Carlos M. Valverde, Carlos Desastre, Corsal Amor... A sus 47 años, el malagueño que fundó proyectos tan autodestructivamente exigentes como 713avo Amor y Después de Nunca lucha por ser cada vez mejor persona y artista gracias a su perseverancia y su capacidad para reconocer sus propios límites. A pesar de la distancia (vive desde hace años en México) y los rigores de la independencia absoluta (no van a encontrar un disco suyo reciente en una gran superficie), su obra no ha caído en el olvido: recientemente la discográfica malagueña El Muelle Records lanzó un disco con versiones de toda su trayectoria. Carlos, por su parte, ha estado celebrando los 15 años de su libro-disco Radio Ensueño pero también elaborando un singular nuevo proyecto con músicos españoles. Charlamos con él vía email a propósito de todo esto, su vida en Veracruz, su misión como creador y mucho más en esta extensa entrevista.

Parece que es tiempo de retrovisor, de comprobar lo sembrado... ¿Se siente a gusto con el balance de las cosas?

Bueno, las cosas se suceden sin que haya un plan de acción que haya nacido desde mí. El Muelle Records me ofreció publicar un disco de inéditos, Cartas sin tierra hacia el mar; al terminar su concierto de presentación, surgió, espontáneamente, y dialogando con el público, la acción de celebrar el 15 aniversario de Radio Ensueño, el 14 enero de este 2017...

El tiempo de retrovisor es, para mí, cada vez que se acaba una obra o un proceso artístico; también en la vida, cuando se acaba un trabajo, un año o un curso. Es mirar a ver qué pasó, cuáles eran las expectativas y qué es lo que realmente pudo hacerse. El balance de las cosas me trae realidad, y cada vez estoy más a gusto con la realidad, con lo que puedo hacer, con lo que queda hecho, y con la conexión que eso me da con lo que voy a hacer después. Mi tendencia juvenil siempre fue idealista, más platónica y soñadora, y lentamente se ha ido tornando más aristotélica, más metida en la sustancia de las cosas. Y me siento mejor ahora, pues creo que antes sufría demasiado en las confrontaciones con la realidad. Ahora estoy más preparado para ella. Creo que eso a los 47 años es un buen balance para mí.

¿Cómo se toma usted proyectos como el citado disco de versiones, las alabanzas y halagos de colegas y melómanos?

No me interesan los ídolos, sino las acciones de los artistas y las ideas que sustentan estas acciones. Soy una persona de acción y no me gusta el quedarme idolatrando nada ni a nadie. Eso no quiere decir que no admire profundamente a mis maestros; sólo que he encontrado otras maneras de expresar mi agradecimiento. Pero, hablando con la gente y viendo pasar los años, entiendo que para muchas personas esto sea algo importante. Volviendo al disco de versiones, no era algo que me esperara para nada. No sé si tiene o no que ver, pero yo percibo que se ha generado una leyenda llena de irrealidades e incluso falsedades en torno a mi vida en el País Vasco durante diez años, y ahora en México durante los últimos diez. Y sé que muchos creen que abandoné la música, lo cual es del todo falso. Lo acontecido en estos años es la evolución natural de una serie de decisiones con respecto a mi relación con el mundo del espectáculo, decisiones que tomé hace años, cuando estaban activos El Corsal Desastre y Después De Nunca, más o menos en el año 2002, aunque la raíz, viene desde el origen de mi relación con el arte.

¿A qué decisiones se refiere?

A unas decisiones que tenían que ver con la conciencia de hacer conciertos de alta calidad sonora y de salir de los circuitos cerrados de la música pop, donde las reglas eran totalmente mercantilistas. De ahí, yo he ido viendo que las dificultades de hacerlo de otra manera, son tan grandes, que es difícil actuar. Y he dejado de hacer esfuerzos denodados por ello. Simplemente dije: «¿Qué pasaría si dejo de hacer estos esfuerzos?». Pude comprobar que el interés en mi obra era también relativo, y que lo importante de mi obra tal vez se pudiera compartir de otras formas, en el tiempo y en el espacio de toda mi vida, e incluso cuando yo haya muerto. Estas acciones han fortalecido mucho mi proceso creativo, y lo han dotado de una intimidad muy profunda. Cuando llega la oportunidad de tocar, abro los cuadernos, me cuelgo la guitarra y comparto lo que está mejor elaborado de lo que hay en mi mesa de trabajo en ese momento. Eso era un sueño para El Corsal Desastre, y ahora es una realidad para Corsal Amor.

