Como en aquella tan repetida frase de Chesterton de que «lo más milagroso de los milagros es que ocurren», podríamos decir que es fascinante que, miles de años después, los mitos nos sigan fascinando. Y que sean tan amplios, tan complejos, tan extraordinarios que aún se pueda seguir aportando visiones sobre ellos, se les pueda seguir mirando con curiosidad científica. Cabría, por tanto, hacerse la pregunta: ¿cuántos prismas tiene un mito? Y tal vez no podríamos responderla.

La primera edición del Premio de Ensayo de la UNED de Málaga recayó sobre un estudio en torno a un mito griego, Andrómeda y la mirada libertina, de Alejandro Jiménez Cid, que aborda con brillantez los distintos planos de significado del mito de Andrómeda.

Los mitos griegos, aclara el autor «constituyen uno de los repertorios de más calado en la civilización occidental (…) Aparentemente inmunes al olvido, el paso de los siglos no ha servido sino para reafirmar el atemporal poder evocador del que están imbuidos todos y cada uno de los componentes de esta plétora de dioses, héroes y monstruos» (p. 23).

La historia de la princesa etíope encadenada a una roca para que sea devorada por un monstruo marino y así expiar las culpas de su madre, Casiopea (que ha ofendido a los dioses), pero que finalmente es salvada de su cruel destino por Perseo, que la quiere por esposa, da origen a una serie de interpretaciones a través de las cuales el autor nos va llevando por la evolución del mito a lo largo de la historia y la subsiguiente objetualización de Andrómeda, quien pasa de ser «gobernadora de hombres», según la etimología de su nombre, a una mujer dominada, atada, víctima, privada del uso de la voluntad y objetualizada, en un proceso que comienza con la imposición patriarcal sobre el antiguo matriarcado y termina protagonizando un milenario estriptis del que sale, finalmente, cargada del poder que confiere la imagen erótica.

El texto de Alejandro Jiménez es ameno, claro, interesantísimo. Tiene de su parte, desde el principio, la fascinación que producen siempre los mitos, pero sabe llevar las riendas de su investigación por los canales de lo atractivo, de lo grato y, al mismo tiempo, de lo profundo. De su mano recorremos los distintos prismas de Andrómeda, que ha sido vista como 1) mujer que, aprisionada por las cadenas de su corto entendimiento y expuesta a los peligros de la impudicia (el monstruo), es rescatada y conducida a la virtud por el hombre; 2) la barbarie, representada por la princesa africana, es liberada de la ignorancia (el monstruo) por el héroe civilizador; 3) la doncella cautiva que simboliza la fe católica, salvada de la amenaza protestante (otra vez el monstruo) por un heroico Perseo; 4) Andrómeda es el alma, condenada por el pecado original de sus padres, y Perseo, vencedor del monstruo, es Jesucristo, que concede el perdón de los pecados y libera el alma de las garras de Satanás… Y así, quizás, hasta el infinito, hasta acabar siendo el basamento de la más moderna subcultura erótico-pornográfica, el autor acaba embarcándonos en una reflexión sobre los mecanismos del deseo, la objetualización de los cuerpos, su erotización y su final empoderamiento.