Ocurre a menudo que los que viven inmersos en una realidad dejan pronto de verla en su conjunto. Por ejemplo, estar constantemente pegado a los detalles sobre las cuestiones que acontecen en la ciudad impide que se pueda apreciar en su conjunto con nitidez. No es habitual detenerse para limpiarse la mirada, tomar perspectiva y dejar que los árboles nos dejen ver el bosque. Por este motivo, La Opinión ha querido conocer cómo se percibe desde fuera el impulso cultural que la ciudad ha tomado en los últimos años.

Para ello hemos preguntado a distintos creadores malagueños que viven y desarrollan sus carreras en otras ciudades. A lo lejos. Qué les dicen sobre su ciudad cuando confiesan que son malagueños; qué opinan de las importantes inversiones museísticas -que culminarán con la inminente inauguración de las sedes del Pompidou y el Estatal Ruso de San Petersburgo- y hacia dónde creen que llegará la Málaga cultural en el futuro, entre otras cuestiones. Los paisanos Juan Jacinto Muñoz Rengel, autor de El asesino hipocondríaco y El libro de los pequeños milagros, entre otras novelas y relatos; Carlos Taillefer, cineasta que ha participado en más de medio centenar de largometrajes, entre los que destacan películas de directores como Roman Polanski, Pilar Miró y Antonio Banderas; Rogelio López Cuenca, reconocido artista plástico, cuya mirada es siempre incisiva y crítica con el establishment del arte, y Alejandro Simón Partal, una de las voces más sugerentes de la poesía actual, nos abren esa ventana de aire limpio para contarnos cómo nos ven desde esa distancia tan prudente como necesaria.

Juan Jacinto Muñoz RengelEscritor

Siempre que sale una conversación sobre nuestra ciudad entre la gente de la cultura que vive en Madrid o en Barcelona, el comentario generalizado es el mismo: «Qué bien está ahora Málaga». Se refieren, sobre todo, a la transformación de la ciudad con la aparición del Museo Picasso, el Thyssen y algunos otros como el CAC que también empiezan a sonar cada vez más; pero también a la peatonalización del centro y, ahora, a la remodelación del puerto, con las consecuencias que eso tiene en la vida cultural. Por supuesto, el Festival de Cine es sobradamente conocido, porque copa siempre los medios nacionales.

Si hablo a nivel personal, cuando me fui de Málaga hace catorce años en ella no había un solo taller literario, ni casi oportunidades para ganarse la vida como escritor. Desde entonces, he visto multiplicarse las librerías, cada vez más ambiciosas en sus programas de actividades, proliferar los clubes de lectura en las bibliotecas, surgir los talleres, y en la actualidad incluso la Escuela de Escritura Fuentetaja, en la que imparto docencia en Madrid, organiza cursos en el recientísimo centro de La Térmica.

Carlos TailleferProductor y realizador

Hubo un tiempo, en el que en Málaga se podía pasear durante la Feria por la calle Larios entre caballos y excrementos; la minoría, los que no queríamos feria, podíamos elegir entre acudir al Teatro Cervantes a disfrutar de un concierto de piano a cuatro manos de Mozart o escuchar al cuarteto de Salzburgo, todo ello en pleno agosto, allá a finales de los ochenta, principio de los noventa. Claro, que el alcalde de entonces, melómano empedernido, encargó a su concejal de cultura la misión de seleccionar, libreta en mano, a músicos checos, polacos y rusos, con el fin de crear una orquesta sinfónica estable, con todas sus consecuencias, en nuestra ciudad. Tras cuatro décadas de represión y oscuridad, los malagueños empezamos entonces a saber de dos conceptos: cultura y Europa.

También hubo fiascos estrepitosos al tratar de vender al ciudadano la ilusión de algo que era imposible de raíz: una Málaga Capital Europea de la Cultura. Cualquier político con sentido de la cultura hubiera priorizado la terminación del Auditorio del puerto como equipamiento urgente e infinitamente más útil para la ciudad, que dar vía libre a dos museos franquicia. Mas no debemos olvidar un detalle no menor: el Auditorio de música igual se terminaba..., pero para las elecciones municipales del 2020.