¿Y qué tal?

Funciona bien. Aunque hay gente que se va decepcionada: esperan ver a un joven de 20 años gritando «nos cambiaron por pistolas». Y lo que hay es un hombre de 47 hablando de la vida desde el punto de vista de su alma, altamente interesado por lo que sucede en el mundo hoy y por cómo ayudar a superar dificultades; altamente interesado en los procesos vitales más pequeños, en las cosas más cotidianas, y también en las más trascendentes. Actuar es sencillo para mí, siempre estoy listo. Subirme al escenario y darlo todo, es algo que siempre he hecho. Pero no me ha gustado hacerlo en condiciones de sonido lamentables, que la gente que haya ido no haya podido escucharlo bien. Por ejemplo: en las dos últimas actuaciones en la ciudad de México, el sonido fue muy deficiente, por diferentes razones. Vuelvo a repasar con las personas mi lista de condiciones, cuando las tengan: yo voy a tocar con todo mi ser. Mientras tanto espero, hago mis tareas, sigo adelante. Sencillamente he aprendido a esperar el momento.

Su arte viene, según ha confesado, de iluminar sus propias zonas oscuras. Después del tiempo, después de tanta vida, ¿quién está ganando la batalla dentro de usted: la luz o la oscuridad?

Soy un explorador en la búsqueda de su propio ser. Y en este camino he ido hacia muchos otros seres con los que he vivido encuentros y desencuentros. Mi vocación artística es claramente sanadora, porque he buscado sanar mis heridas a través de mi arte; varias canciones y poemas me han servido para sacar demonios de mis adentros, demonios que molestaban, demonios que dolían, sombras, fantasmas, miedos, angustias llámalo como quieras, pues de todo había. Y dentro de mi vocación siempre he tenido una preocupación sincera por el mundo, me ha dolido y me duele el dolor de los demás. Todo lo que había en mí lo encontraba en el mundo, y todo lo que encontraba en el mundo, de una u otra forma, lo encontraba en mí. Por acierto o por error, he buscado sanarme, estar mejor cada día, y buscado el entendimiento con el mundo, con los demás. Y soy tenaz, no es fácil cansarme… Antes perseguía objetivos con fiereza y arrojo, ahora lo hago de una manera más humilde, menos soberbia, yo creo. Ya no me cuesta tanto reconocer que tengo un enemigo muy grande enfrente; me puedo dar media vuelta, y esperar refuerzos [risas].

¿Es usted mejor persona que artista o viceversa?

Creo que cada día soy mejor persona, una mejor versión de mí mismo que puedo ofrecer a los demás. En el pasado, y creo que es común a toda vida, he cometido muchos errores, que han terminado siendo mis mejores maestros. He aprendido a soltar y a dejar atrás muchas sensaciones negativas ligadas a los errores. No todo está resuelto, pero he avanzado mucho. Como artista creo que he mejorado también y que hago cada vez mejores poemas, profundos y complejos, y mejores canciones, aunque como autor mis recursos sean limitados y me haya dedicado a explorarlos y a llevarlos a su máxima expresión. En cualquiera de los dos casos, me exijo mucho y esto es una cuestión en la que también he aprendido algo: exigirme demasiado no fue bueno para mí, ni para nadie que me rodeara. Tengo límites y mi labor ardua en estos años ha sido reconocerlos.

¿Cómo llegó usted a Veracruz?

Llegué acá como viajero. Desde 2001, en mi primer viaje a México, tuve unas sensaciones muy poderosas, incomprensibles, intensas. Y recordé en ese momento a mi amiga Alicia Salguero, que me dijo: «Cuando llegues a México te vas a enamorar». Dicho y hecho. Conocí a quien ahora es mi esposa, una persona muy intuitiva que me conoce bien. Ese mismo verano deseé quedarme. Regresé en 2002, y la sensación fue más intensa aún. Tardé en asentarme aquí porque tenía compromisos musicales y estaba preparándome para hacer mi tesis doctoral, y, ya sabes, una cosa se enreda con otra y yo soy buenísimo para los enredos, me encantan…

¿Qué ha descubierto allí?

