­Son unos supervivientes de la música. Así se definen Tabletom, un singularísimo grupo que reúne adeptos de diversas edades y de variados gustos musicales y que fueron unos pioneros en esto de la fusión. También, por supuesto, el combo liderado por un icono de lo malaguita, el llorado Rockberto. Pero ellos, siempre sobreviviendo, siguen para adelante y celebran los 40 años de su fundación con un nuevo disco, del que ofrecerán adelantos durante su actuación este sábado en el Speto Sound Festival, en La Malagueta.

Han pasado los años, pero el rock sigue muy vivo en la vida de los componentes de estos aventureros que no se amedrentaron a la hora de fusionar este género con el jazz, el blues y el flamenco. Están de vuelta, con nuevas caras -un total de cuatro de los seis componentes de la banda son debutantes- pero con el mismo espíritu de siempre. La del próximo sábado será la primera gran puesta en escena de esta nueva versión de Tabletom. Hay nervios. No lo esconden ni Salva Marina -el nuevo cantante, que hereda el micro tras Tony Moreno, quien tuvo que cumplir la difícil misión de sustituir a Rockberto- ni Perico Ramírez -el guitarrista que nunca se fue-. «Tocar en la plaza de toros siempre es algo muy auténtico», comenta Salva con nostalgia, al recordar la época en la que el coso taurina acogía cada verano grandes conciertos. Mientras preparan la presentación de este Tabletom 3.0, ultiman los detalles de su próximo disco: «Esperamos que el nuevo disco esté para antes de Navidad. La grabación está a punto, y tras el concierto seguiremos con las labores de mezcla y remasterización. El resto, la maquetación, el diseño, etc. ya está fuera de nuestra mano», señala la nueva voz del grupo. Por cierto, Salva Marina fue uno de los codirectores de Todos somos estrellas, el documental sobre Tabletom que se estrenó en el tercer aniversario de la muerte de Rockberto.

Los otros nuevos en Tabletom son el bajista Jorge Blanco -que, como Salva, empezó en la música hace dos décadas-, el batería Niko Huguenín -un suizo que lleva muchos años afincado entre nosotros- y el teclista Manuel Nocete -quien se sumó a la banda en 2012-.

Los que se mantienen son los de siempre, los hermanos Perico y Pepillo Ramírez. El primero de ellos sonríe al recordar los inicios del grupo: «El primer disco lo grabamos en RCA, gracias a Ricardo Pachón, que fue quien nos descubrió en Málaga y nos llevo a Madrid para grabar porque le gustamos mucho. Luego estuvimos casi una década sin volver a grabar. Fue en los años noventa con Nuevos Medios. Nunca hemos sido un grupo para las masas; ni hemos vendido grandes números ni hemos tenido grandes giras. Pero nuestra tenacidad y amor por la música nos ha hecho mantenernos y sobrevivir».

Ni para las masas ni para lo comercial. Y eso no va a cambiar en la nueva encarnación de Tabletom, desde luego. Porque al plantearle este aspecto, Perico es tajante: «Las cosas que suenan bien normalmente no se venden mucho. Nosotros sabemos hacer lo que nosotros hacemos, y no nos planteamos componer algo más comercial, aunque yo si fuera público me gustaría más que otras cosas que se venden [risas].

Imposible olvidar a Rockberto, que era mucho más que un cantante; el icono de esa Málaga underground y de La Anchoíta, esa ciudad playera tan talentosa como despreocupada y algo anárquica. Fue la prueba de fuerza más dura por la que tuvieron que atravesar Tabletom, pero, una vez más, el amor por la música pudo con el desánimo. Ahora, los Ramírez no pretenden ni mucho menos que el público olvide a Rockberto; ellos buscan una transfusión de sangre joven, por aquello del renovarse o morir. Junto a ellos Perico y Pepillo harán lo que mejor saben hacer, esa «fusión por naturaleza»: «Nosotros incorporamos todas nuestras influencias para posteriormente mezclarlas e impregnarlas con nuestro sello». También habrá fusión con otros artistas: en el nuevo disco habrá colaboraciones y durante los próximos conciertos de la banda desfilarán diversos artistas y amigos. Eso sí, el corazón de Tabletom seguirá siendo el de estos seis músicos, que tienen la tarea de mantener un legado imponente, el de la banda que mejor música supo poner a su propia ciudad.