas cosas que se vivieron en el XX se volverán a vivir en las próximas décadas. Contemplar la historia siempre es engañoso. Creemos que porque envejecemos y con el tiempo nos sentimos más sabios o más cobardes el mundo cambia y nosotros con él. Pero si algo tengo claro en esta vida, es que lo que nunca cambia y nunca cambiará es la naturaleza humana y que el mundo en el que vivimos no es más que el que creamos entre todos y que es un simple reflejo de lo que somos, con lo bueno y lo malo. Ahora, cien años atrás o cien años en el futuro.