Descubrí un mundo de personas de muchos lugares de México y del mundo, muchas personas interesadas en sanarse, en un desarrollo personal y colectivo, en la Naturaleza, en la Cultura, en la creación de modos de vida diferentes. México me ha enseñado muchas cosas. Vivir con los mayas durante 4 años fue fascinante. Vivir en Tepoztlán casi en el centro del país con esas montañas a mi lado fue impresionante. México es desmesurado, unos contrastes tremendos, y no digamos la Ciudad de México, donde viven 20 millones de personas... ¿Se lo puede imaginar? Conocer todos sus ejes, su circulación, sus conexiones de metros con todo tipo de transportes de moto… Una cultura y una ignorancia mezcladas que generan vida y más vida… Tendríamos para hablar muchos días.

¿Y cómo ha sido la adaptación?

Difícil en lo económico y en lo social. Todo se rige por reglas muy diferentes a las que vivía en el País Vasco que yo dejé. El lenguaje es diferente, las costumbres son diferentes, las tradiciones son diferentes... En Veracruz es el lugar donde me siento más en casa de México: los veracruzanos tienen mucho que ver con los andaluces y creo que eso me ayuda; hasta el acento de los costeños es arrastrado como el malagueño. Por otra parte, a mí me ven siempre como el español extranjero y eso es inevitable; para los demás soy un elemento exótico. Pero es algo con lo que ya me acostumbré a vivir.

¿Cómo es su vida en Veracruz?

Desde antes de venirme a México, en los últimos años, mi vida giró hacia la educación de forma muy determinante. Antes siempre había estado ahí, pero no de forma determinante. Ahora vivo en la acción educativa real, al pie del cañón, todos los días con niños y eso me hace sentir más útil socialmente que en el plano artístico; al menos en la manera cotidiana. El arte tiene otros tiempos, pero como maestro y educador interfieres diariamente en la vida de muchas personas y creo que ahí se da una posibilidad muy fuerte de generar cambios, de propiciar aperturas. Como educador descubrí la antroposofía y la educación Waldorf, y me he dedicado a su práctica y estudio en esta última década, que coincide con mi residencia mexicana. Soy un hombre casado, tengo dos hijas, vivo pendiente de mi familia y me gusta disfrutar con ella de muchas actividades lúdicas y culturales. Y luego también está todo el quehacer cotidiano de una casa, que sabemos no es poco. Mi esposa y yo tenemos una estancia infantil para niños de 0 a 4 años, como un maternal hecho en nuestra propia casa. Es un modelo educativo que funciona muy bien en España procedente de Europa; en Estados Unidos y Canadá también. Nosotros somos los primeros en hacerlo en México. Así que en esto también soy pionero. Además en las tardes impartimos talleres artísticos para niños de 6 a 12 años. En estos talleres lo lúdico tiene un papel central y es muy bonito ver cómo los niños lo viven. Son trabajos muy intensos para los que tienes que tener tu energía bien puesta, por eso me levanto muy temprano a practicar ejercicio cada mañana. Como educador imparto talleres educativos para padres, conduzco grupos de estudio para adultos, y trabajo con los maestros en el Colegio Waldorf Calli de Coatepec. Me interesa todo lo que tiene que ver con el día a día de la gente, con las cosas pequeñas que podemos cambiar. Ésta es ahora mi vida.

Vive usted en Coatepec, un pueblo cerca de Xalapa, la capital de Veracruz, ¿verdad?

Sí. Xalapa es un lugar lleno de cultura, con muchos músicos de todos los estilos. La ciudad universitaria tiene una vida propia muy intensa, y dentro de México y su panorama cultural es un lugar de referencia sin duda. Estoy bien ubicado, porque el pueblo es tranquilo pero está lleno de contrastes, un lugar donde el café y su cultivo, cuidado y cosecha es el centro de la vida, con costumbres del México colonial provinciano más antiguo, en contraste con una ciudadanía multicultural de muchas nacionalidades que aportamos muchos colores y vamos creando una suerte de híbrido en el que muchas cosas buenas suceden y donde se pueden dar muchas experiencias. Es un lugar donde todo llama a una reconstrucción del pasado creando una síntesis con lo que ha llegado. Se están dando cambios muy despacio.

