Málaga está huérfana de ídolos locales. A la mínima posibilidad de encontrar en alguien un despunte de popularidad o capacidad para sentir cierta afinidad hacia él, los malagueños acuden a la llamada de la representatividad entregando todo lo que tienen. Pero eso dura lo mismo que un paraguas de publicidad en FITUR. Nada. El amor y respeto hacia el ser superior es efímero en Málaga pero el desapego y el odio duran una eternidad.

Así, hay ejemplos miles para saber cómo se las gasta el personal por la zona. Dani Rovira tuvo su momento top. Era la revelación. Pero poco a poco se ha ido apagando la luz y a la gente parece que ya le viene un poco largo. Entre «lo de que no le gustan los toros», «lo de que no se quiso hacer una foto con la prima de la vecina de mi sobrina mientras él estaba cenando con su novia que ni los saludó ni nada», «lo de que ahora de repente pronuncia más las eses» y que el señor sigue con su vida normal más allá de estar todo el día haciendo campaña de Málaga porque tendrá que comer pues resulta que ya se va apagando la cosa.

Y ejemplos, miles. Podemos decir Rovira como Marisol, Garó e incluso Antonio Banderas. El afecto y la idolatría malacitana fluctúan más que el precio de la almendra -que es carísima y por eso los huesos de santo valen a precio de jamón de Sánchez Romero Carvajal-.

La cuestión es que el jeque del Málaga está atravesando el desierto del apego y la afección. El camino del triunfalismo, la palmada en la espalda y la defensa a ultranza de aquellos que, hace no mucho, hubieran acudido a la puerta del estadio a gritarle las mil y una obras del insulto barriobajero.

Qué cosas tiene Málaga cuando quiere. Y es que realmente poco ha sucedido para el giro inesperado del pueblo llano local. Del «jeque, vete ya» se ha pasado a un amor intransferible. A una pasión digna de Camela. A algo más que amigos. ¿Y todo por qué? Pues porque este señor ha aprendido a hablar Castellano. Sí. De un día para otro se han acabado los tuits raros a las tantas de la madrugada y se ha pasado a un orden perfecto. A una planificación agradable de comunicación. A un castellano correctísimo y a unos mensajes nítidos.

Y a algo más. A los guiños a la ciudad. A la visita de un musulmán a la parroquia de Capuchinos dando unas palabras -ojalá llegue el día en el que los no musulmanes podamos entrar en las mezquitas con la tranquilidad y libertad con la que se hace en las iglesias católicas-. A los mensajes felicitando a la gente por el día de su patrona. A la foto con Antonio Banderas. A la bota de vino en El Pimpi con su firma. A los amores a Málaga y al prójimo. Y a su foto en la heladería en la que la gente hace colas eternas para comprarse su helado. Inma. Y como Málaga es muy merdellona es «La Inma» -«Cari, vamo ar sine y despué nos tomamo un helaíto de la Inma? Vale, gorda»-.

Pues con ese combo la gente ha sucumbido. Es un jaja alegre y continuado. Es un jolgorio eterno. La gente prácticamente llorando. Se ha olvidado todo. Y ahora solamente renace una palabra: ceñor. «Es usté un caballero del furbol. Un ceñor».

Es el clavo ardiendo eterno del malagueño al que debe agarrarse aún sabiendo que hay algo que no funciona bien. Pero, ¿qué más da si ya mismo irá con una palmera de esas gigantes por la calle? Con eso ya vale. Con eso y una foto en la salida del Cautivo ya tiene ese señor ganado el respeto del malagueño de a pie.

O no. Porque gracias a Dios -que es uno y trino- esta fiebre pasará. Y por el camino quedará la esencia clave de todo esta historia. El interés. Y poco más.

No seré yo quien ponga en duda la buena fe de esta familia pues parece ser todo lo contrario. Aunque bien es cierto que una buena campaña de publicidad y comunicación hace milagros. Y se aprenden idiomas de la noche a la mañana. Y se conocen los sitios claves para volcar el marcador en poco tiempo. Y al final se consigue lo que uno desea.

Pero hay cosas que siguen siendo raras. Como por ejemplo la historia del puerto deportivo de Marbella. O la eterna ciudad deportiva. O los mil y un proyectos que no salen. O algo más complejo. La personalidad del dueño de algo que, aún siendo una empresa representa a una ciudad y lleva en su emblema lo más sagrado y representativo: su nombre. Y es por eso que hay que cuidar y controlar muy mucho todo lo que haga algo o alguien que lleve por delante de una ciudad que es de todos. Y es por eso que siempre es bueno no adelantar emociones personales cuando se trata de algo que abarca los sentimientos de muchas personas.

Desconozco por completo quién es Antonio Merchán más allá de un periodista deportivo que trata temas del Málaga. No estoy metido en esos mundos pero por cercanía a los medios acabas calando a las personas. No sé hasta dónde llega su poder. No sé hasta dónde llega el interés de su crítica. No sé si es un personaje o no. Pero lo que sí sé es que un presidente y dueño de un equipo de fútbol con el nombre de nuestra ciudad no debe impedir la entrada de un medio porque sea crítico con él. Con él o con su familia. Da igual. Si total son los que mandan y gestionan.

Esas cosas dan vida a las redes sociales y crean adeptos en el entorno del jeque. Pero no dejan de ser cacicadas propias de otros tiempos -u otros lugares-.

Hay que calmar las aguas para que no vengan maremotos.

Y el jeque y el periodista, que no se enfaden. Y que se vayan juntos a la venta Galwey y se coman un plato de los montes -uno de ellos con pavo, por favor-.

Ciudad del mejor postor.

Viva Málaga.

@jgonzaloleon