Apenas marcan diez minutos para las seis de la tarde. Haciendo tiempo recogemos las acreditaciones para el concierto de clausura de la temporada de abono de la OFM. Antes está pendiente una cita importante con el director titular de la Filarmónica, Manuel Hernández-Silva, para repasar, profundizar y analizar el trabajo expuesto por el maestro y la orquesta en la que ha sido su primera propuesta artística. Como si el Teatro Cervantes fuera su propia casa, Hernández-Silva aparece tras el vestíbulo de artistas con la sencillez que la experiencia amortizó en sus pasos largos, la mano firme al estrecharla y la izquierda apoyándola en el brazo de quien quiere mostrarle cercanía. Poco a poco el trato trascendería de lo formal a la sinceridad de ideas compartidas que no precisan de grandes envoltorios. Y con esto nos acomodamos en la platea, donde empezamos a darle forma a una charla serena y profunda buscando la intimidad del pensamiento y llegar a la esencia: la música.

Son muchas las horas de estudio y ensayo antes de subir al podio pero cuando llega ese instante es siempre una primera vez ¿Qué espera reflejar en sus interpretaciones con los profesores y solistas? ¿De alguna forma se ve influenciado o tal vez respaldado por la tradición de las batutas del siglo XX?

De todo un poco. Me resulta difícil divorciarme de una escuela con larga tradición o la gran batuta, en su tiempo, con la que estudié en Viena, Reinhard Schwarz, titular entonces de la Ópera de Munich. Él nos contaba su trabajo como asistente de Karajan. Le hablo de 1981, cuando estudiaba allí y donde tuve la suerte de ver los ensayos de Karajan, Bernstein, Abbado, Maazel? En fin, eso no sólo marca una escuela sino una forma de tocar. Cuando dirijo intento no celebrarme a mí mismo sino al creador, que está por encima del intérprete siempre. Defiendo [sonríe] que para echar hacia adelante hay que mirar hacia atrás. Siempre es bueno saber de dónde procede uno y no tener la arrogancia de olvidar a los maestros. Me enseñaron el respeto ante todo y sobre todo por el hecho artístico.

Maestro, el próximo mes de septiembre inicia usted su segunda temporada con la OFM como director titular y artístico. ¿Le pesa esta responsabilidad?

Programar a la carta es imposible. Durante la carrera aprendimos ciencias teatrales, donde nos enseñaban a diseñar programaciones. Recuerdo cómo con el intendente de la Ópera de Munich aprendimos que la meta es la excelencia sonora del instrumento, la orquesta; que a través de la memoria construye su sonoridad, es decir, repitiendo el repertorio de una forma inteligente lo acaba teniendo un conjunto como la Filarmónica de Viena escrito en su ADN esa tradición desde mediados del dieciocho, diecinueve y veinte. Luego está, por supuesto, el público, la otra mitad a tener en cuenta a la hora de programar.

Entonces, ¿cómo se plantea su trabajo como director titular?

Se trata de saber cuándo, cómo y de qué manera dirigir las obras fundamentales del gran repertorio. Cuando se saluda una orquesta por primera vez debe dirigir la Quinta de Beethoven, su Novena, tiene que dirigir Mahler -por cierto hemos grabado su Primera sinfonía-... Lo importante no es tocar todo esto, sino que se quede en la memoria, eso es lo que le da excelencia a la orquesta. Y desde ahí ir añadiendo otras obras menos conocidas hasta construir una gran pirámide, pero siempre con esa idea de la excelencia sonora. Abro la próxima temporada con la Primera de Sibelius, que sólo se ha interpretado aquí una sola vez, por lo que no hay memoria. Es obvio que hay obras que se repiten pero cuando la orquesta lo hace con su director titular tiene siempre el carácter de primera vez.

Lleno para la Novena de Beethoven, igual resultado con el Réquiem de Mozart y, sin embargo, soledad para la Décima de Shostakovich. ¿Realmente es difícil programar para todos?

Absolutamente, programar a la carta es una tarea imposible. Hay quien adora a Shostakovich y quien no lo soporta. Debemos considerar ambas posturas y defender al compositor ruso y a Mozart.

Una lástima, porque en la lectura de Shostakovich y la de la Titán de Mahler se pudo vislumbrar el sonido propio de la OFM. ¿Coincide con esta apreciación o cree que esa cualidad necesita de una mayor maduración?

Obviamente, sí, y esto no es fácil decirlo sin sonar arrogante, algo de lo que huyo: cada maestro le pone un sello sonoro a su orquesta. Cuando hablo de esa identidad sonora, es la que reconozco. Como cuando a mi hijo le llamo Manuel y así se le reconocerá. Es el reflejo con el que se entiende el trabajo conjunto de la orquesta con su titular. En la Titan de Mahler había un método de ensayo y estuvimos trabajando esta cuestión. Puedo confesarle que hubo secciones que se han desarrollado de una forma evidente en todo este tiempo aunque todavía falta por hacer. En definitiva, estamos amasando el sonido que está en esas obras a las que aludía.