«Los cantantes y los músicos son soldados / en el ejército del amor y la locura de los espíritus libres», escribió usted. ¿Cuál es su misión en la vida, Carlos?

Si supiera la respuesta... Creo tiene que ver con la acción social a través de la educación y el arte. De esto estoy seguro. La educación es un mundo donde lo más importante de un ser humano puede ser atendido, desde cómo juegan los niños, desde cómo crear espacios para que ellos puedan ser libres cuando juegan, libres de tantas interferencias... Es algo verdaderamente profundo, básico, fundamental. Hoy, los espacios donde los niños juegan están saturados de basura, de pantallas, de plástico, hay una ausencia de realidad y de naturaleza en la vida en las ciudades que es preocupante. Todo en la sociedad está hecho sin pensar en los niños, y cuando se piensa en ellos es siempre sólo como objeto de consumo. Sé que quiero estar en esta trinchera educativa, con los niños y con los que los rodean. Por ahí va mi misión. La educación es una cuestión de escuchar y cuidar los pequeños detalles. Entonces puedes acompañarlos, y sólo acompañándolos con profundo respeto podemos ayudarles en su despliegue.

Y el arte, ¿qué tiene que ver?

El arte siempre me ayudará a estar en la mejor disposición para lo que tenga que hacer. Porque es una herramienta que también me es útil a mí, es autoeducativa; hacer un poema me enseña más de mí y a mí: muchos de mis poemas no verán la luz, porque sólo sirven a un proceso autoeducativo, una herramienta diaria. Gracias a esos poemas puedo luego escribir lo que sí es para ser compartido, los verdaderos frutos de cada obra. Y esto está relacionado con mi labor diaria frente a los niños: porque yo me atiendo, los puedo atender mejor.

¿Cómo ve Málaga desde México? Me interesa especialmente su punto de vista, casi ya de forastero, sobre este boom cultural.

No estoy en contacto con personas que vivan en la ciudad ahora, con la excepción de mis padres, y cuando hablo con ellos no hablamos de cultura. Tengo la sensación de que en Málaga sigue faltando una cultura de fondo y de largo. Espero que este boom del que habla sirva para encauzarla y llevarla a buen fin. Estoy seguro de que hoy estarán ocurriendo otras cosas en Málaga, dignas de ser elogiadas, pero no estoy al tanto. Sí puedo decir que me dio mucha alegría que actuaran Einstürzende Neubaten en Málaga; fueron una de mis grandes fuentes de inspiración desde mi primera juventud. Yo estaba en México, pero algunos amigos me contaron anécdotas del concierto. Me acordé de muchas cosas en ese momento y me dije: «Bueno, ahora no estoy yo ahí, cuando durante años suspiré por que ese tipo de cosas pasaran en la ciudad...». Aún así yo tuve otras suertes como malagueño joven, como disfrutar el Festival de Teatro Internacional que dirigía don Miguel Romero Esteo. ¡Aquello sí que era alta cultura! Fue un gran alimento para mí. Sacudió mi mente, abrió las puertas de otras imaginerías...

¿Cómo era su Málaga culturalmente hablando?

Yo crecí en una ciudad que no tenía infraestructuras culturales. Pero me tocó ver cómo iban naciendo, que se iban gestando, tanto desde las instituciones como desde los impulsos individuales o colectivos de la calle. Uno de mis primeros recitales en un espacio que no fuera la calle fue en 1987 en la Tenencia de la Alcaldía, frente al Mercado de Bailén. Había cosas y había que tomarlas como venían. A mí todas las dificultades que Málaga me ofrecía en la época me sirvieron mucho porque forjaron mi voluntad, la centraron, le dieron un gran entrenamiento. En Madrid nunca se me dio quedarme, y en Berlín lo pude hacer, pero yo quería desarrollar mi obra en español; fue una decisión difícil, porque Berlín era verdaderamente en 1994 un paraíso cultural. Y todo era posible. La sensación de que podías hacer las cosas era lo más estimulante. Con todo ello cuando llegué al País Vasco, donde la autogestión estaba a años luz de lo que veíamos en Málaga, mis impulsos cobraron vida y pudieron ser materializados de forma muy certera.

¿Cuál es la Málaga que le interesa, la que añora o la que siempre le motivó, inspiró?