Y llegó Picasso. Conviene aclarar que Mozart es a Salzburgo, lo que Picasso no es a Málaga. Con la llegada de Picasso a Málaga se reaviva de alguna manera el recuerdo de las dos Españas. Siempre me he preguntado, quizá ingenuamente, si Picasso viviese, ¿cómo sería su relación con esa derecha que se le llena la boca de picassos? Intuyo que serían enemigos irreconciliables.

En esto de la marca Picasso, también hay sus excepciones, como hacer compatibles durante el verano a los amantes de la feria y a los de la música clásica: el mimo, el trato y la delicadeza con la que se gestionó la llegada y apertura del Museo Picasso, y todo lo que supuso, sería impensable desde la perspectiva de la actual y exclusiva mayoría dominante municipal vigente.

La política cultural de la ciudad debería partir de un principio de consenso a la manera de una Razón de Estado Municipal, entre todos los grupos políticos, pero esto es impensable. Unos están empeñados en cometer esa aberración que consiste en terminar La Manquita y otros en dejarla como está. Al actual alcalde no se le conocen inquietudes culturales y sus intereses personales se centran sólo en realizar un esfuerzo denodado, desde una situación electoral desesperada, por vender de arriba a abajo y nunca al revés, privando así de una oportunidad a gente valiosa de la propia ciudad, que ha destacado culturalmente, y lo ha hecho en general y mayoritariamente, de una manera individual y autónoma, viéndose obligada a emigrar.

La franquicia malacitana llamada Pompidou, nunca creará un departamento de Cinema du Reel, como tienen en París, similar a la Cineteca Matadero, para disfrute del malagueño. Por cierto, ¿cuándo un político de la derecha, como Pompidou, hará algo que sea sólo el 10% de lo que supuso para París la creación de tal centro? ¡¡¡Impensable!!!

En rigor, da lo mismo: pronto llegaremos a esa situación que plantea la película de Fernando Trías de Bes titulada La Gran Invención. En ella, su argumento plantea un futuro de ciencia ficción que, en mi opinión, no está tan lejos: Año 2027. Europa se encuentra desintegrada, el euro no existe; una periodista francesa cubre la información de una emisora de televisión, poco a poco, nos damos cuenta de que tanto los jefes como la planta de redacción está integrada por chinos. En un pequeño descanso, la periodista, sale al balcón de la redacción a fumar un cigarro, mira a la torre Eiffel, y en la punta de la misma ondea al viento una gran bandera China. En efecto, China ha comprado Europa.

Rogelio López CuencaArtista

La súbita vocación «cultural» de Málaga no es una originalidad de la «ciudad genial». Para el orden económico neoliberal, del que nuestras élites dirigentes son ardientes adalides, las ciudades cumplen una función básica como lugares para la inversión y la especulación, y la cultura, entendida como entretenimiento, ocio y consumo, es un negocio capital: convertirse en sede de instalaciones y acontecimientos -museos, exposiciones, festivales, bienales de esto o lo otro (lo que exige infraestructuras de transporte ad hoc: autovías, AVE, mega-aeropuerto) y hacer de cada una de estas cosas noticia- son el objetivo principal de toda ciudad «globalizada».

La tragedia, la patéticamente ridícula tragedia, es que en su apuesta por el monocultivo «cultural», en esta carrera por distinguirse, a todas las ciudades, a sus cabezas pensantes, se les ocurre lo mismo: para producir esta cultura-noticia, la ciudad-marca se asocia en co-branding a cualquier otra marca susceptible de incorporar atractivos para seducir al capital sin fronteras que revolotea, desterritorializado, ojeando qué saquear. Richard Sennet parafrasea a Proust y habla de la ciudad como «amante pasiva» a la ansiosa espera de que el macho inseminador del dinero la elija para instalarse, por temporal que vaya a resultar la cópula. Ya hemos conocido otras burbujas de ilusorio crecimiento económico: que el adjetivo sea ahora «cultural» no hace que el proceso difiera demasiado del modelo de depredación que caracteriza a todo «boom».