[En este momento aparece en escena el maestro Kun Woo Paik -el solista del recital-, levanta suavemente la tapa del piano y comienza a deslizar por el teclado motivos del Concierto de Busoni. Abandonamos la platea y continuamos el encuentro en el camerino del maestro].

En un tiempo en que los contenidos culturales están más al alance de todos que nunca ¿comparte la sensación que el público de concierto apenas se renueva? ¿Se trata de abandonar el frac y vestir tejanos?

Más que de abandonar el frac se trata de divulgar... En una conferencia un amigo musicólogo, hablando de la importancia del Descubrimiento de América en la música, la transculturalización, los cantes de ida y vuelta, hablaba de Colón; cuando le interrumpió un alumno para comentarle que a él le habían dicho que fueron los vikingos los que descubrieron América, el profesor contestó: «Sí, pero no se lo contaron a nadie» [risas]. Hubo un trabajo posterior de divulgación, incluso político... En el caso de la música clásica debe existir ese interés, todos tenemos esa responsabilidad. Pero no podemos disfrazar a Beethoven de lo que no es. Yo quiero que el joven se acerque a escuchar, como ocurre en mi país, que ha impregnado a toda la sociedad juvenil; allí son tan forofos de la música clásica como del pop.

¿Qué podemos hacer aquí?

Un matiz. Hemos ganado público desde el año 2013 y está cuantificado en casi 21.000, aunque los abonados se han mantenido. Y estoy viendo desde esta temporada mucho público joven, lo que me anima mucho porque aprecian el esfuerzo que estamos haciendo y que no publico al considerarlo parte de mi responsabilidad, es otra parte de un trabajo callado. Participo en muchas audiciones de jóvenes en las que descubro talentos como el de [la soprano malagueña] Berna Perles que me está dando muchas alegrías.

Los abonos no terminan de acompañar: 850 abonados y apenas un par de abonos jóvenes. Lo que contrasta con el éxito del ciclo La Filarmónica Frente al Mar, de la Diputación, desarrollado en el Edgar Neville. El Cervantes apetece un obstáculo insalvable. ¿Le preocupan estos contrastes? ¿Piensa que ha conseguido conectar con el público malagueño?

Fíjese que en el Edgar Neville no tenemos abonos, en cambio aquí, en el Cervantes, estamos subiendo el número de visitas y se mantiene el número de abonos. Tuvimos varios llenazos esta temporada y hemos pasado de 13.000 visitas en 2013 a 21.000 esta temporada. Eso tiene mucho que ver con el éxito de La Filarmónica Frente al Mar. Allí se venden las entradas para el espectáculo y se llena. Aquí mucha gente opta por no abonarse y, sin embargo, está viniendo mucho más público interesado en concretos de los abonos... Es tan complicado este asunto. Me encantaría tener 2.000 abonados pero si tengo 850 y vienen 21.000 a los conciertos es algo que me interesa mucho.

¿Quizás una media ponderada que refleje de una forma más concreta del peso de la temporada? No es igual una sala fría que una actuación ante un auditorio cuajado de público...

Exactamente, y acaba de decir la palabra mágica, auditorio.

Pues vamos a ello. Después de un cuarto de siglo seguimos sin auditorio, una sede propia que no sólo reclama el aficionado sino también los profesores de la orquesta como una herramienta más de trabajo. ¿Ve el Astoria-Victoria como una oportunidad?

Absolutamente. Sería el espacio idóneo para una sede de la Orquesta Filarmónica de Málaga. Que tuviese una sala donde poder realizar una parte importante de nuestra temporada de abono con un espacio para conferencias, ciclos específicos de música de cámara, recuperar el Ciclo de Música Contemporánea, conciertos didácticos, festivales monográficos como un festival Mozart, que debimos suspender porque no teníamos dónde hacerlo... Sería un espacio maravilloso pero que en ningún caso está reñido con el proyecto de un gran auditorio para Málaga. Al contrario son dos cosas que se complementan perfectamente bien.

Propone para la próxima temporada una selección de obras que, a excepción del monográfico Brahms -Schubert sería otro hito pero cede usted la batuta-, intenta reflejar todos los horizontes de las corrientes y escuelas. ¿Qué retos se ha marcado en su segundo año como titular?