No añoro ninguna Málaga. Málaga vive en mi corazón, y por supuesto es la que yo viví, no la que hoy es. La que hoy es, la tengo que ir a ver, a sentir, a oler, a caminar, a pasear. Me interesan todas las Málaga, desde la antigua colonia marítima Malaka, por la que pasaron todas las grandes culturas antiguas del Mediterráneo. Siempre tuve un sueño cuando estudiaba con Miguel Romero Esteo: pasear por el conjunto de ciudades que Málaga fue y que yace una enterrada sobre la otra. Yo lo intentaba, Don Miguel nos contaba siempre anécdotas riquísimas en detalles; era un gran estimulador de mis propios impulsos, un verdadero maestro. Ese paseo es un imposible práctico, pero algo que con el tiempo los seres humanos conquistaremos: la capacidad para vivir en todos los tiempos de un lugar, en todos los tiempos de la humanidad. La historia, la historia historiográfica que hoy estudiamos es un pálido reflejo de lo que será un día conocer la historia... Pero ya estoy hablando de otra cosa [risas].

Hablaba de las Málaga que le interesan...

Por ejemplo, siempre me interesó la Málaga industrial que no terminó de serlo. Me encantaba pasearme por las ruinas de las chimeneas donde estuvo ese impulso innovador. En Málaga siempre hay un elemento dramático, un elemento de algo que no llega a terminarse. Es algo que está en nuestros mitos más profundos, en las leyendas de los pueblos que nos dieron el carácter y la sensibilidad. Me interesó mucho la Málaga lugar de paso, el puerto de entrada y salida. Estar paseando en las partes viejas del Puerto me encantaba... Y, sobre todas las cosas, me fascina la piel de Málaga, su geografía, la carretera chica de la costa Este, los cañaverales de los brazos secos de los ríos llenos de granadas y morales, de higueras y huertas con parras de uvas, y las cañas de los tomates. Y el barrio de Miraflores de los Ángeles, y el mismo Arroyo de los Ángeles, por el que tantas veces bajé hacia el centro cruzando el Guadalmedina cada vez por un puente diferentes. Las cuestas en las calles, y las montañas de mi barrio: el monte Coronao, y enfrente el monte de la Tortuga. Desde ahí ver el mar es una maravilla. En esta geografía me siento nativo, un íbero indomable, como si nadie hubiera dominado estas tierras, como si todavía se hablaran las lenguas de las que nuestro acento es la última huella. Y conmigo vive el acento malagueño, transmutado, viajado, hibridizado, pero vivo, indomable como mi sentimiento geográfico. Ésta es la Málaga de mi corazón. La llevo dentro y me acompaña a todas partes.

Curioso, porque para muchos su música es antiandaluza, de alguna manera, quizás por su oscuridad y carácter hosco. Aunque me acuerdo de cómo siempre reivindicaba la rumba, la esencia rítmica y el compás del palo, en sus canciones de 713avo. ¿De dónde se siente usted, personal y musicalmente?

Las canciones que yo hago juegan con intervalos que contienen experimentos interesantes dentro de la escala menor, sobre todo, pero también de mezclas entre las escalas mayor y menor. Fueron búsquedas intuitivas, un poco a ciegas, buscando la luz. Yo creo que más que anti-andaluza, justo al contrario, lleva elementos andaluces diversos a lugares internacionales. Y los deja dialogar. Lo andaluz no es cantar flamenco; lo andaluz es una pluralidad increíble de elementos. Andalucía es un crisol de razas, lugares ancestrales de paso. Del folklore me interesaban los verdiales, que es un vestigio vivo verdaderamente ancestral. Y me fascinaban músicas de otros lugares del mundo. Soy un compositor de canciones de finales del siglo XX, y por supuesto el pop, en todos sus estilos y sus fusiones, es lo que más me interesaba y me sigue interesando. El free-jazz y el ruido que siempre me fascinó... por lo que todo lo experimental, electrónico, de cualquier ámbito me llamaba la atención muchísimo. Mi primer instrumento antes que la guitarra fue una radio cassette Sanyo a pilas, con ella hacía unos ruidos buenísimos, con ella además grababa en cassette esos ruidos que conseguía extraer de las interferencias y fueron mis primeras grabaciones. Recuerdo que se metían muchas emisoras con de marroquíes. Era verdaderamente un gran instrumento...

