El 7 de enero no sólo empezarán las rebajas en las tiendas y grandes superficies; parece ser que el Ayuntamiento de Málaga prepara un presupuesto con un notable descuento, de más del 7 por ciento, en sus asuntos culturales. Era previsible: toca que el gasto espectacular de los últimos años demuestre que, en realidad, era una inversión. En este panorama a la baja destaca una sola partida a contracorriente -en realidad, hay otra, la dedicada a la Feria de Málaga, pero eso merecería otro artículo-, la destinada al Teatro Cervantes, que pasará de los 4,7 millones del presente ejercicio a rebasar los 5 para el inminente 2016. Y es que las cosas han pintado mal para el templo municipal en estas últimas fechas: el Consistorio se vio obligado a insuflarle un suplemento dinerario en el último trimestre al quedarse escaso de recursos. Pero la mayor ambición presupuestaria responde a un desafío mucho más amplio que el de, digamos, afrontar la logística: el objetivo del teatro liderado desde hace unos meses por Juan Antonio Vigar, responsable también del Festival de Málaga, es el de reflotar como una institución cultural con credibilidad y filosofía tras unos años a la deriva.

Las seis temporadas del Cervantes comandadas por Charo Ema no han sido brillantes, ni muchísimo menos. Se ha programado al tun tun, sin criterio y priorizando estrictamente lo popular -cuando no, directamente, lo populista-. De acuerdo. Pero quizás se ha sido demasiado virulento en los ataques a su gestión -lanzados, ojo, cuando ésta había finalizado, no durante: hacer leña del árbol caído se le llama a eso-; es fácil hablar de una programación deslucida comparada con la de su antecesor, Salomón Castiel, pero hay que tener en cuenta que cuando Castiel lideraba el Cervantes había dinero para contratar publicidad en Rockdelux, por ejemplo. A Ema le tocó batirse con la crisis, con reducciones presupuestarias de hasta un 23% y con la apertura de un segundo teatro, el Echegaray; en estos momentos, pensó, se trataba de ser eficaces, de dejarse de grandes zarandajas y cuadrar las cuentas sin brillo, tarea deslucida, mucho, pero necesaria. Porque quién sabe si el Teatro Cervantes hubiera seguido programando con exquisitez -muchos aún recordamos las visitas de Caetano Veloso, Wilco, Lou Reed y Animal Collective, entre muchos otros- y ganas de llamar la atención no estaríamos hablando de un teatro en quiebra técnica. Fíjense en lo que le ocurrió a Castiel cuando acometió su programación musical instalado ya en la Térmica: contrató a Sinead O’Connor, nombre de supuesto relumbrón con el que hacer girar cabezas, pero la taquilla terminó resultando flácida... Y ahí quedó todo. Dicho esto, conviene no ser abogados del diablo -con perdón-: la cortedad de miras y ambición del mandato de Charo Ema no se debe únicamente al castrador contexto; también fue la consecuencia lógica de su nula preparación como gestora, de un cuestionable bagaje personal y profesional.

Quienes conocen a Juan Antonio Vigar saben que es un tipo tenaz, sin miedo a la labor y muy comprometido con sus empresas. Yo, que jamás me he encontrado con Ema en las funciones del Cervantes a las que he asistido durante su gestión -bueno, miento: la vi una vez... ¡cuando ya se había jubilado!-, al director del Festival de Málaga me lo he topado ya en varios shows en los pocos meses que lleva al cargo del templo, y siempre sacando tiempo de la apretada agenda -como en aquella ocasión que le cacé en la calle caminando con su despaciosa prisa para no perderse el estreno del nuevo álbum de Ernesto Aurignac en el Festival de Jazz-. Por ahí, desde luego, vamos bien, muy bien. Vigar es un currante de la cultura y sabe implicar a la ciudad: fíjense en cómo ha logrado que todos los agentes locales de la cultura que protestaban por ser marginados por el certamen de cine español ahora alaben su actitud integradora y abierta a la participación. De nuevo, bien.

Pero, como siempre en esta vida, hay una cara B: si el Cervantes sigue la personalidad gestora de Vigar en el Festival de Málaga el teatro puede caer en una corrección excesiva y en una falta de ambición y de ese punto de atrevimiento y arrojo que en esto de la cultura no debería ser un plus sino un sine qua non. Y eso es precisamente lo que no necesita ahora mismo un Teatro Cervantes que está ahogándose en un lodazal de entendible -insisto, no necesariamente compartible del todo- mala prensa. ¿Qué toca? Programar con cabeza, gusto y decisión, apostar por hacer algo más que atiborrar el calendario de funciones, alejarse de tanto espectáculo de barraca remember que hemos sufrido estos años, compaginar lo popular -y, por qué no, a veces también lo populista- con shows menos fáciles... Porque si Málaga ha dado varios pasos de Tkachenko en, un poner, lo artístico, en lo teatral y musical seguimos siendo poquita cosa, parada y fonda de lo habitual y lo esperable. Y sólo es cuestión de tener la ambición y ponerse manos a la obra para lograrla. Ah, y que el público cumpla con su parte: que aún escuece recordar cómo poco más de 100 -cien- personas fueron al Cervantes a ver y oír a una leyenda como Marianne Faithfull.