Tan desgastada está la expresión «franquicia» para describir la situación subsidiaria de la cultura en Málaga (cultura-franquicia, museos-franquicia, exposiciones-franquicia€) que ni siquiera es capaz ya de describir el alcance verdadero de su condición subalterna.

¿Qué características me parece que la definen? Aparte de su papel de coartada para operaciones más bien poco nobles (electoralistas, especulativas, de pelotazo y hasta de clan de mafia familiar) las más destacadas son cortoplacismo, escaparatismo, el síndrome colonial y la cultura-rehén.

La primera, el cortoplacismo. Tan corta es la medida del tiempo que la más larga no trasciende el calendario electoral. Ante la inminencia de los comicios como non plus ultra, hay que sacar algo de la chistera -algo grande, algo gordo-, un titular de prensa tipo Guinness: ser los primeros en algo, ser los únicos; en algo, en lo que sea.

Lo que nos lleva a la segunda, el escaparatismo: si lo único importante es inmortalizarse, como si fuera la Feria del Campo, con un rábano gigante, no hay tiempo ni recursos que dedicar a otra cosa -a la educación, por ejemplo, a intentar trenzar un mínimo tejido cultural local-. Y como no tenemos tiempo que perder -no se puede esperar a juntar o armar algo digno de ser noticia- tenemos que importarlo.

Así, este síndrome del colonizado nos condena a meros exportadores de materia prima (inteligencia en bruto: ¡jóvenes! ¡a París! ¡a Hollywood! ¡a Berlín! € según toque) y volver a importarla, ya manufacturada, plusvalorada, a precio de mercado ya de lujo, una vez certificado su valor y validez por los centros que sí tienen legitimidad para hacerlo. No nosotros. Eso sí, siempre nos quedará el orgullo huero de la patria chica del emigrante.

Y además, como no producimos esa cultura-rábano gigante (o esas titilantes cuentas de cristal con que nos engatusan a los nativos) pero tampoco podemos comprarla, tenemos que alquilarla. Y construimos museos que son meros containers donde se exhiben, eso, en calidad de rehén, la colección de alguien que, teniendo la sartén por el mango, puede, en cualquier momento reclamar lo que sea: renegociar el precio del arriendo, o imponer la su gusto o beneficio la programación, o hasta exigir, si se tercia, la dimisión del director.

En fin, si hay alguna esperanza, no en los buitres transnacionales ni en sus sucursales y delegados, sino en los márgenes, y abajo€ ¡mientras no les obliguen a emigrar!

Alejandro Simón Partal Poeta

Quiero creer que un boom cultural tiene más que ver con los artistas que con las instituciones, siguiendo esta premisa no creo que se haya producido ninguna explosión, ni falta que hace. Imagino, desde la distancia, que responde más bien a una cuestión de agilidad, hay muy buenos artistas, escritores, poetas y músicos en Málaga, y las instituciones públicas y privadas se están dando cuenta (y mira que ha costado) que cultura es igual a ocio igual a turismo igual a dinero. Ajá. El peligro de ese supuesto boom local es la endogamia provinciana. Ése me parece el único riesgo. No voy a ser yo el primer snob que se queje de todo y sólo respete a lo que cree que sólo él conoce, a las minorías incomprendidas. Por suerte no quedan incomprendidos. Por otro lado, no podemos ser tan exigentes con la inversión en cultura y tan dejados y permisivos en todo lo demás, por eso creo que los nuevos espacios sólo han hecho sumar. Quiero ver a más hipsters, punkis o emos por las ciudades en lugar de tantas corbatas verdes de Tecnocasa que siguen siendo inmensa mayoría. No me voy a quejar hasta ver tantos centros culturales como inmobiliarias en la ciudad, y todavía queda.