¿De dónde se siente usted musical y personalmente?

Claro que he crecido y me he desarrollado, mis influencias han llegado a lugares muy lejanos y mi capacidad para escuchar la música ha cambiado y me ha hecho también un oyente distinto... Pero me siento muy malagueño en mi exploración del mundo, como persona y como artista. Y no me siento sólo malagueño, me siento también muy vasco, y muy veracruzano. Mi alma tiene ese capacidad de amar los lugares donde vive, de hacerlos propios.

¿Ha sido o es comprendido, bien entendido como artista, o que hay demasiados prejuicios y clichés (el malditismo) que le rodean?

No me considero un autor oscuro; creo que soy una persona muy directa en los primeros encuentros, si te quedas más tiempo conmigo, te das cuentas de otros aspectos de mí, y me empiezas a conocer. Sin duda, le he entrado a temas tremendos, pero no es por un gusto por la oscuridad, sino como decía antes, por iluminar zonas oscuras. Pude ser muy serio y crítico, pero también jovial y divertido y creo que en el día a día, mi buena disposición y humor es lo que dominaba. Y sigue sucediendo así. El malditismo no me interesa en ninguno de sus aspectos. No me interesa vivir manteniendo la neurosis propia, ni vivir la neurosis de nadie, no me interesan las poses, vivir en un cliché, ni los lemas de los outsiders... Es algo por lo que transité, y sí, lo reconozco, fui intensamente radical en muchas de mis manifestaciones artísticas y personales, pero creo que es algo que tenía que vivir con esa edad. Los que me conocen de años saben que el malditismo en sí nunca me interesó. No me siento incomprendido, más bien malinterpretado, pero eso es relativamente habitual en el arte: la gente mira desde otros contextos, no se toman las cosas por un sitio, por el que tú crees, la gente lo toma por donde puede, o por donde quiere. Otra cuestión que me he preguntado mucho en los últimos años es si yo estaré diciendo lo que quiero decir. Y sí, me he asegurado de que sí lo estoy haciendo. No fuera a ser que yo estuviera propiciando el teléfono descompuesto [risas].

¿Qué música hace ahora?

Pues nos hemos ido reuniendo un grupo de amigos músicos a través de estos años. Ellos están todos en Madrid y yo acá en Coatepec. Son Juanma Rubio (Addictive Larsen, guitarra solista y steel guitar) Nacho Laguna (bajo y teclados), Jorge Fuertes (batería), Pablo Laguna (violoncello, vibráfono y teclados) y yo pues a la voz y guitarras rítmicas. El grupo se llama Corsal Amor y los Viajeros de los Tiempos y este primer álbum será En el camino de las mariposas blancas. El origen está en 2009, cuando Juanma, con quien siempre he tenido una gran conexión, vino a verme y le gustaron mis canciones nuevas. Y ahí se fueron sumando los demás. Ahora estamos acabándolo, comunicándonos por teléfono, whatsapp y por email. Es un trabajo de mucha belleza, con muchos detalles pequeños y a la vez sencillo y espontáneo. Es curioso: tantos años y en realidad tan pocos días en los que trabajamos y sin haber estado todos juntos.

¿Su carrera no tiene horizonte?

Esa figura retórica es clásica en mis inicios poéticos, una negación que afirma lo contrario, del mismo tipo que «hermano, tú y yo sabemos que no tengo hermano». Mi carretera tenía múltiples horizontes, infinitos horizontes en el momento que se escribe ese verso. Ahora, después de las decisiones tomadas, mi carretera tiene horizontes más definidos, ya hay en mí una conciencia clara de lo mucho que en esta vida no podré hacer y eso me da una fuerza tremenda para sí hacer, lo que sí puedo hacer. Eso es un horizonte grande y luminoso, aunque en el camino, estoy seguro, habrá más encuentros con las sombras. Me conformo con caminar hacia el horizonte de mis elecciones reales, caminar lo más despacio que puedo, disfrutando cada momento del camino, cada encuentro de mi destino. Estoy profundamente agradecido por la vida, agradecido a todas las personas que han formado parte de mi vida. Éste es mi presente que contiene todo mi pasado y va, despacio, a lo que viene.