En realidad es mi tercera temporada, aunque, sí, es la segunda que programo en solitario. Todo tiene que ver con lo que ya le apuntaba anteriormente sobre el método para programar: la identidad sonora, a través de la memoria, el gran repertorio y el público. Dándole cabida a todos los estilos que pueda. Pongo sobre la mesa todas las temporadas, cómo ha reaccionado el público y las obras que quiero que se vayan incorporando al repertorio de la orquesta. Le pongo como ejemplo el tercer abono: propongo la Sinfonía Infinita, de Tomás Marco, en la primera parte y guardo una bomba para la segunda, Gabriela Montero con el número uno de Tchaikovsky. De esa forma ayudo a que la sinfonía del maestro Tomás Marco, una obra nueva, música contemporánea, sea escuchada por el público sin prejuicios.

¿Y de los programas que va a dirigir?

Si jugamos a la isla desierta me quedo con el Requiem Alemán de Brahms, una obra fundamental en mi formación como hombre y como director. El texto «Muerte, dónde está tu aguijón» es tan profundo; se encara el destino inexorable hablándole a la muerte, retándola sin miedo...

¿Y qué nos puede decir de La Filarmónica frente al Mar?

En el ciclo del Neville este año hemos querido subir un peldaño más en la apuesta. Abrimos con Javier Perianes y es toda una declaración de intenciones: no dista en absoluto de un programa de abono. Este ciclo nos parece una forma de llegar también a un mayor número de público.

¿Tiene previsto salir como lo ha hecho este año con la OFM?

Las salidas con la OFM están resultando complicadas. Iremos al Villamarta en un año muy difícil para ellos; para nosotros es una alegría y una manera de tenderles la mano el ofrecer allí un concierto de abono de Málaga. Pero salir cuesta, podríamos ir a muchos sitios interesantísimos pero nos exigen que corramos con los gastos, ni siquiera nos ceden la taquilla que sufragaríael viaje. Y eso es impensable.

¿Podría adelantarnos su papel en el aplazado relanzamiento de la Temporada Lírica?

Lo único que hemos tratado con el Teatro Cervantes es que el titular de la OFM asuma un título de la temporada lírica que funge de alguna forma como director artístico también. Para defender los intereses de la orquesta puedo decirle que ese título ya está cerrado y que por respeto al teatro deba guardar silencio un tiempo más.

¿Le seduce la idea de seguir con la OFM cuando termina la próxima temporada?

Me siento muy cómodo en Málaga por miles de razones, una ciudad que crece y está de moda. Con la orquesta mantengo una relación de compromiso basada en la disciplina y el respeto. Ningún director puede ser tan baladí pensando que sus músicos le quieran. Es una ridiculez, lo que deseo es que los músicos, mis colegas, me respeten porque yo les doy ese respeto desde el podio. En ese sentido mi contrato son cuatro años y tengo intención de acabarlo seguro. Después, ya veremos porque no depende exclusivamente de mí. Quiero considerar las posibilidades de desarrollo de la orquesta, porque plantear un proyecto no es solamente el afán, están otras cuestiones. Está, por ejemplo, la relación con el Teatro Cervantes, algo por lo que yo aposté y que creo que hemos conseguido de forma muy prudente.

España es ahora su casa, conoce de primera mano la actividad musical nacional pero quisiera centrarme en el caso andaluz y más concretamente la Málaga de Hernández Silva como titular de la OFM ¿Cómo entiende usted la ciudad, su relación no sólo con los distintos gestores políticos sino también el público y el ambiente que rodea a la Filarmónica?

Málaga es una ciudad que ha despegado desde la primera vez que vine como turista. Su evolución ha sido a mejor. Es verdad que la música clásica tiene un público todavía tradicional o conservador, digámoslo así: los llenazos son con la Novena de Beethoven, frente a un Shostakovich cargado de soledad, como señalaba usted, y en el que no debería caber un alma. Debemos realizar una labor de divulgación a lo largo del tiempo. Se habla de la Málaga cantaora, más flamenca, que también es una joya, pero no debemos divorciar una de la otra. El que ama los verdiales bien podría venir a escuchar a la orquesta. La música popular y la música clásica no pueden vivir la una sin la otra.

¿Y cómo vive Hernández Silva sus momentos malagueños?

Esta mañana fui a la playa estuve toda la mañana sencillamente haciendo nada, observando ese paisaje donde todo es contraste entre gentes de las más diversas nacionalidades y personalmente me resulta fascinante. En su ciudad se cuida mucho al visitante; se le da de comer, no se le echa [risas]. Disfruto mucho de estos remansos antes o después de los conciertos.

Maestro, una breve cuestión antes de concluir: imagine una inauguración del auditorio, y como soñar aún no tributa, ¿una Tercera de Saint-Saëns o la Sinfonía de los Mil?

Gustav Mahler y su Sinfonía de los Mil.

@alfepe