Me gusta el cómic. Mucho. Pero jamás he ido a unas jornadas de cómic. ¿Por qué? Porque la mayoría, por no escribir la gran mayoría, parece ser una especie de Disneylandia para adultos: a lo largo y ancho de este país, cada ciudad más o menos grande destina su palacio de congresos un fin de semana al año a que señores disfrazados de Iron Man, Capitán América o Son Goku se sientan libres en su friquismo -saludable, ojo, que no tengo nada en contra-. Pero si aceptamos que las jornadas sobre, digamos, el arte del Renacimiento no deben consistir en disfrazarse de Venus de Boticelli, ¿por qué nos resistimos a ver el cómic como algo que trasciende el entretenimiento juvenil y lo nerd? Citas como la que acaba de presentar La Térmica, independientemente de sus resultados, contribuyen decisivamente a que, al menos, contemplemos el arte secuencial en su complejidad, extensión y, sí, seriedad. ¿Sabían, por ejemplo, que Harvard publicó el año pasado su primer cómic? Nada más y nada menos que una tesis sobre la importancia del pensamiento audiovisual en la educación. Eso -por si interesa: Unflattening, de Nick Sousanis- también es cómic y merece su hueco.